Desobedece y rebélate contra los sumisos obedientes
mayo 18, 2018 10:48 pm

Quien desobedece a sus mandantes no puede esperar acatamiento de sus mandados, lo saben integrantes de organizaciones fundamentadas en la obediencia y el orden como las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica.

 

 

 

La obediencia tiene niveles de especificidad. Absoluta y sin discusiones como la castrense y religiosa. Con áreas de expansión siempre que se cumplan preceptos de conducta y mantenimiento del orden como condominios, clubes sociales, empresas.

 

 

 

Es un acto de conciencia y convicción, una decisión personal, como ocurre en los partidos políticos, a los cuales no se está obligado a pertenecer y se puede ser activista sin firmar un carnet.

 

 

 

Lo significativo e importante es la voluntad propia, salvo la detestable “recluta”. Nadie está obligado a ser militar, sacerdote, pertenecer a un grupo social, comunidad vecinal. Lo trascendental es la decisión íntima e individual. El individuo ejerce la disposición de ingresar, de corresponder y, así, aceptar la relación de obedecer y mandar.

 

 

 

Se es político por determinación propia como en el sacerdocio. Dedicarse a una ideología por el deseo de ayudar al prójimo, a su país e interpretar que a través de la política se aplican principios de esa corriente de pensamiento o se accede a instrumentos, que le darán fuerza y recursos para resolver problemas, expectativas y necesidades de sus compatriotas.

 

 

 

En los últimos siglos lo habitual son los partidos políticos, grupos que se unen para la aplicación de una doctrina. Se han ido transformando a lo largo de la historia, desde aquellos fundamentados en clases sociales, como los tiempos de Roma, a los concentrados medievales con base en oficios, que dieron origen a sindicatos y partidos. En el siglo XIX afloran los planteamientos sociopolíticos basados en la interpretación y necesidades de las estructuras socioeconómicas de los pueblos. De la consolidación del sector obrero y rechazo a los excesos en el mercantilismo industrial surgieron el extremismo marxista, el socialismo democrático, y su interpretación católica, que dio origen al socialcristianismo.

 

 

 

No todo ha sido idealismo, de esas mismas filosofías de compromiso social se han aprovechado líderes para construir sus propias versiones como fueron los casos de Stalin, que del comunismo soviético estableció una tiranía partidista militar-policial brutal, expansionista y Mao Tsé Tung con ruta similar en China. Benito Mussolini mezcló en Italia conceptos laboralistas con primitivos mitos de la Roma imperial, y creó el fascismo. Adolfo Hitler incluyó en el fascismo elementos sacrílegos y falsos de superioridades e inferioridades raciales y llevó a Alemania a aquella Guerra Mundial asesina con un renacimiento del odio y la conquista para arrasar Europa.

 

 

 

La diferencia posterior se debió a la política estadounidense, que comprendió que Alemania destruida y hambrienta sería campo fértil del imperialismo comunista ruso, y aplicó un programa de ayuda, el Plan Marshall, que solo exigía dos condiciones: establecer y ejercer a fondo la democracia plena y trabajar duro.

 

 

 

En América, hemos tenido democracia y partidismo entre la primera década del siglo XIX y la primera del siglo XX, cuando se confirmó la última, la cubana. Durante la primera mitad del siglo XX, en Venezuela fueron desgastándose los militarismos dictatoriales y conformándose las interpretaciones político-partidistas modernas. Apareció, inspirado por Moscú, el Partido Comunista, que pronto perdió sus mejores cerebros que deseaban justicia social pero no dictaduras, ni militares ni de proletarios. En la década de los años  cuarenta surgen partidos como Acción Democrática y Unión Republicana Democrática, ambos de ideología socialista democrática, y luego Copei, socialista con interpretación cristiana.

 

 

Cuba se debatió a lo largo de las primeras seis décadas del siglo XX entre democracias débiles y tiranías feroces. La última, bajo el puño de un sargento, Fulgencio Batista, derrotado por una rebelión cuyo mérito principal fue engañar con la emocionante revolución por el pueblo y para el pueblo. El embuste castrista se reveló, en sus primeros años fusiló a las dirigencias civil y militar anteriores, estatizó la iniciativa privada y hasta la forma de respirar, arruinó al país y estableció la supuesta dictadura proletaria ejercida como tiranía del Partido Comunista de Cuba y Fidel Castro.

 

 

 

En el siglo XX se produjeron en América tres caminos simultáneos. El democrático defensor de la absoluta libertad de iniciativa económica, la democracia constitucional con algunos controles económicos y la tiranía comunista tan dura y represiva que centenares de miles de cubanos optaron por escapar.

 

 

 

Cuando un venezolano se decide por la carrera política sabe cuáles son las opciones ideológicas y estructuras que acatará. En ese obedecer y actuar se desarrolla la carrera vecinal, regional o nacional.

 

 

 

Pero hay en cada partido –o debería haber– una dependencia que debe ser, exige ser, común a todos. La obediencia al pueblo para el cual trabajan. Es un error común decir que en unas elecciones “se nombra”. En democracia “se elige”, es decir, se seleccionan  ciudadanos a los cuales los electores transfieren, con autoridad para ejercerlas, pero con estricto carácter devolutivo, las labores de ejecución, legislación de necesidades y respuesta a las exigencias del pueblo.

 

 

 

La democracia verdadera es reacia a la reelección de gobernantes que solo se admite cuando hay consenso de que el tiempo previsto para la labor encomendada es insuficiente. En las democracias sólidas las rendiciones de cuentas de los integrantes de poderes públicos son fundamentales porque los mandantes, que son los ciudadanos, exigen saber cómo y cuánto están cumpliendo sus mandados –gobernantes, parlamentarios, jueces, fiscales, militares– receptores de su confianza.

 

 

 

En Venezuela demasiados políticos han caído en la interpretación equivocada de que fueron elegidos por lo buenos que son y no por lo que se espera que realicen. Por eso han ido abriendo peligrosas brechas entre ellos, sus actuaciones, y quienes los eligieron. Cambian ideología por palabrería, hablan a los micrófonos y no a los cerebros y emociones de quienes los escuchan.

 

 

 

Les pasó a los adecos, copeyanos, y a dirigentes “notables” venezolanos, y por esa fisura se les coló un militar incompetente en lo castrense, pero condicionado mentalmente por la retorcida escuela castrista.

 

 

Hoy, políticos de viejos y nuevos partidos con nombres diferentes siguen cayendo en los mismos errores manteniendo abierta la rendija. Cuando fingieron consultar al pueblo el 16-J de 2017, y este les respondió masiva y contundente aprobando las tres preguntas de acción, al día siguiente engavetaron las respuestas para hacer lo contrario.

 

 

 

Hoy es hora de desobedecerlos, de que la ciudadanía vuelva a tomar su destino y abra por sí misma los caminos que realmente quiere, los que buscan dejar atrás el hambre, la miseria, la humillación e indignidad, tiranía y represión, para reconstruir el país que sus políticos ofrecieron y no han cumplido.

 

 

 

Hay políticos honestos que dejan claro: “No soy buscador de espacios ni de cargos, soy Venezuela”, que no despliegan palabreríos públicos ni secretos, marcan rutas a seguir: el camino de la desobediencia a quienes no obedecieron el mandato de sus electores y empezar a obedecer solo lo que nosotros, los ciudadanos, hemos decidido.

 

 

 

Cuando un país llega a la tragedia a la cual gobernantes mentirosos, sinvergüenzas e ineptos la han hecho caer, se acabó. Hay que desobedecer a los desobedientes.

 

 

 

 

Armando Martini Pietri

@ArmandoMartini