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Deseo de libertad para presos y exiliados políticos

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Deseo de libertad para presos y exiliados políticos

 

Puede sonar hipócrita, muchos expresan buenos deseos en tiempos navideños, pero poco se empeñan los venezolanos en hacerlos realidad. Nubes de retórica se han derramado, durante largos e inútiles años, sobre la dolorosa e injusta cuestión de los presos y exiliados políticos. Se ofrece y se vuelve a ofrecer “éste será el último diciembre que pasas sin tu familia”, “no los olvidaremos”, “pronto abriremos las puertas de sus celdas”, palabrería inservible e irresponsable, ante un Gobierno que ni entiende ni se plantea dejarlos en libertad -aparte de uno que otro alrededor del cual se haya hecho alguna sospechosa componenda.

 

 

 

Es un tema doloroso, de consistente política y pensamiento oficialista, el esfuerzo de abogados y familiares está lejos de ser suficiente y casi imposible que los gobiernos de otros países, demasiado lejanos y atados a las complejidades diplomáticas como para que sus reclamos y comunicados posean alguna eficiencia en lo que deberían tenerla, que el régimen madurista y sus asalariados acosadores cambien de actitud.

 

 

 

Leopoldo López -es sólo el ejemplo más citado- lleva encarcelado y víctima de permanentes abusos mucho más tiempo del que quizás haya previsto. El magnífico y esforzado empeño de su esposa y sus padres, de poco ha servido. ¿Alguien recuerda cuánto tiempo lleva encerrado el general Baduel y pateado de cárcel en cárcel su hijo? ¿Y como están Carlos Ortega, Alberto Franceschi y tantos otros? Recordatorios, nada más. La lista de injusticias es inmoralmente larga y está en manos impregnadas de ilegalidades. ¿Cómo hablar de un país democrático cuando simplemente pasar al lado de las instalaciones policiales, militares y de crueles servicios de inteligencia pone los pelos de punta?

 

 

 

La respuesta de la sociedad venezolana ha sido incompleta y, por ello, en buena parte cómplice, porque los arrestos, encarcelamientos, juicios y sentencias no han sido a escondidas, todos estamos al tanto de que se han producido, hasta anunciados por los mismos opresores. La gente se molesta y llega incluso a la desesperación por el fatal desabastecimiento, por el derrumbe estrepitoso del poder de compra del dinero, por las estupideces de un Gobierno indocto y petulante que juega con la moneda, sin entender nada, por la aterradora inseguridad que vacía las calles cuanto empieza a oscurecer. Los presos y exiliados políticos son cosa de algunos dirigentes, jurisconsultos y familiares, no del modesto ciudadano que hace colas desesperantes para casi todo lo básico necesario.

 

 

 

Los presos políticos se han convertido en películas con audio pero sin video, fantasmas que nadie ve, olvidos culpables en los ánimos ciudadanos. Debemos reconocer y entender que somos una población irresponsablemente paciente, abrumados por la formación que se nos dio desde antes de la mitad del siglo XX, recipientes de esa promesa partidista y gran mentira gubernamental de que “el Estado te da”. Llevamos un siglo esperando, con algún pequeño estallido muy de vez en cuanto, refunfuñando pero no actuando, somos los mayores aguanta callados de América.

 

 

 

 

Algunos dirigentes claman con fuerza, pero son los menos, los principales siguen esforzados en sus íntimas estrategias y componendas, insultan a diario al Presidente y sus cómplices, estos les responden con ordinarieces, deshonras e ironías, todo se queda allí, burbujas de prensa, radio y televisión sin la menor potencia para derribar las alambradas donde se encuentran nuestros presos políticos y de conciencia y abrir las fronteras para que vuelvan quienes desde el exilio sufren la lejanía obligada de su tierra.

 

 

 

Los opinadores y analistas parlamentan considerablemente, especulan más, pero siempre olvidan que las grandes rebeliones populares han sido sólo titulares. A Pérez Jiménez no lo derribó el pueblo sino los militares, y la presión que los movió salió de esforzados políticos arrinconados en la clandestinidad. La última gran rebelión popular venezolana estalló en 1810, y eso porque el gobernante español prefirió huir a toda prisa antes que enfrentarse a las pequeñas masas de entonces.

 

 

 

Todos comentan que Leopoldo López será algún día presidente, pero muy pocos son los que tratan de liberarlo, y el Gobierno lo sabe. En el país, como todo, también escasean los que están dispuestos a jugarse la cara en un choque frontal con el Gobierno, el “caracazo” -seamos sinceros- fue un disgusto inmenso y temporal que se convirtió velozmente en saqueo descontrolado que con similar rapidez los militares controlaron.

 

 

 

En diciembre de 2015 el madurismo estaba vapuleado, asustado y, sobretodo, desconcertado, amanecieron viendo con estupor que el chavismo se había diluido, que el madurismo había perdido todo el capital emocional que Hugo Chávez les había dejado en discutible pero real herencia. Unas semanas después la oposición llegó al Palacio Legislativo con arrogancia de ganador y en vez de dedicarse a alimentar la emoción popular, se pusieron a victimizar no a Maduro sino a Chávez, y a hacer agresivas promesas que, si hubieran pensado un poco, habrían comprendido no sólo que no podrían cumplir, sino que ponían al madurismo y al chavismo en una disyuntiva: dejarse sacar, o defenderse. La reacción roja la conocemos y la hemos padecido todos, se reagruparon, Diosdado Cabello se puso al frente del chavismo y dio soporte popular a Maduro; los estrategas a su alrededor definieron y blindaron la fortaleza del Poder Ejecutivo.

 

 

 

Hoy, un año después, el oficialismo no sólo sigue en la calle y en el poder con mucha o poca popularidad -las encuestas nunca han echado gobiernos- y puede darse el lujo de ridiculizar e ironizar sobre la oposición y advertir con descaro adelantado que en enero no habrá Asamblea Nacional. Para más certeza, el oficialismo tiene asustados a todos los sectores, con la única excepción del que tiene talento, experiencia y prestigio, pero carece de armas y de combatientes: la Iglesia católica.

 

 

 

Muriendo ya este nefasto 2016, desear felices navidades y próspero año nuevo tiene sonido y aroma de vacío, buenos deseos con alma de desesperanza.

 

 

 

Lo que podemos desear y pedir, es que el Gobierno tenga al menos la piedad de permitir a los exiliados y presos políticos más flexibilidad para recibir visitas cómodas de sus familiares, ojalá también de sus amigos, siquiera en las noches de Navidad y Año Nuevo. Sería un gesto, además de generoso, inteligente del Gobierno.

 

 

 

El problema está en eso, en que sería inteligente.

 

 

 

 

@ArmandoMartini

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