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«Desarticulación de ataque golpista»

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«Desarticulación de ataque golpista»

¿Por qué ya no nos alarmamos cuando oímos hablar de golpes, golpismo y golpistas? ¿Será porque llevamos 16 años oyendo hablar a los golpistas de los golpistas y la cantaleta ya nos fastidia? ¿O será porque nos resulta tan despreciable un golpe que no queremos saber de eso? Porque si de algo está seguro la mayoría de los venezolanos es de que no existe cosa tal como “golpes buenos” y “golpes malos”. Todos los golpes de Estado son malos.

 
Lo mismo sucede con los “intentos de magnicidio”. Desde tan temprano en su mandato como 1999, Hugo Chávez denunció más de 20 conspiraciones para matarlo, y que yo sepa, nunca se supo quiénes estaban detrás de ninguna de ellas; no hay imputados y mucho menos presos. En un hombre que demostró ser implacable con sus enemigos, resulta curioso, por decir lo menos, que no haya destinado expertos y recursos para que llegaran al fondo de todas esas situaciones.

 
Esto me lleva a pensar que tales golpes de Estado e intentos de magnicidio fueron potes de humo, trapos rojos, elementos distractores para desviar la opinión pública hacia otros temas. Y Nicolás Maduro ha seguido al pie de la letra la receta de su antecesor. Ya ha anunciado magnicidios frustrados e intentos de golpe. El último, apenas hace cuatro días. Resulta peculiar, empero, que si había un golpe de Estado en marcha, Maduro hubiera estado manejando un metrobús por La Pastora. ¿No era lógico que se hubiera ido a Miraflores y convocado un Consejo de Ministros urgente? ¿No ha debido militarizar la ciudad, acuartelar a los soldados, no sé qué, pero hacer algo más creíble?

 
El supuesto y frustrado golpe se dio, ¡qué casualidad!, el 12 de febrero, aniversario de las trágicas protestas estudiantiles. El mismo día en que el dólar oficial Simadi -ya no según el vituperado DolarToday, sino según el mismísimo Banco Central de Venezuela- alcanzaba los Bs. 170: la astronómica cifra de 334 por ciento de devaluación. Y también en medio de las -aunque solapadas- colas, donde entre quejas, insultos, empujones y hasta pescozones se ha perdido la cordialidad del venezolano.

 
De manera que aquí estoy sentadita, esperando la nueva “desarticulación” de un nuevo golpe de Estado, llena de tristeza por los muertos de hace un año, por los heridos y presos de hoy y 334 por ciento más pobre que ayer.

 

 

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