Democracia y poder en 2017
enero 6, 2017 5:12 am

 

“…el hombre no es cosa ninguna, sino un drama –su vida, un puro y universal acontecimiento que acontece a cada cual”.

 

José Ortega y Gasset

 

 

 

¿No somos acaso nuestro tiempo? Sin pretender especular ni mucho menos, creo que las circunstancias signan de tal manera el devenir que lo hacen predecible, salvo genialidad o ataque del azar. Recordaba un amigo a Quevedo y: “He hecho lo que he podido y fortuna lo que ha querido”; sin embargo, prefiero a Toynbee que a Spengler y, aunque luzca inexorable el sino, dejo siempre un chance al hombre decidido a la fragua de un destino.

 

 

 

Comienza el año en Venezuela y la incertidumbre caracterizaría nuestro tiempo histórico como diría Koselleck. No sabemos, y ello es distinto a lo que queremos, qué pasará con la dinámica existencial de la nacionalidad. Digo que no sabemos y otros más pesimistas piensan que estamos perdidos y ya. El balance desde 1998 es francamente hórrido, frustrante, vergonzoso. El chavismo enfermó de populismo, personalismo y oligofrenia al país y reprodujo y amplió las taras de estatismo, partidismo y centralismo. ¡El chavismo bastardo de la antipolítica, por cierto!

 

 

 

¿Qué queda de la democracia y de la república civil que con tanto esfuerzo engendró y alumbró la sociedad para la segunda mitad del siglo XX? No diré que ese vástago era perfecto, pero, sin dudas, el mejor periodo de nuestro discurrir existencial, y basta revisar los números en las asignaturas tales como educación y salud pública, electrificación, agua potable y políticas sanitarias, vías de comunicación, diversificación económica y productiva, agricultura, ganadería, y el que no lo crea que revise un excelente trabajo comparativo que compilaron José Curiel Rodríguez y Eduardo Páez Pumar y titulado Del pacto de Puntofijo al pacto de La Habana. De ese ciclo progresista no quedan sino los escombros y el desastre que nos asfixia cotidianamente.

 

 

 

Pero en el plano que más nos ofreció esa experiencia puntofijista fue, precisamente, el de construir una democracia, y llamaremos así un sistema de coexistencia y valoración de los derechos humanos en el que prevalece el dictado de la mayoría preservando, no obstante, la paz social y el espacio donde se aloja la libertad de cada cual. Acotarle; además, al constructo político e institucional, el siempre perseguido ideal republicano que postula el deber del poder hacia la sociedad que sirve, y el control que sobre el poder esta ejerce. Esto fue así digan lo que digan y mientan como mientan, y basta también releer el discurso del 23 de enero de 1998 pronunciado por el ciudadano Luis Castro Leiva ante el Congreso de la República de Venezuela.

 

 

 

¿Qué será de nosotros, pues? Lo que asumamos como compromiso nosotros mismos. Un tour de forcé como diría Toynbee, se estaría desarrollando en el mundo. El hombre demócrata conoce una extrema tensión y, atentos, no se reduce el asunto al caso venezolano. Mutatis mutandis, el escenario se reproduce en infinidad de teatros estatales, nacionales, y en la diversidad, sorprende que en diversos continentes el guion social, político, económico, moral, comparte elementos comunes con discursos en apariencia ajenos los unos a los otros. La doctrina denuncia una especie de crisis de la democracia y ello acontece cuando más convicción democrática hay en la conciencia de la humanidad.

 

 

 

Vale la pena rememorar a Schmitt, quien sostuvo que la fuerza de la democracia radicaba en la homogeneidad del sujeto pueblo, y el decisionismo se estructura en la unidad que surge del diálogo monológico; y de su lado Kelsen postula, al contrario, la legitimidad del pluralismo, la alteridad y, desde luego, de la mayoría como categoría democrática. Abundaríamos, pero no creo que sería muy diferente evocar y traer el credo marxista frente al liberalismo Ambos, tal vez, se quedan cortos en la consideración del hombre titular de su dignidad y persona, solo si libre y responsable. Por lo visto; no es menester problematizar racionalmente. La realidad se hace cada vez más compleja y el pensamiento democrático vacila, titubea, duda de sí o se derrocha en los principios que no lucen convincentes.

 

 

El poder sonríe a la distancia. Él sigue presente y avieso en todas partes. La democracia se eclipsó por XX siglos tras el imperio y la religión, y ahora que se universaliza como valor común del hombre social se tiempla nuevamente exigida por el verdadero actor de la historia, motivado, dice Loewenstein, por el amor, la fe o el poder. En el fondo se trata del hombre, del conjunto y de la concertación que sostiene el orden. Los hombres y el poder en un juego dialéctico, como diría Arendt.

 

 

Nelson Chitty La Roche