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Del Estado chavista y otras mutaciones

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Del Estado chavista y otras mutaciones

 

 

“La lucha puede acabar siendo entre Estados totalitarios y grandes empresas digitales. Jacques Attali

 

 

Hace ya unos años y en tiempos de duda, distintos a estos de incertidumbre, afirmé en ocasión de una reflexión con propósitos académicos que la naturaleza del fenómeno chavista se revelaba como una forma de populismo y si bien no constituyó para la época una nota original, no estuvo tampoco lejos de los mentados “hallazgos” recientes que tropezaban con experiencias que comprometían los esquemas liberales, especialmente en las democracias parlamentarias, tan propias de Europa.

 

 

Hace poco Fernando Mires escribió un artículo que tituló “Los rostros del populismo”, el cual, confieso, me impactó y me trasladó en simultáneo una década atrás, cuando tratábamos de asir la ontología de la experiencia venezolana con un liderazgo totalizante al frente de un aparato público lleno de dinero y dispuesto a gastar sin ninguna prudencia y menos aún ponderación, planificación, vigilancia o definición estratégica.

 

 

Siempre fuimos críticos del difunto que se nos presentaba como un sujeto peligrosamente espontáneo e imprevisible y su ejercicio de jefatura evidenciaba una acción de gobierno, además de incontrolable, inauditable. Veíamos a Pdvsa sustituir al Estado y derivar hacia una unidad que coaptaría, como en efecto pasó, el establecimiento público con inmediato efecto societario para convertirlo en un programa de clientelismo descarnado e impúdico. En ese trance perderíamos la industria e incluso la renta petrolera. Paralelamente; el populismo chavista dinamitaba la constitucionalidad, la legalidad e incluso a la república.

 

 

Denunciamos, entre otros que lo hicieron, pero no fuimos oídos ni tampoco podíamos serlo. La metamorfosis pública orquestada desde el chavismo castrismo apuntaba a un modelo típicamente populista, a una delegación de la soberanía en el caudillo de los caudillos que describía Ceressole en sus premonitorias notas sobre Ejército, Caudillo y Pueblo, como secuencia de la corriente antipolítica que nos arrastró. La impronta liberal entonces descendía, se debilitaba, se diluía como en una centrífuga impajaritable.

 

 

La disidencia no atinó a comprender y su conducta se orientó a evaluar esos actos como propios del teatro de la república liberal instaurada por el puntofijismo, cuando en realidad se cumplía un proceso avieso, desprovisto de escrúpulos y contenido republicano real. No hubo visión ni se percibió el quid de la misión. Una falla estratégica se realizó.

 

 

Se había ya entonces pasado a otra fase de la degeneración del sistema, como habían notado y anticipado Aristóteles y Polibio, comentando aquellos giros que periódicamente mostraban los tipos de gobierno. Se dirigía, sin embargo, el naciente proceso a una oclocracia, cleptócrata y sobre todo reacia a cualquier control sistémico.

 

 

El Estado constitucional apenas era, como diría Sartori, una fachada en un discurso que prescindía del susodicho, conscientemente y congruente, con la captación universal del poder, sustrayendo incluso a la misma sociedad civil que era vaciada de pertinencia. Desaparecieron o se eclipsaron los sindicatos y colegios profesionales, quedando las cámaras disminuidas y medrosas. Con las vías de hecho se iba fraguando el desdén del derecho. Llamaban eso revolución.

 

 

Como glosó Mires, en el trabajo arriba citado, la confusión llevó a creer que la democracia plena se articulaba en el trámite directo del ejecutor, devenido en pueblo mismo. El espectro de Carl Schmitt en los hechos y en la interpretación de los mismos. Nietzsche lo habría quizá resaltado por aquello de que “no hay hechos sino interpretaciones”, pero la frase de múltiples usos y abusos puede dar lugar a exégesis precisamente.

 

 

El poder venezolano que se ha querido mostrar entonces como del pueblo es más bien una distribución de parcelas en las que la asociación de la antisociedad genuina y de esa que no debía serlo ni aparentarlo se ha consumado.

 

 

Basta leer el artículo de Miguel Henrique Otero, en la edición de El Nacional del pasado domingo 10 de enero para comprender más cómo los productores y comerciantes venezolanos son en su cadena de distribución alcanzados y mordidos por los órganos de seguridad policial y militar. Poco va quedando de los hechos populistas a cambio del aparato opresor y su dominio sobre cualquier fenómeno social. El pueblo es sometido y ultrajado a nombre del pueblo.

 

 

Una camarilla gansteril se instauró y acciona con los ropajes del Estado. Ahora, visto lo acontecido en La Vega, parroquia de Caracas, la arbitrariedad alcanza y suma la muerte en sus haberes y si alguno duda aún, favor consultar el Informe Bachelet o aquel preliminar de la Corte Penal Internacional.

 

 

La economía y la producción de bienes son un rehén del discurso que a nombre de la soberanía alimentaria y del pueblo, precisamente lo secuestra. No obstante; la Gran Misión Vivienda fue un fanal de cómo un programa social lograba la adhesión de las masas depauperadas y servía a justificarlo todo. Aun hoy se hace demagogia con ese espejismo que trajo concreciones y también fantasías y entretanto, la ruindad y la miseria se desatan para dar ocasión a la conformación insolente del mayor fracaso económico y social que el mundo haya visto en las dos últimas décadas.

 

 

Pero no cedamos a la tentación de seguir mirando atrás, aunque ahora veamos más de lo que antes veíamos al voltear. Ya sabemos que nuestro populismo es y valga resaltarlo, endógeno, por decir con los particularismos locales que acaban sin embargo por configurar lo propio de un sistema que sacrifica los propósitos de un Estado social a través de su adulteración.

 

 

El régimen lo captura todo. Lo fagocita en su sistema de totalizante implantación, mediante la destrucción de lo que era para apenas sustituirlo. No tiene ya la fuerza ideológica pero, si tiene la administración de la necesidad social como política. La sociedad desciudadanizada es testigo fatuo del transcurso que se plasma y acaso se da por aludida. El Estado chavista usurpa a todos y a la organización societaria. Usurpa, dijimos, al Estado y a las expresiones intermedias, a los partidos y a la política misma y es allí donde precisamente debemos detenernos y meditar.

 

 

El discurso del populismo deviene en legitimación despótica y allí encontramos patentizada la situación en que el orbe encara esta suerte de pandemia política, institucional, social y hasta económica. En el camino y como base de sustentación es menester comprometer al Estado constitucional y en Europa, inclusive, se contrarían haciéndolo, los principios rectores de una de las más brillantes y exitosas experiencias en la historia del mundo; me refiero a la Unión Europea y apunto que el brexit se revela como, un significativo retroceso para el reino unido y para el mundo más que para Europa.

 

 

Lo peor sea tal vez la precariedad conque el género humano asume los retos del presente que ya se adentra en el porvenir. La tentación del hedonismo, individualismo, materialismo, promete un escenario de difícil supervivencia. O nos concientizamos para atender, mediando la autolimitación, el desafío climático y los monstruos que van surgiendo de la manipulación o acciones de la tecnología, además y por supuesto, los actuales e irresponsables modos de producción y de consumo, o nuestra vulnerabilidad, morbilidad, fragilidad podría liquidarnos.

 

 

Pero volviendo al Estado chavista, este tiene claro que su objetivo no es la vida sino la manutención a “rajatablas” del poder y sin hipérbole, representa la revolución de todos los fracasos. Se dispone ahora, piensan, aniquilar en su giro fascista a los opositores y a los distintos, recordando a José Rafael Herrera.

 

 

La cuestión es entonces si lo logrará y, cabe una afirmación de Maduro en su discurso ante la constitucional y legalmente inexistente AN usurpadora como el mismo. Afirmó que, él saldría por la voluntad popular, por los votos, cambiando la perorata anterior que advertía que se quedaría a todo evento y no saldría ni por los votos ni por los tiros.

 

 

Basta saber si el pueblo que lo padece y lo sufre, puede llegar a sacarlo antes de que continúe su tránsito letal. ¡Ojalá y así fuera.

 

 

 Nelson Chitty La Roche

@nchittylaroche

 

 

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