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Decálogo del optimismo y la esperanza

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Decálogo del optimismo y la esperanza

Hay épocas en donde la desolación hace estragos. Todo se confunde en esa sensación de hundimiento o de vacío en la que todo se da por perdido. El papa Francisco se refirió alguna vez a esa terrible condición espiritual, aludiendo a lo que le había ocurrido a Job, ese personaje de la Biblia que fue objeto de una apuesta terrible entre Dios y Satán.  “La desolación espiritual es algo que nos sucede a todos nosotros: puede ser más fuerte, más débil… Pero aquel estado oscuro del alma, sin esperanza, difidente, sin ganas de vivir, sin ver el fin del túnel, con tanta agitación en el corazón y también en las ideas… La desolación espiritual nos hace sentir como si tuviéramos el alma aplastada: no logra, no logra, y tampoco quiere vivir: ‘¡Es mejor la muerte!’. Es el deshago de Job. Mejor morir que vivir así. Nosotros debemos comprender cuando nuestro espíritu se encuentra en este estado de tristeza extendida, que casi no hay respiración: a todos nosotros nos sucede esto. Fuerte o no fuerte… A todos nosotros. Entender qué sucede en nuestro corazón”. Una sutil recomendación que no podemos dejar pasar. Esto que estamos sufriendo, debemos entenderlo. Y sólo entendiéndolo, administrarlo, sin caer en la desbandada y la evasión.

 

 

 

Gabriela Mistral tiene un verso que encierra esa sensación de asfixia y ceguera emocional que tanto daño provoca: “miro crecer la niebla como el agonizante, y por no enloquecer no encuentro los instantes, porque la noche larga ahora tan solo empieza”. Es una contemplación de la nada, un ver venir “la bruma espesa, eterna, siempre ella, silenciosa, siempre, como el destino que ni mengua ni pasa, que desciende a cubrirme, terrible y extasiada”. La noche oscura del alma, que se niega a que haya un nuevo amanecer, que reniega de los ciclos que se alternan y en verdad suceden. Un estado de total conmoción interior que allana la capacidad de discernir y que conduce al error de apreciación. Entenderlo es el principio de su superación. Tener al menos la mínima conciencia de que todo no puede ser tan malo, y de que mientras haya vida, se impone el principio esperanza. Ernst Bloch señalaba al respecto que “el futuro contiene lo temido o lo esperado; según la intención humana, es decir, sin frustración, solo contiene lo que es esperanza. Espera, esperanza, intención hacia una posibilidad que todavía no ha llegado a ser”, pero que podría ser, y que solo depende del esfuerzo que le pongamos a su realización. Dejarse vencer, dar por terminado el esfuerzo, es lo contrario, la desesperanza.

 

 

 

No hay forma de asumir las dificultades de la vida sin contar con la cualidad del optimismo. No estamos refiriéndonos a la euforia insensata Más bien un estado de ánimo que se ensambla con nuestra capacidad para tomar decisiones, arriesgando el ser y el estar del presente, organizando el propio cosmos, sin cargar indebidamente la vida de falsas expectativas positivas o negativas. Es una buena actitud ante la vida, sin perder de vista el futuro como objetivo alcanzable, que todavía no está perfectamente delineado, o completamente decidido, pero que es factible por el esfuerzo que se ponga en concretarlo, y la paciencia invertida en un objetivo cuya realización solo es posible en el futuro mediato.

 

 

 

Pero ¿cómo podemos prepararnos y enfocarnos para repudiar la desolación? ¿qué hacer cuando vivimos esa terrible experiencia en donde todo parece oscuro, imposible de resolver, devastador? El alma también requiere de ejercicios. Ignacio de Loyola llamaba Ejercicios Espirituales a “todo modo de preparar y disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en el proyecto de vida de cada uno”. El no dejarse vencer puede tener como apoyo la sencillez de pequeños esfuerzos, siempre que se lleven a cabo con persistencia.

 

 

 

No abandone sus rutinas más elementales. Levántese todos los días y cumpla con sus compromisos. En tiempos de desestructuración, el mantener vigentes los hábitos es el conjuro más apropiado contra la desesperación.
Haga ejercicios. Si es posible, dedique unas horas a la semana a caminar. Contacte con la naturaleza. Aproveche la montaña o el campo. Reciba el sol en su cara. Y disfrute del silencio.

 

 

Cada día haga una pequeña buena obra. Enfóquese en los demás, busque entre sus próximos (el prójimo) alguien que pueda necesitar de ti, o al que tú puedas marcarle la diferencia. Todos los días vuelve a aprender que no eres el único que sufre, ni el único que se siente desolado. Tal vez hay otros en peor condición. Ellos te enseñarán que todo es relativo. Ese será el pago que recibas.

 

 

Trate de verbalizar y de escribir aquello que lo está angustiando. Salte de la preocupación estéril al plano de la ocupación resolutiva. Defina cuáles de los aspectos que le inquietan están en sus manos y puede resolverlos, y cuáles otros forman parte de un ambiente depredador. Solucione lo que esté en sus manos. Tome decisiones.

 

 

5.      Haga un inventario de aquellos aspectos que son esenciales en su vida. Afectos, experiencias y prácticas que le resultan valiosas e indispensables. Haga lo mismo con aquellas cosas de las que puede prescindir. Suelte el lastre. Deje atrás todo aquello que no le genera valor, y concéntrese en aquellas otras que le generan utilidad y satisfacción.
Respóndase con nivel de detalle cuál es el proyecto de su vida y cuáles son las razones de su felicidad. No pierda de foco el futuro y su propia capacidad para llenarlo de realizaciones. Abunde en las preguntas y en las respuestas dadas con honestidad. Haga un inventario de los avances, y también de los obstáculos que le impiden más logros. Establezca las relaciones verdaderas entre lo que busca y lo que le da felicidad estable.

 

 

Deslíndese de la gente tóxica que está a su alrededor. Evite la cercanía con aquellos que practican la queja constante, la envidia como forma de compararse con los demás, el victimismo que hace ver que el resto conspira contra nuestros intereses, la resignación irresoluta, la soberbia, la prepotencia, el narcisismo y la deslealtad.
Disfrute de las pequeñas cosas que le aporta la vida. Desarrolle una actitud contemplativa que le permita centrar la atención en lo sublime. Observe son serena sobriedad aquello que está ocurriendo en su vida. Aprecie lo bueno, por pequeño que sea. Disfrute del bienestar que le produce estar en contacto con lo bello, lo bueno y lo trascendente. Tome distancia de los problemas, y aprécielos en perspectiva.

 

 

Abunde en su desarrollo intelectual. Consuma cultura. Lea buenos libros, escuche música, estudie más y perfeccione sus competencias y habilidades. Siempre hay algo que puede hacer para ser mejor, aprovechar el tiempo y construir esos puentes que lo va a llevar al futuro.

 

 

Construya, cuide e invierta en sus redes de relación. Manténgase en contacto con amigos, colegas y grupos de personas con las que tenga intereses en común. Asuma la realidad, tal y como es, pero pregúntese siempre como esa realidad puede mejorar, y cuál es el rol que cada uno debe desempeñar para lograr esos resultados.

 

 

 

Francisco recomienda que “cuando nos sintamos perdidos, debemos rezar a Dios con insistencia el Salmo 87, “Que llegue a ti mi oración Señor, yo, que estoy colmado de males”. No se puede salir del abismo, de lo hondo, sin contar con fortaleza espiritual, asumida con serenidad. No hay nada mejor que sentir la compañía de Dios cuando lo necesitamos con mayor intensidad. Pero recordar siempre lo que decía San Agustín: “Reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti”. Nadie duda de la aridez del momento. Pero eso no nos evita soñar un futuro mejor, que nosotros podamos, y debamos, contribuir a realizar.

 

 

Víctor Maldonado

@vjmc

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