De la senectud y otras realidades
marzo 31, 2017 4:05 am

 

“A veces he pensado que después que uno muere son tantos los años que dura la muerte que los años de vida son todos de juventud.”

 

Elías López La Torre

 

 

 

¿Se puso viejo el país? Me vienen al espíritu interrogantes que así lo podrían anunciar. Dijo una vez mi amigo poeta, arriba citado, que sentía tiempos secos, amorales, viejos. Donde deposito mi atención siento fatiga, desaliento, apatía.

 

 

 

En el laberinto en que a ratos el pensamiento y la vida se consustancian, me ha tocado recientemente encontrarme con una figura, propia de esta etapa que, se llama la decepción. Entiéndase, la sensación de haber errado en la tarea vital o en algún episodio que forma parte de la susodicha, pero, tal vez más por causa ajena que por el propio accionar personal.

 

 

 

Desfilan otras emociones y percepciones concomitantes, como el arrepentimiento y la frustración, el escepticismo, la tristeza, la pena. Los años nos caen encima pesados, gravosos y cabe así un espacio para inclusive el aislamiento y la soledad. ¿Pero vive Venezuela un final?

 

 

 

En mi caso; me angustia ver el estado de postración en que se sitúa el país y toda su organización social e institucional. Si se tratara de un paciente yo diagnosticaría que Venezuela yace hundida en una depresión de la que no quiere o no puede salir y la causa apuntaría a su vacilante talante democrático o a su titubeante ciudadanía o quizá, a su gusto mórbido por el facilismo populachero y oclocrático con que se le dirigió en estos años recientes. Claro; el renovado e insistente interés en permanecer en el poder de la clase política gobernante incide groseramente en el derrumbamiento espiritual del común que, además, no reacciona ante el fracaso y la incapacidad de los dignatarios de esta hora menguada de la república. Ni hablar de los uniformados convertidos en socios de las corruptelas chavistas.

 

 

 

Pero a esa angustia sigue, una expectativa que ansía una satisfacción, una respuesta ¿y si los jóvenes retomaran la colina de la faena política y echaran sus bríos en el reclamo y la exigencia de un mejor Estado, además de disponerse realmente a cambiar el mundo que hoy más que nunca apesta? Lo peor que podría pasarnos es que nuestros vástagos arrugaran en la carrera del relevo histórico. La renuncia al porvenir es un signo patético de una insignificancia generacional ominosa.

 

 

 

La caricatura de justicia constitucional que padecemos y su penoso servicio al poder de los mediocres, segundones, espalderos, acomplejados e inescrupulosos que nos gobiernan, debería provocar un grito tronante y sostenido. La hoz y el martillo han tasajeado, machacado, demolido las instituciones y con ello, los chances de tallarnos oportunidades en el futuro. Venezuela se hunde, se empequeñece, dobla, silente, ausente, inerme. No hay armonía, simpatía, empatía, vida. Esclerótica y torpe se pasea ante el mundo horrorizado de verla tambaleante e inepta. Se puso vieja, decrepita, obsoleta.

 

 

 

Los pueblos y las generaciones tienen su momento histórico y su responsabilidad también. Las mujeres y hombres que hoy dirigen el país serán recordados con desprecio como si sus nombres merecieran el olvido, el cementerio sin flores de Jorge Amado, serán fantasmas de una pesadilla demasiado larga como una tragedia sobre el fin del amor.

 

 

 

Vienen a mi memoria, episodios heroicos de nuestros jóvenes, aquellos de la generación del 28, los otros del 45, los del 58 pero especialmente los seminaristas y los estudiantes que marcharon en 1814, el 12 de febrero, sin armas y sin malicia para aprender a vivir muriendo o como diría mi compadre Elías López La Torre, “para en una sola mañana y una sola tarde justificar su paso por la tierra y eternizar su juventud.”

 

 

 

Nelson Chitty La Roche

nchittylaroche@hotmail.com

@nchittylaroche