De la muerte y otros legados más
mayo 31, 2019 10:25 am

 

 

 

“Ni el sol ni la muerte pueden mirarse cara a cara”. La Rochefoucauld

Nuevamente escribo sobre la muerte, incitado a hacerlo por los episodios consecutivos del Hospital de Niños J. M. de los Ríos, con esos infantes fallecidos, delgados y yermos, tristes, distantes, pobres y abandonados por los que pudieron evitarlo.

 

 

También nos ofreció la semana anterior el tétrico testimonio de otra matanza allá en Acarigua. Como si no fueran suficientes las noticias que nos llegan o mejor que escapan a la censura y de las que apenas sabemos de asesinatos en toda la geografía de la nación, que a diario cometen con igual impunidad el hampa y su álter ego, los cuerpos policiales y militares.

 

 

Las FAES entre el año pasado y lo que va de este suma ya cerca de trescientos muertos y no siempre podemos con convicción asegurar que se produjeron en la lucha contra el delito. Se cuentan por miles, decenas de miles, centenares de miles las víctimas de una violencia generalizada que el Estado chavista no sabe, no puede y no quiere detener. Nadie ha respondido por esos compatriotas caídos, a menudo sin el menor motivo o acaso como resultado de la descomposición social, moral, económica y espiritual que la demagogia del difunto y sus epígonos engendró, entre otros demonios más.

 

 

Arendt soliviantó los espíritus de propios y extraños al atreverse a señalar una verdad rutilante; la banalidad del mal que permitió los más atroces crímenes contra mujeres, hombres, ancianos y niños por pertenecer a un pueblo destacado por su talento y hacienda. Algo peor trajo a los libros de historia del horror humano, el llamado Estado Islámico y en Gaza o Yemen la guerra continúa como si simplemente fuere de la naturaleza de las cosas y esta vez las víctimas de otrora hacen de victimarios. Extraña criatura el hombre, hemos de hacer notar.

 

 

En Venezuela, desde que el lumpen mayoritario democráticamente eligió con fanfarrias populistas y militaristas al deletéreo comandante Chávez comenzó un proceso por banalizar la muerte. Sus compañeros de armas y los antisociales disfrazados de pueblo, en suma, la oclocracia se ha dedicado entre otras perniciosas agresiones a matar a la inerme población desarmada. Sin detenerse a mirar siquiera.

 

 

Infinidad de capítulos confirman este drama, los venezolanos los conocen y la comunidad internacional también. Desde la masacre del 11 de abril de 2002 pasando lista a los ciudadanos que desde 2014, 2017, 2018 y 2019 fueron acallados a balazos mientras protestaban. El tirano no se da por aludido; al contrario, guarda silencio o niega los hechos sin dificultad.

 

 

Los guarismos nos colocan a la cabeza de los países más violentos, pero ningún recato o pudicia los acompañó. Los sindicalistas ultimados por las piaras facinerosas chavistas en oriente ni se mencionan y no se privaron de hacerle lo mismo a Oscar Pérez y sus compañeros rendidos ya. A Tarazona, a Fernando Albán, a militares incluso, al ingeniero de Guri y muchos otros que han aparecido muertos y nada más.

 

 

Por eso insisto en llamar la atención sobre el efecto maligno de dejar a ese tumor progresar en el cuerpo de la patria. Mantenerlos demoliendo, destruyendo, aniquilando a los inocentes y humildes es no solo vergonzoso sino pecaminoso, criminal, brutal. No niego el diálogo per se, pero sospecho tanto de la mentira como del cinismo con el cual se manejan. Sigo con especial cautela cualquier iniciativa que les ofrezca más tiempo.

 

 

Ya vimos que la ayuda humanitaria con ellos termina por no llegar o si acaso precariamente. Ya andan los colectivos paramilitares negociando como hacen con las cajas CLAP y los militares, felices de constituir la nueva oligarquía, persisten en el saqueo de lo poco que queda.

 

 

El chavismo madurismo, militarismo, populismo, despotismo ya nos quita a diario todo, las libertades básicas, la de leer e informarnos para ocultar el fracaso, comida, medicinas, agua, servicio eléctrico, los derechos humanos fundamentales; únicamente sostenidos por la ominosa Fuerza Armada Nacional pero, entre varios peores, quizá lo más gravoso sea la indiferencia dolosa con que dejan morir a los más modestos, sencillos y frágiles.

 

Nelson Chitty La Roche

@nchittylaroche

nchittylaroche@hotmail.com