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De la expresión y otras libertades en peligro

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De la expresión y otras libertades en peligro

“Cuando veas al enemigo equivocarse, no lo interrumpas”. Napoleón Bonaparte

 

 

Occidente ha dejado que el cuestionamiento de sus bases y desde ellas mismas, venga y lo ponga en jaque. Incluida las nociones de libertad son asediadas, y cabe agregar la libertad, como una institución de naturaleza ontológica humana, diría la doctrina, recordando a Kant.

 

 

Tal vez sea y es pertinente añadirlo, la libertad, el rasgo más definitorio y caro, vinculado a ese otro elemento que denominamos la dignidad de la persona humana como fortalezas y seguridades del modelo civilizatorio, que reconocemos como propio del legado greco, judeo, europeo, cristiano. Trataré de explicarme de seguidas.

 

 

En efecto, advertimos perplejos que el producto de los medios de comunicación, en general, hoy en día se evidencia contrapuesto en la perspectiva de unos y otros que invocando y viciando según muchos su libertad, sostienen valores, creencias, principios y los alegan como derecho de ellos y deber de los otros, ocasionando un impasse, un conflicto y un giro antagónico, incluso oneroso y pernicioso. Unos hablan y aúllan y los otros callan ora por desinterés, ya por ignorancia.

 

 

Una constelación de emergentes minorías como actores sociales, con afán de figurar e imponerse, se hace notar y origina una fuerte presión en todas las direcciones y ello comprende el escenario público y el privado. Desde diversas corrientes y con recursos insospechados parecieran reunirse los aspirantes a dejar atrás o abatir incluso a los que por mayoritarios no son, sin embargo, capaces de cerrar filas y por el contrario, dejan hacer y hasta justifican a los que se realizan o divierten exhibiéndose como distintos, diferentes y desde allí, como una derivación, asumirse como otros y como tales, mejores. Su proyecto es sustitutivo inclusive de la propia naturaleza. El derecho a la frivolidad como derecho fundamental, de ellos aunque no sea de los demás seres humanos.

 

 

Una situación que nos lo muestra es el manejo de la ideología de género que amenaza e insurge recia e insolente, para afirmar al individuo como titular de un derecho a la personalidad que irradiaría en caso de admitírsele y lo está logrando, por demás, la cuasi totalidad de los elementos de cohesión social de la sociedad articulada en torno a la familia y a los valores de comunidad y ciudadanía.

 

 

Nada queda fuera, ni el derecho, ni las instituciones, ni la ética, ni la historia, ni el viejo cine escapan de ese ademán reformista y en alguna medida punitivo, asumiéndose esa especie de revelación, como un hallazgo determinante de una novedosa percepción de la “ajustada naturaleza humana”.

 

 

Cada vez se reclama, acotamos y, se obtienen avances, con respecto a la prescindencia del sexo en los formularios de identidad por citar la “nueva propuesta” que acopla bien con la filosofía que nutre ese impulso contestatario y pretendidamente iconoclasta. Así leí hace poco un comentario a cargo del gobierno holandés.

 

 

Relacionado con lo anterior, pero no enteramente, salta ahora el tema racial otra vez, como factor que reclama inclusión, partiendo sin embargo de una demanda de discriminación en positivo. La “nueva igualdad” se maneja como un ajuste de cuentas con el pasado que supone una suerte de obligación morosa de la sociedad con respecto a lo que debió ser y no fue y que debe ser pagada con urgencia y con vergüenza, además.

 

 

Los episodios de Seattle, en el estado de Washington o de San Francisco, Baltimore con su iracunda presentación que incluye destruir las estatuas para evidenciar una delirante mnemofobia entre muchísimas más, colocan a las minorías autosegregadas a estos fines por encima del modelo y del legado eurocentrico y cristiano societario, desafiándolo, retándolo, soliviantándolo. No importa entonces que no seas racista, el movimiento te tratará como si lo fueras.

 

 

Convulsionándolo todo, desconociéndo las verdades del progreso social y político, instituyendo sus pasiones y sin excluir ninguna de ellas para alegarlas como derechos y fruto de sus libertades, confrontamos a los críticos, descontentos e indignados agregándose a distintos, diferentes, deshumanizadores que se reclaman precisamente de un nuevo humanismo.

 

 

Paralelamente, tiene lugar una interesante polémica sobre la libertad que pone de relieve un movimiento copernicano que se puede llamar realmente así, revolucionario sin hipérbole, en dos sentidos al menos. Por una parte, señala a la libertad como una natural inferencia que nos aporta la razón. Acotando desde luego esa calidad, como un derecho inalienable que se funda en la voluntad, el discernimiento y la responsabilidad, claro que, en un marco social compartido, en un cuadro pues concurrente con otros seres humanos. La libertad es un acto moral extendido a todos.

 

 

La fundamentación filosófica de tal aserto la encontramos en Kant y el imperativo categórico que presenta valores y principios fijos e inalterables como la vida y su salvaguarda y desde allí, cimenta toda una estructuración societaria que se complementa con apuntes derivantes de una vista del ser humano que, siendo un fin en sí mismo, es una realidad en cada uno además, regido no obstante por la asunción de su dignidad como verdad.

 

 

Pero el proceso que vivimos en el contemporáneo pone en ascuas el principio mismo y lo somete a una permanente centrífuga. Occidente se extravía, en su campo de libertades, al dejar de ver al titular ser humano para mirar y aceptar al individuo que se pretende realizar en su soliloquio, que deriva en el de la minoría que logran conformar. El uso de la libertad se convierte en abuso cuando intenta redefinir desde el concepto la verdad.

 

 

En el trajín, la verdad se inocula de ese deletéreo virus y al hacerlo, pierde su esencia para devenir en una suposición interesada. Hay una verdad, aunque desde el balcón de la razón pueda discutirse, pero es cuanto lo que todos conocemos y sabemos es.

 

 

Así las cosas, la verdad es operada para conceptualmente modificarla y así legitimar la desnaturalización. La duda no es justificación sino invitación a buscar, escudriñar más, pero al hacerlo, pretendiendo superar o saltarse la verdad misma, se altera.

 

 

En nuestro criterio, en el momento en que más comunicado estaría el contingente humano, más segregados están los miembros de la sociedad por el ademán diferenciante de las individualidades y particularismos. Como bien lo apuntó Bauman, se licua a diario lo que otrora fue la fortaleza, la seguridad, la entidad que teníamos como verdad y horadadas las basas mismas de la verdad y de la genuina libertad.

 

 

La expresión fue un paradigma de la libertad. Occidente la convirtió en un auténtico referente que proporcionaba también asiento para la sistematización del intercambio entre pares y comunes. Siempre hubo, sin embargo, una limitante que categorizaba la cualidad del interlocutor y del traslado de ideas, nociones, pareceres, sentimientos propios de la empatía.

 

 

La verdad era y es ese parámetro, al que recurrimos para cuidarnos de las maniobras, tergiversaciones, manipulaciones que conocemos vienen en las alforjas del ser humano y a menudo constituyen en el egoísmo, el instrumental por excelencia. La mentira es entonces la herramienta que no solo nos priva de la verdad, sino que compromete nuestra libertad.

 

 

Desenmascarar la mentira que nos niega la verdad es una tarea tan importante como revelar la verdad misma y pienso que de eso se trata en esta época de cambios que sacrifica en la simulación y la tergiversación a la verdad, a cambio de sembrar el terreno de la racionalidad con pretendidos hallazgos que conducen a “la nueva naturaleza humana”, pero también al falseo y trastrocamiento de los hechos para obtener con ello beneficios y ventajas, canonjías, prebendas, loas y lisonjas.

 

 

El concierto de los fake news o los debates entre la sociedad civil y los medios se suma al siempre retorno del interés en mentir para contener el poder que los medios descubren y sancionan a golpes de verdades. Es un duelo permanente que toma cuerpo y significación allí donde reina la libertad y únicamente allí.

 

 

En China o en Arabia Saudita, Rusia, Corea del Norte, Cuba, México, Venezuela, Bielorrusia, entre muchos otros, la verdad y los medios son vistos sospechosos y perseguidos como sedicentes que soliviantan un orden cimentado en la mentira y el beneficio del poder devenido en demonio criminal. La adulteración que erupciona el populismo y  otros regímenes surgidos de la demagogia o del anacronismo religioso, del ideologismo redencionista son un ejemplo de cómo se engaña partiendo de la pobreza espiritual y material para perder, además, la libertad, creyendo que lo que se hace es porque son libres.

 

 

La política de esta era, por así denominarla, debe volcarse enérgica a detener la degradación que disfrazan de libertad. Debe reencontrarse con las figuras del pensamiento donde se originó nuestra cultura. Cabe una cita de Sócrates que le atribuye Platón en el Gorgias, que me llamó la atención: “Uno de los argumentos esbozados en el diálogo defiende que el arte o el conocimiento, es una fuente de poder, en la medida en que produce un bien, esto es, un orden o proporción entre las partes (Grg. 503e-504e). De este modo, la analogía entre política y medicina no solamente muestra que la política debe procurar la salud del alma, así como la medicina se ocupa de la salud del cuerpo, sino que en ambos casos se trata de artes que pretenden regular u ordenar la vida, ya sea, por una parte, la vida biológica o, por otra parte, la vida pública, aquella que se inscribe en el registro de lo político. Sin embargo, la salud del alma es de un valor inconmensurable respecto de la salud del cuerpo por ser el alma, en últimas, el principio inteligible que define el sentido, la finalidad, de nuestras acciones. En otros términos, el alma es un principio de movimiento autónomo, mientras que el cuerpo está subordinado al alma. Esto explica, al menos en parte, la subordinación, en la que insiste Sócrates, de la vida individual o biológica respecto de la vida justa”. (GUSTAVO GÓMEZ PÉREZ, Platón y la política como cuidado de las pasiones: sobre el tratamiento de la benevolencia en el Gorgias, DOI https://doi.org/10.20318/fons.2019.4910).

 

 

Por eso coloco a la libertad de expresión en esta hora como la víctima de la época. Allí, en las palabras, en la escritura se aloja el pensamiento del alma, sacrificado este, ya porque se persiga la verdad o, porque se enmascare la mentira para hacerla parecer verdad o simplemente se oculte la susodicha. En el fondo, se observa la soberbia, la arrogancia, la petulancia, el egoísmo y el desdén ante el espíritu fundado en el ideal de humanidad.

 

 

Ya no podemos hablar de la persona humana sin acabar haciéndolo sobre la inteligencia artificial suponemos amoral y, al servicio de la cultura y de la ciencia. El peligro consiste en concederle una libertad que no sabemos dónde la llevará y qué costo tendrá ese utensilio que no deberá ser sino eso.

 

 

Es crucial entonces mantener el control de lo que hacemos y de lo que debemos como una conquista del humano no negociable y ello alcanza los presupuestos propios de la dignidad y la sociedad humanista.

 

 

Solo en el orden natural y humanístico puede retoñar a diario la libertad, y para erigirlo y sostenerlo es menester conservar sus fundamentos. Dicho sea de pasada, además, con Dios por delante.

 

 

 Nelson Chitty La Roche

nchittylaroche@hotmail.com

@nchittylaroche

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