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De la duda, la vacilación y el titubeo en política

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De la duda, la vacilación y el titubeo en política

 

“Si has construido un castillo en el aire, no has perdido el tiempo,  es allí donde debería estar. Ahora debes construir los cimientos debajo de él”

Georges Bernard Shaw

 

 

No es fácil hacer de telépata y no vulgarizaré un esfuerzo en esa dirección, pero siento que es necesario para comprender, intentar conectarme con el momento que los venezolanos pretendemos vivir y actuar como miembros del cuerpo político; vale decir, como ciudadanos.

 

 

¡Cuánta incertidumbre, Dios, advierto en nuestro espíritu y cuánta desconfianza además! La primera constatación compromete la creencia de que constituimos una entidad orgánica y funcional. Como otras veces dijimos, la suma de las partes no hace el todo ni lo significa desde el punto de vista sistémico. Es más complejo.

 

 

El común de la gente quiere, necesita, decidió el cambio del gobierno y del Estado chavista, en una proporción mayor a 80%, pero no por ello hace fuerza en el mismo sentido. Cada cual pareciera que, vale e impera más su emoción, o su cálculo, o incluso su razonamiento de que el que pudiera derivar de apoyar e impulsar una fórmula o un liderazgo representativo asumido en un ejercicio consensuado. Allí obra nuestra mayor debilidad.

 

 

Dije al comienzo que se trataría y se trata de comprender, y eso ansío hacer, lo que desde luego me va a meter en la candela. Porque opinar o comentar las opiniones ajenas te traslada en las radiactivas redes sociales venezolanas a uno de los varios degolladeros que se han constituido, suerte de tribunales populares no muy lejanos de aquellos franceses en el período de El Terror que, por cierto, terminaron apilando cadáveres sin cabezas, porque aquellas quedaron en las cestas sanguinolentas de la revolución de los antagonismos y las intolerancias que se auspician cuando el bajo psiquismo conduce a la razón y no, como debería ser, al revés.

 

 

Y confieso que se me anudan las ideas en la mente. Una amarra a la otra y hace pesado el pensamiento. Si sostengo que hay que buscar la salida de Maduro, como base estratégica de nuestra acción e insisto, porque así lo veo indispensable para cualquiera de las demás medidas, en que es menester implementar para salir del averno en el que nos asume el monstruo chavista que nos gobernó y nos sometió y vació de nuestra dignidad, inmediatamente me convierto en reo de aquellos puros y radicales que proponen que sea el fuego el que ofrezca ese servicio, y como Sodoma y Gomorra caiga sobre nosotros una erupción que descerraje, y mortífera, nos purifique, puesto que no sabe nada quien reclame la violencia, creyéndose al abrigo de la susodicha. Ese escenario se llama guerra y suele llevar sus radiaciones a cada uno de los espíritus presentes, o que no por ausentes no estén presentes, a los buenos y a los malos.

 

 

Ya estamos en guerra, vociferamos nosotros mismos, porque en verdad eso es lo que nos ha librado el chavismo, madurismo, militarismo, castrismo de baja pero no intermitente intensidad, sino continua, y entonces me permitiré decir que hay que ponerle fin a esa hemorragia que nos deja secos y estériles, entonces otros avanzarán que es inevitable y que la paz cuesta siempre la vida de muchos. Si los milicianos de las redes sociales estuvieran en la calle, quizá ya habríamos ganado esta batalla, pero o están lejos o están en sus casas rumiando su amargura.

 

 

¡Qué difícil es dirigir una causa que no quiere ni acepta ser dirigida! ¡Qué distintas son aquellas situaciones en que se lucha contra un enemigo extranjero! ¡Qué cómodo resulta un discurso de unidad nacional cuando la gente quiere o no puede dejar de contribuir o es obligado a hacerlo sin más! La guerra misma enaltece en su absurdidad cuando se libra bajo el amparo de una sola bandera y de un solo propósito.

 

 

Clemenceau fue a Francia y a la Primera Guerra Mundial lo que fueron Stalin y Churchill a Europa en la segunda gran conflagración. Liderazgos fuertes que no aceptaron vacilaciones ni titubeos, sino que extrajeron de sus pueblos su mejor coraje para alzarse por encima de sus muertos y luchar por sobrevivir y vencer. Y sus pueblos aun sin quererlos o votando después de las victorias, como pasó con Churchill contra él, estuvieron a su lado, porque no era legítimo cuestionar ese instituto que las circunstancias habían impulsado.

 

 

No se permitieron dudar. No podían. El Libertador dictó el decreto de guerra a muerte, entre otros actos discutibles en su devenir, pues hacía falta claridad en el objetivo estratégico y no disensiones ligeras, preñadas de ignorancia o de mediocridad. Sin orden, disciplina y acatamiento a la jefatura no es posible rendir como un todo y de eso se trata.

 

 

Veo a Guaidó y lo siento atribulado. De aquel fenómeno de popularidad y simpatía ha pasado a ser visto con afanes críticos y desconsiderados, pero lo peor es que lo minan a diario, lo difaman, lo fragilizan, lo hunden. Diga lo que diga y haga, exponga, sacrifique lo que sea, es el blanco de los francotiradores que de todas partes reclaman resultados a demandas y solicitudes distintas. Pareciera que olvidamos que nada teníamos antes de Guaidó y que con él vino la esperanza y que ese nada es lo que tendremos si no lo dejamos hacer el trabajo de sacar a Maduro al costo que sea.

 

 

Algunos todavía esperan a los marines de Trump para hacer el trabajo; sin embargo, la dinámica electoral norteamericana es tan difícil de discernir como para que apostemos todos los huevos en ese canasto. Hacerlo pudiera ser una torpeza irreparable.

 

 

Una amiga a la que quiero mucho no puede oír o leer sobre solidaridad porque denuncia e increpa colérica a ese socialista. No puede hablar de elecciones porque reconoce la traición en ciernes. La unidad en la diversidad le recuerda a la MUD como quien tuvo una llaga purulenta y maloliente que no puede sino olvidar pero, sin las armas, sin la unidad, sin un liderazgo con respeto que pueda maniobrar hacia donde sea, no saldremos del pandemónium. ¡No recordamos que la victoria obtenida en 2015 fue fruto de esa unidad discutida, imperfecta pero capaz de tomarse de la mano para enfrentar al demonio y superarlo!

 

 

La escucho y sabiéndola inteligente, sin verla ni hablar con ella, dice que el demonio sigue allí y le respondo que dejemos hacer al exorcismo. No logro encontrar otra opción y si la hubiere, por favor, demuestren su consistencia, sus puntos de apoyo, sus cañones en suma y no acaben con lo que tenemos porque no creen ni quieren creer sino en la nada de sus rencores y odios, pues pareciera que no son suficientes para liberarnos.

 

 

Nelson Chitty La Roche

@nchittylaroche

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