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Cuentas que siempre se pagan

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Cuentas que siempre se pagan

 

La historia no perdona ni absuelve, tampoco olvida. No importa cuán hondo se entierren los cadáveres ni qué minúsculas sean las cenizas siempre aparecen sobre la mesa de un historiador o de un juez. Nunca un Estado se esforzó tanto como el soviético para tapar sus crímenes, sus fracasos y sus farsas; nunca antes había existido un sistema propagandístico tan eficiente y cautivador ni nunca se había derramado tanta sangre en la consecución de una utopía. Creyeron que las crueldades, los robos, las violaciones, las torturas quedarían sepultadas, ocultas, bajo la nueva civilización y el resplandeciente nuevo amanecer. Se equivocaron.

 

 

 

A pesar de la actitud triunfadora de Vladimir Putin, Rusia y lo que queda de la antigua Unión Soviética es una gran cleptocracia que cada vez se aleja más de ser un Estado moderno, con menos posibilidades de convertirse en ejemplo de crecimiento, de progreso y más en la víctima de una predatoria burocracia que ha llenado su territorio de parches feudales, unos aparentemente tecnológicos y otras auténticas zonas sin ley ni justicia. No ha desaparecido el hambre ni ninguna de las consabidas humillaciones de la dictadura del proletariado, aunque ya no se hable de socialismo ni se repita aquello de a cada quien según sus necesidades y de cada quien según sus posibilidades.

 

 

 

Los muertos que quedaron atrás en la construcción de ese presunto paraíso terrenal que sería el socialismo de los bolcheviques se cuentan por decenas de millones, sin incluir los 20 millones que fueron sacrificados en la Segunda Guerra Mundial, más por la incapacidad militar de Iosif Stalin que por la superlativa crueldad de los nazis. Los costos en vida de cada batalla que ganaba indican que pocos han sido más incompetentes que el Koba ni sus resultados más pírricos. Nunca hubo socialismo; mucho menos comunismo, su fase “superior”. Todavía sus promotores y ejecutores –tantas veces trasmutados en verdugos– tienen cuentas pendientes con la humanidad. El tiempo histórico tiene su propio paso.

 

 

 

La impiedad no desaparece en los huecos negros ni bajo toneladas de concreto, siempre hay una frágil hoja, una nota extraviada, un verso, una foto o un cargo de conciencia que deja al descubierto robos, tropelías, abusos e iniquidades, delitos de lesa humanidad –torturas y sucedáneos– con nombres y apellidos. Los esbirros de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez siguen en la memoria, también los verdugos que declarados comisarios políticos “ajusticiaban” por contrarrevolucionarios a los muchachos que habiendo jurado hacer la patria libre o morir por Venezuela se habían apropiado de un paquete de galletas, de una lata de sardinas o enamorado a la soldadera del jefe. Ay, comandante Fausto, cuántas historias ocultas, pero habrá tiempo.

 

 

 

Al contrario de lo que imaginamos por la experiencia de cada uno en la estratósfera digital, los bites son resistentes a los errores ex profesos, sean de mala fe o de los otros. Nunca se borran y andan dando vueltas en los huecos negros, surfeando en los saltos magnéticos y pescando en el caos de los protones, neutrones y similares. Los clusters son 99% resucitables, lo saben los forenses digitales, los hackers rusos y los ex becados por Ernesto Villegas. No valen rezos, ofrendas ni sacrificios, tampoco que muestre sonriente, muy sonriente, el nunca leído ni respetado ejemplar de la Constitución. Siempre queda un caché, una huella.

 

 

 

Mientras estuvo confinado en el gulag, Aleksandr Isáyevich Solzhenitsyn construía las oraciones entre un maltrato y otro. Las corregía y las anotaba en papelitos diminutos, que en las requisas más fuertes guardaba en la boca y en cualquier otro orificio disponible; si faltaba papel memorizaba los párrafos y los recitaba mentalmente día tras día para hacerlos resistentes al olvido. En lo que pudo los organizó y logró que los publicaran. Fue tan demoledor como el accidente atómico de Chernóbil. Uno y otro mostraron al mundo la gran mentira soviética. Ni civilizados ni científicos, simples hampones en el poder. El saqueo en Rusia no ha terminado, en otros países apenas empieza. Vendo retrato de espejismo al borde del precipicio del Arco Minero.

 

 

Ramón Hernández

@ramonhernandezg

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