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Cuando las palabras ya no dicen

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Cuando las palabras ya no dicen

 

 

Hay un acuerdo según el cual el chavismo, con su fase degenerada y envilecida del madurismo, impuso su control con el manejo del lenguaje como pieza constitutiva de su poder. La historia de Venezuela pasó a resumirse en un salto en puntillas sobre los siglos: de Guaicaipuro se pasó a Bolívar; de Bolívar a Chávez, con breves y no siempre honrosas pasantías por Zamora, Cipriano Castro y Pérez Jiménez; y con la asunción obvia de que el peor tiempo de la historia fueron los 40 años de democracia.

 

 

La revolución fue el nombre código que asumió el saqueo más memorable de que tenga conocimiento el continente; los escuálidos, vendepatria, ultraderecha, traidores, fueron las denominaciones por medio de las cuales el poder asumió cualquier género de disidencia; los apaleamientos, tiroteos, mazazos por parte de los grupos paramilitares del chavismo pasaron a ser genuinas expresiones del descontento popular con los que se veían obligados a contener las “hordas fascistas” que no portaban más que escudos de cartón; la Fuerza Armada Bolivariana fue el apelativo de la guardia pretoriana de los tiranos; los programas sociales, el otro nombre del chantaje masivo a la sociedad. En fin, todos los significados trucados se convirtieron en la vanguardia del asalto a la sociedad.

 

 

 

Ese cambio de los sentidos no fue solo la reconstrucción de su espacio por parte de los dueños del país, sino que, poco a poco, ocurrió en toda la sociedad.

 

 

 

En la oposición el proceso fue similar. Algunos conceptos emblemáticos cambiaron su acepción. Me referiré a algunos. La unidad, por ejemplo, que habría de implicar un espacio de encuentro de la diversidad, al cabo del tiempo fue una franquicia apropiada en forma privada, primero por algunos partidos y, luego, por algunas personas; unidad dejó de querer decir la asamblea de la diferencia para ser una marca distribuida por ese nanopoder que se generó en la oposición. Así podían decir fulano es unitario; perencejo, no.

 

 

 

El diálogo dejó de ser conversación, convergencia, desencuentro civilizado y, sin embargo, espacio para el entendimiento. Diálogo, negociación, mediación, se convirtieron en las voces putrefactas de Rodríguez Zapatero y sus socios criollos e internacionales, en sinónimos de traición, apostasía y patraña.

 

 

 

Hasta lo que fue el mantra opositor para la salida “democrática, constitucional, pacífica y electoral” mutó hacia otro sentido: salida engañosa, domesticada, ilegal, destinada a mantener a Maduro en el poder, con elecciones simuladas.

 

 

 

La liberación pasa por descubrir el sentido de todo. De las palabras.

 

 

 

Carlos Blanco

@carlosblancog

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