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Cristo y Chávez

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Cristo y Chávez

Es el primero de los Diez Mandamientos: «No tendrán otro Dios aparte de mí». El segundo por su parte nos ordena que «no harán imágenes de dioses falsos». Estamos en Semana Santa y qué mejor momento para traer a colación estos mandamientos, que nos recuerdan quién es Dios y a quién le debemos respeto. Y ya verán por qué hoy, a propósito de los días santos, me quiero dedicar a este tema.

 

Después de la muerte de Chávez, hemos escuchado a los herederos de la «revolución» ensalzar, alabar, enaltecer y glorificar la vida y obra de su líder. No sólo por la conveniencia electoral de mantenerlo vivo en el recuerdo y en los corazones de quienes votaban por él. No me canso de repetir que, como Maduro no es Chávez, de alguna manera u otra, el chavismo necesita conservar «activo» y en campaña al difunto presidente. Posiblemente, eso es lo que los ha llevado a extremos tan inusuales de devoción.

 

A viva voz se la pasan repitiendo que «Chávez no está muerto porque su esencia permanecerá entre nosotros». A más de un chavista le he oído decir: «Chávez está ahora al lado de Cristo» o «Chávez es como Dios que está presente entre nosotros pero no lo vemos». Si así es como los chavistas estiman sostener este desastre, asegurando que «Chávez es como Dios», no me extrañaría que dentro de poco alguien salga diciendo que el difunto le hizo el milagrito. ¡Y eso sí sería el colmo del fanatismo!

 

Lo cierto del caso es que, la sarta de ponderaciones divinas hacia el comandante no cesa. Hace poco, en algún periódico vi la foto de un rosario rojo rojito que el oficialismo estaba repartiendo entre sus seguidores, con la imagen de Chávez. Y en otro diario publicaron un trabajo con la foto de la vitrina de una tienda de santería, la cual lucía el busto del comandante -con boina roja y vestido de verde- para que desde ya quienes practican estos rituales, lo incorporasen a sus altares y comenzaran a prenderle velas.

 

Quizá esa sea la razón por la cual el cardenal Urosa, recién llegado del Vaticano, en su homilía del Domingo de Ramos aseguró que «Jesús de Nazaret es el mismo Dios hecho hombre, el que murió en la cruz por nosotros y resucitó al tercer día con lo cual demuestra su divinidad. No podemos igualarlo a persona alguna. Es único e irrepetible. A Jesuscristo no podemos compararlo con ningún gobernante».

 

Obviamente, la Iglesia tenía que pronunciarse ante lo que, a todas luces, parece una herejía. Y, como estamos en Semana Santa, el momento es perfecto. ¿O es que acaso ustedes no escucharon las palabras de Maduro después de que el cardenal Jean Louis Tauran anunciara Habemus Papam? Nicolás tuvo el desatino de decir que seguramente Chávez había influido en la elección Francisco I y que no dudaba que, a su llegada a las alturas, convocara un referéndum para poner el Cielo en manos del pueblo. ¡Habráse visto semejante blasfemia!

 

Obviamente, el chavismo lo que pretende, a como dé lugar, es «endiosar» a Chávez, mercadearlo como el Cristo de los pobres, para consagrarlo en el colectivo y propiciar un culto póstumo entre quienes engrosan sus filas. Una estrategia, a mi juicio, un poco desesperada. Porque, yo no sé a ustedes; pero para mí el difunto presidente no tiene, ni remotamente, perfil de beato.

 

Y las razones para que no sea «santo de mi devoción» sobran. Cuántas veces, con su lenguaje procaz y grosero, insultó a cuanta persona se le atravesaba. Ni siquiera la Iglesia y sus representantes se salvaron de sus ráfagas de odio. Chávez no bajó la guardia ni después de ser diagnosticado con cáncer; mucho menos bajó el tono ofensivo. Hasta Benedicto XVI fue blanco de sus soeces comentarios. Recuerdo cómo, en medio de un arrebato de cólera, le pidió al entonces canciller (por cierto, Nicolás Maduro) que revisara los convenios de Venezuela con el Vaticano. «Cristo no necesita ningún embajador en la Tierra. Cristo está en el pueblo y en los que luchamos por la liberación de los humildes» dijo en esa ocasión en la que, como era de esperar en un pueblo cegado por el resentimiento, generó un fervoroso aplauso.

 

Fueron muchas las ocasiones en las que arremetió contra la Iglesia. Recuerdan cuando dijo «se podrán vestir de cardenales, de obispos; pero ustedes son el verdadero demonio. Defensores de los más podridos intereses. Son unos verdaderos vagabundos, del cardenal pa bajo. Una cuerda de vagabundos que deberían salir a trabajar. El cardenal es un sinvergüenza, un maleante…». ¿Y sus palabras cuando murió el cardenal Castillo Lara? Fueron tan duras que, por pena ajena, prefiero no citarlas.

 

El caso es que ofender era uno de los más notorios atributos de Chávez. Los insultos, cargados de odio, saltaban de su boca con facilidad y sin miramientos, para embestir contra todo aquel que no estuviese de acuerdo con él. ¿Y es a ese ser oscuro, hostil, agresivo, impío, grosero a quien quieren endilgarle la imagen de Cristo? ¡Qué Dios nos libre y se apiade de nosotros!

 

mingo.blanco@gmail.com

 

@mingo_1

 

Fuente: EU

Por José Domingo Blanco

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