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Conversación con el doble de Maduro

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Conversación con el doble de Maduro

Leyendo de pie

 

 

El presidente y Diosdado Cabello llevan años advirtiendo de un plan magnicida

 

 

 

Varado en el aeropuerto de Panamá, he topado con quien alguna vez fue doble de Nicolás Maduro.

 

 

 

Su trabajo era desviar —o atraer; de estas cosas poco sé— el fuego franco de algún magnicida. El lector, ¡ni nadie, vamos!, está obligado a recordar cómo durante la VII Cumbre de las Américas, realizada aquí en Panamá, en 2015, los hombres del servicio de seguridad de Nicolás Maduro dispusieron una troupe de dobles del primer mandatario venezolano y su esposa, Cilia Flores, con el doble propósito de despistar a la prensa y hacerle la vida difícil a los magnicidas de los que venimos oyendo hablar desde los tiempos del Gran Charlatán de los Pueblos de América, el difuntísimo Hugo Chávez.

 

 

 

Yo aguardaba un vuelo retrasado y el doble de Maduro atendía un outlet de tabacos y licores en la zona de libre comercio del aeropuerto. ¿Cómo supe que alguna había sido doble de Maduro? Pues, muy sencillo, porque a su modo rechoncho y algo mayor y solo media pulgada menos alto que el original, es el vivo retrato del desdichado presidente venezolano a quien, hace poco, han correteado al son de cacerolas los habitantes de una pequeña villa miseria, en la Isla de Margarita, en la costa oriental de Venezuela. Le comenté, jovial y sin demasiado énfasis, si no le habían dicho nunca que es idéntico a Maduro.

 

 

 

«Seguro», respondió, y pillé un sonsonete cubano en su habla. Entonces, con el orgullo de quien dice, «yo fui ordenanza del Kaiser Guillermo II», me dijo que había sido uno de los 15 escogidos por el G2 para confundir a los enemigos del sucesor de Chávez en aquella ocasión.

 

 

 

«¿Ha dicho usted 15? ¿15 dobles de Nicolás Maduro?», exclamé, incrédulo.

 

 

 

«Como lo oye. Los 15, con nuestras respectivas Primeras Combatientes, estábamos alojados en el mismo hotel, ese que está al frente del centro de convenciones Atlapa. La idea era salir, como por goteo, por la puerta del hotel, camino al centro comercial. Maduro, el verdadero, salía conduciendo él mismo una camioneta por la trasera del hotel».

 

 

 

Le pregunté si no le dio miedo que le arrearan un tiro de M-107, calibre .50, en la cabeza, desde alguna azotea situada lo menos a dos mil yardas de distancias.

 

 

Bajando la voz respondió, con un guiño: «Ni por un segundo». ¿Cómo podía estar tan seguro? Chávez y Maduro y Diosdado Ca bello llevan años advirtiendo de un plan magnicida: los EE UU han temido siempre que el ejemplo de la Revolución Bolivariana cunda en América Latina.

 

 

«¡No, chico! ¿Quién va a estar interesado en asesinar de un mameyazo calibre .50 a semejante cantamañanas?». Añadió que «esa bobera de los dobles era solo para darse pisto», pero en realidad el tipo nunca corrió peligro alguno. Me dijo que Maduro, tomándolo por un colombiano, compatriota suyo, le agenció papeles venezolanos con los que logró desertar del G2 y permanecer en Panamá.

 

 

 

En efecto, recordando aquella cumbre, Barack Obama se reunió a puerta cerrada con Maduro y eso dio un respiro de cinco minutos a los hombres de la CIA encargados de proteger en todo momento a Obama. ¿Qué podía ocurrirle a solas con un tipo como Maduro que tiene 10 dedos pulgares?

 

 

Pagué la botella, y me despedí pensando que al tipo que por poco linchan hace poco los habitantes de un poblado en Margarita no era un doble sino el mismísimo acorralado por los tiempos que dejará el poder más temprano que tarde.

 

 

 

Al desdichado Nicolás Maduro ya no le quedan ni siquiera dobles que echar a las fieras.

 

 

@ibsenmartinez

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