Condiciones caóticas
septiembre 16, 2013 9:15 am

Una de esas clases magistrales con las que solía sorprendernos Antonio Cova se refería al increíble caso de Jurassic Park. La novela que dio origen a la saga cinematográfica fue escrita por Michael Crichton como una demostración de lo que la teoría del caos podía significar en las organizaciones sociales. Recordemos aquella famosa proposición que planteaba los efectos descomunales que podía provocar el aleteo de una mariposa en el pacífico, transformado después en fenómenos meteorológicos tan destructivos como un huracán en el Caribe. Para el profesor Cova no había mejor demostración del «efecto mariposa» que las condiciones que destruyeron el bien pensado proyecto del Parque Jurásico. Bastaron simplemente la conjunción de un empleado insatisfecho (y por lo tanto dispuesto a vender los secretos más preciados de la empresa) y una tormenta que nadie esperaba. Esa conjugación provoco la trama de acontecimientos desencadenados que bien conocemos: el proyecto mejor planeado se desmoronó en cuestión de horas sin que nada pudieran hacer sus responsables para rescatarlo.

 

Así funciona la realidad. La premisa es que cualquier circunstancia, por muy insignificante que parezca, puede ser capaz de cambiar el rumbo planeado, e incluso tornarlo devastador y contradictorio a la voluntad de los que intentan controlarlo. Por eso mismo es que el esfuerzo de planificación central del que se ufanan los socialismos reales siempre terminan en tragedia para los países que tienen que padecerlo y en la desaparición de los que intentaron dirigirlo. Y esto ocurre porque tarde o temprano se imponen unas condiciones que resultan ser inadmisibles para la sociedad y francamente impresentables para el grupo que esta en el poder.

 

Las condiciones dinámicas e impredecibles son las que están imponiendo la agenda en Venezuela. No es el gobierno, y me temo que tampoco la oposición. Son variables que están actuando fuera de control y que están imponiendo una nueva configuración de las relaciones políticas, económicas y sociales. Es, por ejemplo, el impacto de las lluvias sobre las principales ciudades y los apagones que le son concomitantes. Con el agravante de que esto esta ocurriendo a noventa días de las elecciones municipales. Lo son también la inflación, la escasez y la presunción de corrupción y malversación del tiempo del gobierno en una agenda que no tiene nada que ver con la solución de estos problemas. Es, por supuesto, la ola expansiva de indignación porque el gobierno no es capaz de articular una respuesta responsable sobre lo que está ocurriendo en sus confines. O la sorna con la que la mayoría recibe esa obsesión por «averiguar» de qué se murió el finado, mientras los demás están pasando trabajo parejo para no engrosar las filas de los que se mueren de hambre o vuelven a la pobreza.

 

Todas estas reacciones son parte del mismo «efecto de bola de nieve» que se le viene encima al gobierno sin que nada pueda hacer al respecto. Y no puede hacer nada porque «cuando no lo coge el chingo lo agarra el sin-nariz». Dicho de otra forma, el socialismo del siglo XXI se ha vuelto calamitoso, y cuando no son los apagones son los incendios en las refinerías, o se cae un puente, se hace insoportable el costo de la vida o el hampa se regodea de su impunidad. El drama del régimen es que mientras todo esto ocurre simultáneamente, ni sabe qué hacer, ni quiere saber qué hacer.

 

Una condición caótica se sale de las manos de los actores sociales y se impone sin importar las medidas que se intenten aplicar. Peor aun, cada decisión tomada solo significa una profundización de las condiciones de ingobernabilidad. Esa es la tragedia que ellos viven y que nosotros sufrimos. Porque cuando el régimen piensa que se está anclando en una nueva «condición estable» la realidad le devuelve más turbulencia y menos certezas. Los resultados económicos demuestran que estamos en cualquier punto menos en el puerto seguro y confiable que asegura el gobierno. Las cifras sobre la inseguridad demuestran la inutilidad de las medidas tomadas y la ineficacia de los planes anunciados. Y para colmo, los apagones se han extendido sobre la región capital, como un signo indudable de que esa guerra la estamos perdiendo definitivamente.

 

Lo extraño es que mientras la lluvia, los apagones, el crimen, la escasez, la inflación y el control cambiario están haciendo estragos en la legitimidad del gobierno, todavía sus líderes insistan en que es posible intentar una direccion autoritaria, centralista, sectaria y de ideología comunista. Empero, en esto consiste la peor condición para sortear las condiciones dinámicas, caóticas y cambiantes: En no tener flexibilidad alguna para entender lo que esta ocurriendo en términos de causas y efectos, y en estar inhabilitados para la predicción social. Porque lo que la realidad venezolana está exigiendo es un cambio radical en las condiciones y atributos del gobierno. Y eso es lo que no tienen como procesar los herederos de Chavez, condenados a ser una farsa de lo que siempre fue una tragedia. Cova solía concluir su clase sobre el caos con esta frase: «Dios ciega a los que quiere perder…» ¡Así será!

 

Víctor Maldonado C.