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Comprometer e inspirar

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Comprometer e inspirar

Lo malo de los peores momentos es que la gente se queda sin referentes. Un sistema de referencias es un conjunto de coordenadas cognitivas y emocionales que se conjugan en el tiempo y en el espacio, y que le permiten al individuo tener una razonable expectativa de predicción. Es lo que llama Max Weber la racionalidad, asociada al estado de derecho y al conjunto de normas que orientan a los individuos para ser conductualmente eficientes. Cuando se pierden, se comienzan a apreciar ciertas conductas peligrosamente contraintuitivas asociadas con la anomia, esa sensación de que nada vale la pena.

 

 

 

Muchos hablan, y con razón, de los ambientes que simultáneamente son volubles, inciertos, complejos y ambiguos. Situaciones en las que la tasa de cambio es demasiado turbulenta y por lo tanto contumaz en su capacidad de afectar todos los planos de la vida de la gente. Que esas situaciones se hagan presente no dependen de nuestro ámbito de control, pero si somos líderes, tenemos la oportunidad de mantener la inspiración y el compromiso de la gente, a pesar de la dureza de la situación. Es en esas épocas cuando se pone a prueba el talante del líder.

 

 

 

Si hay visión de túnel, el líder debe ser capaz de abrir los horizontes. Si hay desolación, el líder debe ser capaz de inspirar propósitos trascendentes. Si cunde el desánimo, los líderes deben ayudar a encontrar las formas para que cada uno use, de la menor manera, sus talentos a favor de las metas de la organización. Si el ambiente está intoxicado de apatía el líder debe crear un ambiente de entusiasmo y excelencia, exigiendo lo máximo y transmitiendo grandes expectativas de lo que cada integrante puede hacer. El líder optimiza y favorece las actitudes positivas del equipo y sus resultados, asegurando que cada aporte sea debidamente apreciado debido al compromiso y esfuerzo involucrado. Un líder nunca se amilana en tiempos de tribulación, ni se mantiene pasivo.

 

 

 

No se puede caer en la tentación de la evasión o negación de las condiciones de la realidad.  El líder debe asumir una pedagogía del acompañamiento que allane las condiciones para que cada miembro del equipo haga un arqueo de su propia experiencia, y consideren los hechos, sentimientos, valores, experiencias e percepciones que son relevante y valiosos, a los efectos de soportar y superar las dificultades. La esencia pedagógica del liderazgo que se crece en tiempos difíciles es la reflexión. Es diferente al mero lamento, o al aislamiento emocional. Es la integración de las experiencias pasadas y sus aprendizajes, el entendimiento de lo que efectivamente está ocurriendo, el uso de la imaginación para innovar soluciones y salidas, y el manejo apropiado de los sentimientos para captar el significado y valor esencial de lo que se está experimentando. Se vive y comprende la experiencia; se reflexiona sobre sus significados e impactos; finalmente se promueve la acción.

 

 

 

Un líder inspirador estimula con sus equipos de trabajo un ambiente de autenticidad y de verdad. La congruencia, el coraje y la empatía son atributos indispensables del liderazgo. En el transcurso de la experiencia de trabajo, todos son uno en el proceso de aprendizaje y en la utilidad de corregir los cursos de acción, no sancionando al pasado, sino mejorando las conductas con vista hacia el futuro. Ello requiere mucha capacidad de reflexión. De acuerdo con los fundamentos de la pedagogía ignaciana, significa “la reconsideración seria y ponderada de un determinado tema, experiencia, idea, propósito o reacción espontánea, en orden a captar su significado más profundo.

 

 

 

Por tanto, la reflexión es el proceso por el cual se saca a la superficie el sentido de la experiencia”. Es lo contrario a la respuesta apresurada y emocional. Implica comprender el hecho en términos de causas, implicaciones e integración experiencial, eso sí, sin allanar la libertad de las personas.

 

 

 

Finalmente, tenga a mano historias de éxito y narrativas inspiradoras. Margaret Thatcher se presentaba como una política de convicciones. Winston Churchill solía decir que “un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, mientras que un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad, y que el éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. Ronald Reagan proponía que “no hay respuestas sencillas, pero sí hay respuestas simples. Debemos tener el coraje de hacer lo que sabemos que moralmente es correcto”. Finalmente, Baltazar Garcián, un jesuita español del siglo XVIII recomendaba que todos debían “prepararse para la fortuna adversa en la próspera. Es de sabios hacer en el estío provisión para el invierno, y resulta más fácil; son baratos entonces los favores y hay abundancia de amistades. Rodéese de amigos y de agradecidos, que algún día apreciará lo que ahora no le parece importante”. Un líder previsivo no espera las malas épocas para intentar comprometer e inspirar.

 

 

Víctor Maldonado C.

@vjmc

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