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Cuando Nelson Mandela fue liberado de su larga prisión y emprendió el difícil camino de llevar a Sudáfrica hacia la democracia no todos estaban abiertos. Desde los dos extremos, la polarización se tocaba y a seis meses de su liberación la guerra civil estaba en puertas.

 

Una extraña alianza de los extremos sacaron sus garras. De un lado los más radicales defensores del apartheid y del otro «con rostro negro» como lo refiere John Carlin en su libro «Factor Humano», cuando el líder del movimiento zulú Mangosuthu Buthelezi, envió a sus hombres armados a atacar a los barrios segregados, partidarios del movimiento liderado por Mandela, en acciones que contaban con la protección de las fuerzas armadas del gobierno blanco. La indignación de Mandela pudo haberlo desviado de su propósito democrático, pero éste mantuvo los ideales que había desarrollado desde la cárcel. Sus convicciones lograron sellar la paz y cambiar el curso de la historia y más tarde sería el primer presidente democrático de una nación que había sufrido 50 años de odio racial.

 

Venezuela, en un sentido antihistórico, camina en una vía contraria al legado del líder democrático. Mientras el mundo intenta preservar su legado, los gobernantes venezolanos, siendo sólo la mitad del electorado, copan todos los espacios, niegan el diálogo y persiguen a sus oponentes, celebran otro legado: aquel que le trajo al país la división.

 

Anuncian desde un cuartel la creación de un instituto de altos estudios del «pensamiento» del fallecido caudillo, en medio de un escenario de muertes, de torturas, de persecuciones, de presos políticos y de deterioro institucional y ético. ¿Cuál pensamiento?

 

Acaso aquel que ha creado una fuerza militar pretoriana que exhibe a sus funcionarios dándole con un bate a un anciano indefenso o el que dispara a «quemarropa» a quienes manifiestan. Y altamente politizada, pone de rodillas al detenido y lo obliga a recitar su aceptación incondicional de Maduro como su líder revolucionario.

 

A partir de las últimas elecciones el pensamiento democrático venezolano se convirtió en al menos la mitad del país. La otra mitad sigue comprando la dádiva como modo de vida, amparada en el Estado todopoderoso.

 

El camino de la democracia siempre es el más largo y difícil pero es el más seguro y el único posible.

 

El 16 de abril Capriles entendió que era necesario sacar de la calle a quienes protestaban. Los heridos y torturados se multiplicaban por todos lados y los grupos armados detrás de la GNB se disponían hacer su siniestro trabajo. Así como en aquella Sudáfrica, los extremos comienzan a mostrar los dientes.

 

Twitter: @folivares10

 

Por Francisco Olivares

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