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Cola única y al sol

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Cola única y al sol

En la calle Las Piedritas de la zona industrial de La Trinidad el Gobierno instaló una venta de carne de res, pollo, cerdo y pescado, todos congelados y duros como piedras que venden a precios regulados y sin más exigencia que una enorme paciencia para aguantar horas interminables al sol y no alterarse cuando, por fin le llega el turno, le tiren la puerta en la cara porque se acabó la mercancía o es hora de cerrar. Sólo trabaja de 8:00 a 12:00, en la mañana, y de 2:00 a 4:00, en la tarde.

 

En el Mercal que está al lado de la urbanización Weekend, y en el que funciona en La Zorra, ambos en Catia La Mar, los horarios de funcionamiento son más restringidos, de 8:30 a 11:45 en la mañana. En la tarde no abren, mucho calor. Las colas comienzan antes de que se levante el sol y se hacen a la intemperie, y de pie. Nada de preferencias para la tercera edad ni para las mujeres embarazadas; en socialismo todos somos iguales.

 

La larga espera para comprar un pollo, dos kilos de azúcar y otros tantos de arroz es usual y obligada desde que se instalaron estas réplicas desmejoradas de los locales de Corpomercadeo de la democracia con nimios precios petroleros. Nunca se pensó en los compradores como personas, aunque al comandante intergaláctico no le gustaba ver al pueblo haciendo cola, sino como pobretones que se calan lo que sea para tratar de llevar algo de comida para la casa, y que deben agradecer votando por la revolución. Hasta ahí.

 

Es obvio que el Gobierno tiene músculo, dinero, organización y todo lo que se requiera para instalar grandes almacenes de lo que sea, y en las cantidades que sean necesarias para que el consumidor, el trabajador, el vecino y el camarada que toca la charrasca adquiera los productos de la cesta básica sin contratiempos, a la sombra, con aire acondicionado, sin colas y sin esperar que los “compañeros trabajadores” almuercen o tengan una caja especial para ellos, familiares y amigos como ocurre en el Bicentenario de San Bernardino, mientras los “clientes” deben esperar más de una hora para pagar el kilo de tomates y la lata de sardinas.

 

Esta semana el Estado Mayor descubrió las colas en los supermercados privados, que no son eternas sino que aparecen cuando, sin aviso y sin protesto, dejan en algún pasillo varias pacas de harina de maíz precocida, aceite regulado, azúcar, arroz, papel tualé o margarina, que son los productos que escasean como consecuencia de las medidas gubernamentales, no por la guerra económica que sólo existe en la boca de los declarantes de camisa roja.

 

Afortunadamente, ya empiezan a reconocer que el socialismo, tanto el de este siglo como del pasado, está lleno de dogmatismos y que tener un automóvil es una necesidad. Cuando terminen de repartir camionetotas a los altos funcionarios, ¿habrá carros, aunque sean chinos, para los demás mortales? Vendo librito rojo de Mao sin estrenar, pero con manchas de sobaco ilustrado.

 

Ramón Hernández

 

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