¡Claro que saldremos de ésta!
abril 4, 2016 8:26 am

No resulta extraño que en las cárceles venezolanas se celebren grandes saraos. Muchos recuerdan la celebración de los quince años de la hija del pran Wilmer Brizuela en la cárcel de Vista Hermosa, una preciosa muchacha que de blanco y corona, hizo su debut social en el recinto carcelario.

 

No sólo son fiestas. También hay discotecas y casinos. El testimonio de un joven que estuvo preso por drogas en Tocuyito habla hasta de un “tubo” para las strippers. La discoteca Tokio, dentro del penal de Tocorón, fue inaugurada con un concierto de rock.

 
No me parece malo que los reos se distraigan, pero de distraerse a lo que está pasando hay una larguísima distancia: hace poco leí una noticia que encendió todas mis alarmas: era sobre la piñata del hijo de un pran, donde hubo DJ, perros calientes, piscinada y otras amenidades. El caso es que los pequeños asistentes salieron tan fascinados, que todos querían ser pranes. Uno de los niños, al siguiente día de escuela, le dijo a la maestra que la iba a matar porque así no tenía que esperar a crecer para convertirse en pran. La maestra renunció, aterrada.

 
Recordé entonces hace unos diez años cuando la directora de un liceo de Maracay me comentó con enorme preocupación que los jóvenes más populares eran los malandros, pues les llevaban de regalo a las muchachas las cosas que robaban. “Los buenos estudiantes no tienen ni con qué invitarlas a un refresco”, me dijo, “y ellas los rechazan, no quieren saber nada de ellos. Esos muchachos que estudian contra viento y marea han perdido todos los incentivos que tenían para no meterse a delincuentes. Es algo absolutamente injusto, pero es la realidad”.

 
Así las cosas, resulta muy deprimente pensar cómo cambiar algo que está aparentemente tan arraigado en la conducta de tantos venezolanos. Encima, los arquetipos del malandro y el malandraje están aupados, aplaudidos y auspiciados por y desde el poder.

 
Pero Venezuela es un país tan curioso, que el antídoto lo tenemos aquí mismo. El remedio para nuestros males, el ejemplo a seguir, el modelo que debe inspirar (y que de hecho, ha inspirado otros proyectos igualmente admirables) está en nuestro país. No tenemos que buscarlo fuera, ni inventar nada: es nuestro Sistema de Orquestas.

 
El jueves pasado estuve con mi apreciada gente del Rotary Club, hablando sobre educación. Sobre cómo en Venezuela se han invertido las prioridades, y la educación, por desgracia, no es una de ellas. En ningún estrato social. Las personas manifiestan querer la mejor educación para sus hijos, pero no quieren tener un colegio de vecino, no asisten a las reuniones y en el caso de instituciones privadas, los mismos padres que rechazan los aumentos de matrícula, salen de la reunión a cenar en un restaurante donde piden, como si nada, una botella de etiqueta negra, más cara que varios meses del aumento que rechazaron.

 
Los rotarios estuvieron de acuerdo cuando les mencioné a El Sistema como baluarte del cambio, símbolo de la Venezuela buena, de ese país que se niega a morir hundido en la violencia y la mediocridad. Cuando un niño entra a una orquesta, no sólo él, sino toda su familia, entra en el círculo virtuoso de valores que la enseñanza de la música entraña. Orden, responsabilidad, compañerismo, excelencia, trabajo… Un niño que forma parte de una orquesta, será exitoso en lo que se proponga hacer en su vida.

 
Cuando pienso en estas cosas, en mi mente y en mi corazón le doy las gracias al querido y admirado Maestro Abreu. Y me invade una paz increíble. Sí, claro que saldremos de ésta.

 

Carolina Jaime Branger

@cjaimesb