¿Chavismo de baja  intensidad?
marzo 1, 2019 9:09 am

 

“La guerra es la continuación de la política por otros medios”

Clausewitz

 

 

La Venezuela atribulada y agredida desde adentro busca comprender y luego reaccionar. La comunidad internacional vacilante, dubitativa, diletante, se exhibe irresoluta, ante la aparente complejidad que el asunto muestra. Debemos pensar y analizar, para ubicarnos en el contexto.

 

 

Recordemos de entrada que, el valor más estimado por los Estados es la soberanía. Especialmente lo relativo al respeto que los Estados reclaman sobre el manejo de sus asuntos interiores que, piensan, debe ser exclusivo y excluyente, sin mediación, sin injerencia, sin discusión sobre sus políticas. El mayor adversario del Derecho Internacional Público es el celo del Estado para no asumirse constreñido u obligado, sino por aquellos asuntos que no apuntan a su dinámica interna, endógena, doméstica.

 

 

En paralelo, observamos que en el devenir de los Estados o unidades poblacionales, con control político territorial, se han producido cambios significativos. En efecto, para los griegos de aquel par de siglos luminosos que vieron a Pericles, Sócrates, Platón y Aristóteles, y nótese que solo menciono algunos y de manera enunciativa apenas, el cosmos social y político tendería hacia la virtud y el quehacer público estaría impregnado de moralidad ciudadana.

 

 

Será Maquiavelo con algunos antecedentes en Marsilio de Padua, quien advertirá el carácter humano de la experiencia política y objetivará las relaciones de poder. La secularización inicia formalmente lo que la historia balbuceaba anteriormente y era, la impajaritable separación de la ética y la política. Hobbes luego trabajó, para ofrecerle a la política su dimensión científica, invocando a Galileo, Descartes; retando la tradición con la postulación del individuo como sujeto racional y desde luego, capaz de inventarse una mecánica de convencimientos e inferencias, como un destino.

 

 

La soberanía que derivó de la observancia del soberano y la sociedad feudal, problematizada la susodicha y extraída como consecuencia racional una formulación modificatoria y correctiva por Bodino, pudo ser una pieza del teatro de los forcejeos del Imperium y del Teocentrismo clerical. Centralizar es el producto del poder que conocía una centrífuga que fragilizaba y una reacción natural que como una centrípeta recomendaba reunir y concentrar.

 

 

Pero no solo demandó atención la dilemática entre el poder temporal y el espiritual, entre el papado y los líderes emergentes deseosos de construir sobre y desde un poder personal, un poder de derecho, institucional y ordenador sino que, fue apareciendo el rostro que disputaría al rey, al monarca, no el poder de gobernar sino, aquel otro de su titularidad. En una lectura de doctrina se cita y atribuye a Marsilio de Padua así, “la autoridad política fundamental no es el gobierno o la parte gobernante sino el legislador humano, y el legislador humano es el pueblo” (Strauss 2009).

 

 

No pretendo desarrollar extensamente el tema, no solo por falta de espacio, aunque no de atractivo, siendo el propósito a destacar en estas notas la apropiación de la soberanía por el Estado o inclusive por el gobierno que se anticipa y distancia del cuerpo político para, disfrazado en la representación, erigirse en orden soberano y desconocer así, el orden de la legitimidad que es igualmente concurrente. Internacionalmente entonces, el Estado administra la soberanía y no el pueblo que está llamado a hacerlo internamente. Intercambio pues de roles subsecuentes.

 

 

El sujeto titular de derechos y obligaciones en el escenario internacional es el Estado y no el pueblo y así, circula en el interés de cada uno de ellos, la convicción que invita a la certeza de que, el ejercicio de las competencias públicas corresponde al Estado y la atención de sus asuntos solo a él concierne. El Estado es soberano, porque el estado civil, el cuerpo político lo faculta para ello.

 

 

Al mismo Marsilio de Padua le tocó ceder y otorgar como por antonomasia reconocimiento al gobierno como a la entidad soberana y, tratarlos entonces, como entes símiles y entonces, paulatinamente la soberanía como poder supremo, decisor y conductor, adquirió una dimensión multifocal porque, expresaba una ligadura umbilical que dotaba al gobierno de un ascendiente determinante. El titular popular dio un mandato al actor de ocasión, al piloto de la nave, al gobernante dentro del Estado.

 

 

Antes dijimos que, el bien político y jurídico a tutelar por los Estados es, la soberanía que, se traduce en un argumento, en lo esencial, compartido por todos y en el interés de cada uno. Las llamadas potencias no permiten, ni remotamente se discuta su omnímodo poder soberano que se convierte, en una cuota de influencia y control ante otros Estados y, por supuesto, frente a sus propios destinatarios de poder. En términos sencillos, los Estados no se pisan la manguera para decirlo coloquialmente y cuando los acontecimientos exponen a los Estados por violaciones, transgresiones de la normativa internacional, comisión de ilícitos se detona la bomba de la responsabilidad internacional del Estado con su diagnóstico y terapéutica legal, soft law irrumpiente, además, desde el siempre activo volcán de los derechos humanos. La soberanía deja de ser el único elemento a apreciar y se abren otras posibilidades.

 

 

Después de la Segunda Guerra Mundial, con sus horrores y vergüenzas, la consciencia miró hacia los Estados y una organización internacional llamada a conseguir vivir en paz y resolver pacíficamente las controversias pero, igualmente a ofrecerle al ciudadano del mundo, al hombre, a la persona humana el reconocimiento de su dignidad. No es que nunca se hubiera caminado en ese sendero no, desde el alumbramiento del derecho de gentes y sus pioneros latía una inquietud acerca del trato que aún en guerra merecía el ser humano y el deber de limitar y luego prohibir los excesos y crueldades que se cometían, en el fragor del conflicto y particularmente, hacia los civiles, por cierto, en todas las guerras, victimas distinguidas del afán fanático y excesivo. La declaración de los derechos del hombre de 1948 pesaba mucho más en aquel tiempo que, en el balance de 70 años después debe resaltarse, sin embargo.

 

 

Pero siguieron las Convenciones en Ginebra, protocolos, continuaron a la presentación en sociedad política e internacional de incipientes pero, ambiciosas corrientes que trascendían trayendo en su apasionamiento, una reforma importante de la responsabilidad de los Estados y la ya encumbrante figura de los derechos humanos. Mientras la Comisión de Derecho Internacional de la ONU veía pasar relatores sin poder acordarse para definir el crimen de  Estado, fue fraguándose el derecho humanitario, la protección de los desplazados, de los refugiados y un elenco de situaciones fueron contestadas y asumidas como inaceptables hasta que la misma soberanía, admitió un rival en el ser humano y su dignificación a valorar como materia impretermitible.

 

 

Mientras tanto; en la mundología  de cada Estado, la constitucionalidad evolucionaba y el credo democrático se posicionaba como un dogma y una conquista que occidente, más que proponerle, quiso imponerle al mundo. La economía destacaba a Norteamérica como república imperial como la llamó Aron, militarmente superior además, la ideología retaba y se cumplía el duelo Este­-Oeste y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas convulsionaba, colapsaba, sin un disparo, sin una ojiva, sin otro obús que sus inconsistencias filosóficas alrededor del hombre y la libertad de un lado y, del otro, el fracaso de la economía central planificada y la propiedad pública de los medios de producción. China menesterosa y paupérrima se dejó de vanidades ideológicas y se metió, de un solo rebote, en una revisión profunda de su política económica. Alguien clamó el fin de la historia.

 

 

Venezuela vio finalizar un ciclo de republica civil, contrario a su tránsito existencial, a menudo caracterizada por los gobiernos de los hombres de armas o los caudillos. Emergió, luego de ser paradigma continental, una clase política resentida, acomplejada y antidemocrática. La ingenuidad de los partidos y de sus fundadores facilitó el ascenso de un nuevo caudillismo aderezado en lo profundo de ideologismo, ignorancia, populismo, militarismo e insomne mediocridad y traigo a colación lo anterior, para que la gente que nos lee comprenda y ensaye una respuesta, sobre lo ocurrido y lo que está pendiente por pasar, desde el sábado 23 de febrero pasado, lo que a ratos se hace difícil, pero de incontornable reflexión.

 

 

El Grupo de Lima sabe lo que pasa, pero le teme al avispero. Meterse en otro Estado no es de fácil metabolismo para ningún otro. No lo justifico pero trato de entenderlo, sobre todo porque de un lado tienen la evidencia de la desesperanzada y problemática diáspora, de desplazados y refugiados que tocan sus puertas y, más que eso, traen sus carencias y falencias y del otro, no quisieran agregarle más leña a la candela ya chispeante, ya crepitante. Perú aprovechó para cerrar sus fronteras a los venezolanos sin documentos y, la decepción cunde entre esos pobres y angustiosos compatriotas.

 

 

El régimen de facto, el gobierno forajido no pudo evitar confirmar su deletérea naturaleza y como el alacrán, intoxicó lo que pudo ser una jornada de solidaridad hacia una población que realmente lo necesita, postrada, indefensa, inerme e incapaz de resolver la exigencia de alimentos y medicinas, tratamientos, insumos que no encuentra y no hallará en el fallido establecimiento de salud pública y privada. Prefirió el chavismo agredir, una vez más antes que, dejar entrar la ayuda humanitaria.

 

 

Esa conducta del oficialismo es una forma de exterminio, dijeron los miembros de la cátedra de Derecho Constitucional, lo que molestó mucho al PSUV, en la persona de sus directivos y otros indicaron que imputarle la presunta comisión de un delito de lesa humanidad tipicado en la legislación penal internacional no procedía, como quiera que esos delitos únicamente sobrevienen en caso de guerra.

 

 

No hay espacio para una polémica académica, pero evoco un trabajo de Giorgio Agamben que nos ayuda a ubicarnos y a contextualizarnos también porque, he dicho y repito, el chavismo le libra a los disidentes venezolanos y a los que no lo son también todo género de agresiones, variedades violentas que quebrantan los derechos humanos y políticos elementales y desconocimiento de su dignidad básica. (Agamben Stasis 2001). El chavismo adelanta desde su llegada al poder, antes incluso, desde el 4 de febrero de 1992, un combate feroz, intermitente pero manifiesto, con recurrentes episodios de crueldad extrema y asentados en el aparato militar y policial. El 11 de abril de 2001 masacraron a una multitud desarmada e indefensa. Del 23 de enero al 25 de enero pasado ultimaron a 41 venezolanos a mansalva. Decenas de esos actos de grosera violencia configuran una guerra civil que estoicamente ha soportado la sociedad toda. Denegación de justicia, criminalización de la ciudadanía, judicialización de la política, colculcamiento de la soberanía, inficionamiento de la institucionalidad y asesinatos múltiples, ejecuciones sumarias, extrajudiciales, persecuciones, en medio de la más completa y delirante impunidad. ¿Si eso no es delito y de esos que prevé el artículo 7 del Estatuto de Roma, entonces cómo los podemos sustanciar o calificar?

 

 

Clausewitz nos enseñó que la guerra persigue desarmar al enemigo, para obligarlo a aceptar la imposición de la voluntad del contendiente y me pregunto si no es eso lo que de manera sistemática ha realizado el chavismo, madurismo, castrismo, militarismo en Venezuela. Se adueñaron de las armas y del alma de sus custodios, que son pretorianos al servicio de una causa que no tolera ni acepta a quienes piensen distinto. Discriminaron y excluyen a placer, a quienes siendo ciudadanos no pueden disfrutar de los mismos derechos de los demás ciudadanos. ¿Es eso distinto, en lo sustantivo, a lo que conoció Suráfrica? ¿Mandar gavillas a agredir iglesias, universidades, hospitales, apalear, aniquilar sindicalistas, privarlos de su libertad sin razón y ni siquiera cumplir con mandatos de excarcelación, no son esas embestidas, ataques, acometimientos, acosos, susceptibles de configurar un expediente de guerra civil?

 

 

Privar al país de su constitucionalidad, tramar abusos y transgresiones, tergiversaciones,  desde poderes sesgados, llámese el poder ciudadano y sus componentes, anulando su calidad contralora, al Poder Judicial convertirlo en ariete militante y a la fuerza armada en infantería política partidista son acciones de guerra a los ciudadanos y al país y negarlo, es de lamentable miopía. La práctica del derecho penal del enemigo no era precisamente lo que le hacían los nazis no solo a los judíos sino a cualquiera que les viniera en gana y me pregunto de nuevo: ¿No son actos de guerra? Lo eran antes y lo siguen siendo ahora.

 

 

Inventar un rocambolesco desacato y suturárselo al órgano electo por el pueblo y, constitutivo de la representación nacional; decretar periódicamente los Estados de Excepción, convidando a la farsa, a una Sala Constitucional contaminada y enajenada, haciendo de lo excepcional la norma, es lo mismo que hacia Hitler y el Nacional Socialismo. Destruir la institucionalidad, arruinar todos los servicios de salud o muy cerca de ello, al extremo de forzar a miles, millones a huir del hambre, la mengua y el predominio de la antisociedad y el hampa, ¿No son estos eventos bélicos? Lo son y tal vez de debatible intensidad pero sin ninguna oscilación los estimo, como los calificaron los teóricos de la guerra.

 

 

El derecho penal internacional ha mutado para acercarse más a la justicia y de allí que, la responsabilidad de proteger desborde los parámetros anteriores en la búsqueda de una eficiencia que se torna inasible por momentos pero, debería ser, el derecho que viene, el que regirá el porvenir. Por esa razón, entre otras, la comunidad internacional, a la postre, deberá asistir a Venezuela en su extrema calamidad. Al costo que sea menester pagar, me temo.

 

 

El legado del difunto, sus acólitos y epígonos no es otro que, la demolición de Venezuela, su empobrecimiento y la muerte en vida de muchos de los conciudadanos. A los venezolanos le han declarado la guerra, otros venezolanos alienados por sus afanes concupiscentes, que para hacerlo constituyeron una organización criminal que simula gobernar,  así se lee en la prensa mundial y, créanme que es todo verdad, no son mentiras, ni fake news.   ¡La historia no los absolverá!

 

 

Nelson Chitty La Roche

@nchittylaroche

nchittylaroche@hotmail.com