Ceguera
mayo 7, 2014 7:27 am

Había mucha protesta en la calle, el Gobierno lo admitía pero no las relacionaba con descontento ni con reivindicaciones sociales sino con “planes minuciosamente previstos, con consignas dadas desde fuera para crear un clima de confusión y temor”. Eso decían los voceros oficiales: “Lo tenemos plenamente comprobado”.

 

En una alocución por radio y televisión, había un solo canal que era el estatal, el Presidente -dice la historiadora- “con voz policíaca y dedo índice alzado en ademán intimidatorio” declaró: “Quiero advertir que sabemos que el comunismo internacional no ha olvidado su derrota en nuestro suelo y busca afanosamente el momento de su destino. Sabemos que detrás de la reconciliación que dice promover se encuentra un insaciable rencor, y que esa libertad tan falsamente proclamada es la antesala de la tiranía”.

 

Es España en 1976. El año anterior había muerto Franco y encabeza el Gobierno su designado Arias Navarro. El presidente del Gobierno y un grupo de militares y políticos creen que el sistema creado por el Caudillo y alrededor de su figura perduraría. Según sus propias palabras había dejado “todo atado y bien atado”. Cuando la realidad se rebela y hay protestas sociales y reclamos políticos, la institucionalidad organizada para una parte de la sociedad y a fin de defenderse de la otra o con prescindencia de ella, es la legalidad formal, pero sus carencias y limitaciones son evidentes.

 

Los aferrados al poder no pueden ver la necesidad de los cambios y tampoco su inminencia. No saben explicarse lo que ocurre en la calle, lo que se discute en la prensa. Es una forma de ceguera. Está en la Escritura, “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Los regímenes hegemónicos que conciben el poder como un trofeo y un patrimonio no se reconocen a sí mismos como dictaduras. No importa su pretexto ideológico, razonan muy parecido.

 

Aquel presidente saldría, poco después. Dentro del sistema emergería la solución para el paso “de la ley a la ley por la ley”. Una reforma, no una ruptura. Una transición que para España fue un éxito histórico que sorprendió al mundo, cuya mayoría temía el regreso de los peores fantasmas del pasado. Pero lo bueno también ocurre.

 

El fin de semana estuve leyendo en casa La gran desmemoria de Pilar Urbano. Intentando tener un paréntesis en este clima nacional que tanto nos preocupa, y nos ocupa. En sus páginas repasé aquellos eventos. Y se me ocurrió compartirlo con ustedes. No sé por qué.

 

Por Ramón Guillermo Aveledo

rgaveledounidad@gmail.com