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Caterva de idiotas

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Caterva de idiotas

No me sorprende -pero sigue irritándome- la facilidad con que en Venezuela, sin que medie ningún tipo de análisis, criterio o razonamiento, se impone la pasión y de igual manera como se endiosa a los bellacos, se lanza al infierno a los adalides. En política ha sido una constante a lo largo de nuestra historia. Y en los últimos años, con el clima de confrontación cada vez mayor, no ha hecho sino empeorar. Porque ya no sucede solamente entre adversarios, sino entre personas que en apariencia se encuentran en la misma acera.

 

Es muy fácil criticar, vituperar, censurar. Sobre todo desde la comodidad de un sofá o desde el escritorio de una oficina con aire acondicionado. Todos parecen conocer las soluciones, pero pocos se integran a ser parte de ellas. Quiero recordar las sabias palabras del presidente estadounidense Theodore Roosevelt «no es el crítico el que cuenta, ni el hombre que señala cómo tropieza el hombre fuerte o dónde el hacedor de hechos pudo haberlo hecho mejor. El crédito pertenece al hombre que está realmente en la arena, cuyo rostro está desfigurado por el polvo y el sudor y la sangre, que se esfuerza valientemente, que yerra, que se queda corto una y otra vez (porque no hay esfuerzo sin error y deficiencia), pero que se esfuerza por realizar las obras. Aquél que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, que se sobrepasa a sí mismo luchando por una causa que valga la pena. Aquel que en el mejor de los casos llega a conocer el triunfo al final de un gran logro, y que en el peor de ellos, si fracasa, al menos falló habiéndose atrevido a mucho, de modo que su lugar jamás estará con esas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota».

 

Quizás la evidencia más trágica que puedo pensar de esta situación sea lo que sucedió con Eduardo Fernández el 4 de febrero de 1992: él, a sabiendas de que estaba en juego nada menos que su carrera hacia la Presidencia de la República, hizo lo que un demócrata convencido tenía que haber hecho. Y pasó lo que ha pasado y sigue pasando: lo execraron, sin importar que era la persona mejor preparada para haber ejercido la primera magistratura de este país, a la vez que se endiosó a un militar golpista y fanfarrón.

 

¿»Autosuicidio», desatino, despropósito?… ¡Somos una caterva de idiotas!

 

@cjaimesb

Por Carolina Jaimes Branger

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