Castillo de arena
abril 20, 2013 10:35 am

Los políticos son servidores públicos que, además, de una admirable capacidad de trabajo, de estudio y de salir adelante ante la adversidad tienen la loable condición humana de sacrificarse en lo personal para beneficio de la comunidad a la que sirven, aun a costa de la propia vida. Es lo que pregonan, pero muy pocas veces cumplen. Los más, anteponen sus intereses ideológicos, partidistas, grupales y pecuniarios a los del bien común. Nombran al hermano administrador, a la esposa jefe de relaciones públicas y desechan las propuestas de los aliados, las recomendaciones de los asesores y las razones del sentido común.

 

La política es el arte de ganar amigos, de reunir voluntades y de convencer a los adversarios en aras de un proyecto, de un sueño. En el trópico con financiamiento petrolero la razón se distorsiona y los sueños pueden derivar en terribles pesadillas en las que los salvadores de la patria y de la dignidad disparan a matar, roban elecciones, persiguen a los que piensan distinto y, contradictoriamente, se presentan como víctimas de una oligarquía que ni siquiera existió en los escasos ratos de prosperidad que hubo en la Colonia, siempre pobretona y siempre asediada por calamidades y epidemias. En la medida que pierden apoyo popular y se les escabullen lo votos que tenían como seguros, se vuelven más irascibles y patanes, más momios.

 

Hablan de debate, de discusiones, de la voluntad del pueblo y hasta de los derechos de las minorías, pero sacan la pistola ante cualquier sospecha de libre albedrío y proceden a la ejecución sumaria sin permitir el debido proceso ni el derecho a la defensa. La mentira y la descalificación, la procacidad gruesa, sustituyen las balas cuando pretenden guardar las formas, pero el linchamiento moral resulta tan sanguinario y bajo como el paredón. Se dicen demócratas, pero no reconocen al que cuestiona la unanimidad, la obediencia ciega y el servilismo.

 

Nadie ama a la fuerza ni es feliz por obligación, menos a quien insulta, amenaza, reprime, engaña y exige fidelidad sin retribuirla. Puede simular mientras obtiene algún beneficio, pero todo tiene un límite, Nicolás. En el trópico los castillos de arena parecen firmes, casi eternos, pero tienden a volverse polvo con una simple ventisca o con un aguacerito que por anémico no figuraba en el pronóstico del tiempo.

 

La política es el arte de entenderse y de sumarvoluntades. Preferir la confrontación y la radicalización, especialmente cuandono se cuenta con las fuerzas ni con el talento, es la manera más eficaz yexpedita de perder los territorios conquistados, de sacrificar lo que se dabapor descontado. Vendo dosis de humildad y generosidad, resultados garantizados.

 

Ramón Hernández