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Carta de Don Vicente Emparan a Nicolás Maduro

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Carta de Don Vicente Emparan a Nicolás Maduro

Señor Maduro: Hasta hace dos años no sabía que usted existía, y, mucho menos, que era presidente del hermoso país del que, hace 205 años, fui Capitán General: Venezuela
Las noticias me llegaron vía los innúmeros mortales pasados a este otro estado (que no vida)-más de 200 semanales- que, de repente, y coincidiendo con el ejercicio de su mandato, comenzaron a dejarse, no “caer” sino “subir” por estos eriales celestiales.

 

 
Escandalizado por tan crudo y asfixiante tráfico – aún en una época en que el planeta que una vez habité se hizo sinónimo de “guerra”- me dirigí a los trashumantes a preguntarles si Venezuela se había hundido en otro de los pavorosos conflictos armados que, casi la destruyeron en el siglo antepasado, donde yo viví -y que, tengo tendido, desaparecieron en el 20- y me respondieron que no, que no hay una guerra con otro país, ni entre facciones políticas nacionales, sino que el territorio se inundó de bandas de criminales que operan a sus anchas, sin interferencia policial ni judicial, con total impunidad y como si fueran un estado dentro del estado.

 

 

Pero no fue todo lo que me contaron las almas sutiles de paso, venidas de la hermosa tierra de la que fui Capitán General hace 205 años, sino que dicen –¡Ay, Dios mío, cómo me cuesta escribirlo!- dicen que desde que usted es presidente ha desaparecido la comida en Venezuela, las medicinas son un bien escasísimo, y que otros productos que sería largo describir y son indispensables para vivir, son más raros que joyas caídas de otros planetas y que, para procurárselos, hay que hacer colas durante horas y horas, días y días, noches y noches, y aun así, deben regresar a sus casas sin sustento, ni alivio.

 

 
Y volví a preguntar a otra alma trashumante, de las que moran aquí brevemente mientras esperan que el “Señor del Universo” les asigne el recodo donde existirán por toda la eternidad, le pregunté si alguna peste, plaga, huracán, terremoto, maremoto o volcán había asolado a la amada Venezuela.

 

 
Y me contestó: “Algo peor, señor Capitán General, porque no es una catástrofe natural sino histórica, política y filosófica, de esas que inventan los hombres, los mortales, por puro capricho, para experimentar con teorías que defienden y ésta dice que, el hombre prefiere la esclavitud a la libertad, la dictadura a la democracia y la limosna al trabajo”.
-¿Cómo? ¿Eso dicen? ¡Ave María Purísima!. ¿Pero cómo pueden defender tales blasfemias, cuando nuestro paisano, Miguel de Cervantes, nos legó esa verdad transfigurada en poema de: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida?”

 

 
Y Nuestro Señor, que aquí reina en su Santa Gloria, nos premió con el libre albedrío, virtud suprema que le permite a los humanos decidir, elegir, escoger, sin que nadie, ni aun Dios Mismo, pueda intervenir en sus preferencias. Cómo será Dios de libre que hasta nos legó el poder de decidir por el mal. ¿Y de dónde salió eso, eso de que unos mortales supriman y anulen los dones del Dios, eterno, inmortal. ¿En Venezuela?

 

 
-No señor Capitán General, Dios nos libre. Hasta ahí no hemos llegado. Más bien allá se aplica como un anacronismo, porque su época de auge fue en el siglo pasado, cuando un grupo de naciones quiso hacer realidad el experimento y lo que que hicieron fue precipitarse a la ruina , y a gigantescas violaciones de los derechos humanos. Pero ya salieron de eso y se orientan hacia la democracia y la libertad. Ese entuerto es lo que llaman, marxismo, socialismo y comunismo.

 

 
-¿Marxismo, socialismo y comunismo? Nunca había oído hablar. ¿Y quién inventó ese partido, religión o filosofía?

 

 
-Unos barbudos alemanes en el siglo XIX, pero la establecieron en el siglo XX otros barbudos rusos y ahora, la tienen sobreviviendo otros barbudos, pero cubanos.
-¿Barbudos? ¿Usan barbas? Pues debe ser porque los mortales, los hombres, en su afán de darle a Dios representación antropomórfica, lo barbaron. Ya entiendo, son un símbolo del poder. Les gusta el poder. Maduro ¿es barbudo?

 

 
-No, no tiene. Aunque si, tiene barbas…pero en la mente.

 

 
-Seguramente, porque de otra manera no creería en esos disparates. Entonces, ¿hay esclavos en Venezuela, gente presa, perseguidos?

 

 
-De los esclavos diría que no en la forma antigua, sino en la moderna, que consiste en quitarle propiedad y trabajo a la gente y condicionarles el sustento y la poca libertad a que crean en ellos, en su sistema. Y si no, son excluidos, van presos o al exilio.

 

 
-Si, ya entiendo. El mismo sistema que intentó y casi estableció en España, Tomás de Torquemada: la Santa Inquisición. Una fórmula según la cual, todo el mundo era hereje o estaba en transe de ser hereje. Y si “pecaba” era quemado en la hoguera y Torquemada y la Inquisición se quedaban con todos sus bienes. Todo el mundo era pobre en España, menos Torquemada, su inquisidores y los reyes que lo apoyaban. ¡Torquemada!. Bien guardado que lo tiene Nuestro Señor. Y en los infiernos.

 

 
Y se fue, el alma sutil se fue. Seguro que a trashumar por el Cosmos, hacía la galaxia donde Dios decida ubicarla para que more durante toda la eternidad.

 

 
Pero me dejó una gran angustia, una gran desazón, inquietud, sentimientos que, como inmortal, me está prohibido sentir aquí, en el más allá, que dicen ustedes, pero me estallaron, me explotaron, y es que, me di a preguntarme si, usted Maduro, habrá desaparecido, destruido o abandonado las obras que, durante los años que fui Gobernador de la Provincia de Nueva Andalucía, de lo que llamaron después Cumaná y Barcelona (1792-1804), construí con recursos de mi propio pecunio para embellecer a una de las tierras más bellas que jamás conocí.

 

 
Pero basta de autoelogiarme y mejor referirme a noticias muy alentadoras que me llegaron la última semana de la hermosa tierra de Venezuela, y que…!oh, sorpresa, oh destino”… nos involucran a usted y a mi, señor Maduro: y es que, me cuentan que se realizaron unas elecciones parlamentarias y, su partido las perdió con un 16 por ciento y las ganó la oposición, que pasa ahora a tener mayoría absoluta en el Congreso.

 

 
Y la parte inquietante de la noticia, que es la que motiva esta carta, es que también me cuenta, señor Maduro, que usted y los que lo secundan en la presidencia, han empezado a mostrarse reacios a aceptar los resultados y ya van, por desconocer la nueva Asamblea, y están instalando otra, paralela.

 

 
Válgame Dios, señor Maduro, ¡qué pecado!, desconocer la voluntad popular, la del Señor de los Cielos, que es el que da libertad y libre albedrío. Que fueron las consideraciones que me planteé cuando, en las primeras elecciones libres que se realizaron en Venezuela y España, hace 205 años, un 19 de abril de 1810, unos cientos, quizá miles de caraqueños, de venezolanos constituidos en pueblo, votaron contra mi, alzando las manos, y no salí a desconocerlos, a crear una Capitanía General paralela, sino a decir: “Si no quieren que gobierne, yo tampoco quiero mando”

 

 
Y no eran los 7.707.424 ciudadanos que votaron contra usted y su partido, sino unos cientos, o quizá miles, de caraqueños, y yo, un “Grande de España”, descendiente del Rey Alfonso XI de Castilla, El Justiciero, en onceava generación y representante en el momento de uno de los grandes reinos de la tierra, me rendí, me sometí, porque también sabía de antiguo que: “Vox populi, Vox Dei”.

 

 
Y usted, señor Maduro, que me cuentan dice nació en el pueblo, y es del pueblo, que pregona y proclama que lidera un partido popular, revolucionario, o que se yo, cuando el pueblo le exige le devuelva el poder que alguna vez pudo darle, se niega hacerlo y se declara en rebelión contra el pueblo.

 

 
¿Qué si me he arrepentido, que si he repensado que, siendo yo, un “Grande de España”, di tan audaz, inopinado y trascendente paso, pues si, lo he repensado, pero no arrepentido, porque los verdaderos hombres, los verdaderos patriotas, los que aspiran a ser recordados, abren puertas, no las cierran.

 

 
Y usted, señor Maduro, está cerrando puertas, no las está abriendo y yo le aconsejo que vea los rostros, las miradas, las manos de los 7 millones de electores que votaron contra usted y sus partidos el 6D, como yo vi los de los cientos de ciudadanos, quizá miles, que me pidieron en Caracas, un 19 de abril de 1810, que les entregara el poder: eran tranquilos, intensos, fuertes, decididos y como preparados para ir donde fuera necesario si se les negaba lo que les pertenecía.

 
Usted es medianamente joven, dicen, señor Maduro, cuenta medio siglo, creo, y me dicen que tiene esposa, hijos y nietos, y yo le aconsejo que piense en ellos antes de exponerse a que los rostros, miradas y manos tranquilas pero intensas de los venezolanos lo manden a la cárcel, al exilio o a estos eriales celestiales, a vagar sin rumbo y por un espacio sin fin, y frío, muy frío.

 
Si lo sabré yo, que morí en 1820, en mi País Vasco natal, a los 73 años y gasto por aquí casi dos siglos sin olvidar el momento más feliz que pudo vivir cualquier ser humano: “Si no quieren que gobierne, yo tampoco quiero mando”.

 

 

Manuel Malaver

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