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¿Banalidad del mal?

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¿Banalidad del mal?

 

Aunque Nicolás Maduro afirme que las manifestaciones en contra de su régimen han sido reprimidas solo con “agua y gasecito”, lo cierto es que las víctimas mortales de esa represión han fallecido como consecuencia del impacto de proyectiles asesinos, disparados por guardias nacionales que cumplían órdenes superiores. Es innecesario destacar que esos hechos están prohibidos tanto por la Constitución venezolana como por el derecho internacional; pero jamás eso ha sido un obstáculo para un gobierno forajido. Estos crímenes han sido cometidos por quienes, hasta antes de llegar al poder, se presentaban como los hombres nuevos que iban a hacer imperar el Estado de Derecho y que, bajo su mandato, tendrían como norte el respeto de los derechos humanos de todos.

 

 

Adolf Eichmann, ese funcionario del Tercer Reich alemán que envió a las cámaras de gas a millones de seres humanos, intentó justificar su conducta afirmando que era un burócrata que solo cumplía órdenes. Esa actitud fue calificada por Hannah Arendt como “la banalidad del mal”. Pero ningún funcionario del Estado, juez u oficial de la FAN puede ser indiferente a las consecuencias del acatamiento de órdenes superiores de carácter criminal. No hay excusa para comportarse como un salvaje en el trato a los ciudadanos, mientras se aparenta ser un hombre normal, piadoso y civilizado en la vida privada. Ni la maldad es algo banal, ni está desprovista de consecuencias jurídicas.

 

 

Ni Chávez se presentó como algo distinto a lo que era, ni Maduro ni sus esbirros han sugerido alguna vez que sean verdaderos demócratas, respetuosos del pluralismo político y de la vida humana. Entre quienes fueron ministros de Chávez o que recientemente lo han sido con Maduro, al igual que muchos diputados del PSUV, o incluso algunos de aquellos que han llegado al TSJ gracias al chavismo, no todos pondrían sus ideas políticas al servicio del asesinato y la barbarie. Muchos ya se apartaron de ese proyecto político. Con certeza, debe haber muchos oficiales de la FAN que no están dispuestos a prestar su nombre para una aventura criminal que desacredita a una institución históricamente respetable. Lamentablemente, hay otros a quienes el poder ha corrompido absolutamente y los ha transformado en algo muy distinto de lo que decían ser y de lo que sus familiares, vecinos y amigos creían que eran; han mutado en los “hombres nuevos”, obedientes y serviles, que necesita el chavismo para perpetuarse en el poder a sangre y fuego. Pero eso no es lo que necesita Venezuela.

 

 

¿Cómo es posible que gente que parecía respetable, de la noche a la mañana, pueda haberse transformado en seres inescrupulosos, crueles y sanguinarios? Quienes están al frente de la represión, si todavía tienen algo de decencia, deben estar avergonzados de sus actos. El defensor del pueblo no puede sentirse orgulloso de su trayectoria pasada si, cuando ha tenido la posibilidad de actuar, no ha sido capaz de aferrarse a los ideales que alguna vez pregonó. Ya sea porque dieron las órdenes o las ejecutaron, los responsables de esta carnicería han perdido la fibra moral que distingue la civilización de la barbarie.

 

 

Las personas podemos cambiar aprendiendo de nuestra propia experiencia o adaptándonos a nuevas circunstancias; en nuestro pensamiento y acción puede haber evolución, pero difícilmente habrá un cambio radical que nos aparte de nuestros valores y principios. Lo cierto es que, como regla general, los individuos tratan de ser coherentes con los ideales que han marcado su formación y a los que a veces se han aferrado con pasión. Lo que hace respetables a las personas no es que piensen como nosotros, sino que mantengan una conducta acorde con lo que han dicho y hecho previamente; pero ese no es el caso de quienes nos gobiernan.

 

 

Héctor Faúndez

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