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Atajar la crisis

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Atajar la crisis

¿Por qué están cerrando las empresas? Esa es la pregunta que no quiere responder el gobierno. Tal vez porque no le importe o simplemente porque ya sabe la respuesta y se conforma con seguir la inercia en la que transcurren sus propias mentiras. El régimen sabe que no cierran como producto de una “guerra económica” que ellos mismos inventaron. También sabe que “el imperio” no tiene nada que ver con la estampida. Pero no quiere reconocer que algo está haciéndose mal cuando los resultados son los que están a la vista de todos: caída del PIB, inflación, escasez e inseguridad. Al parecer la maquinaria destinada a implantar el socialismo del siglo XXI es muy eficiente en su fase destructiva y absolutamente estéril cuando se le pide que germine en nuevas oportunidades.

 

Las empresas cierran cuando las condiciones de mediano y largo plazo ratifican el desmadre del presente. Son quince años de deterioro. Quince años en los que se han perdido los derechos de propiedad y se ha estrangulado el libre comercio. Quince años en los que cualquier oportunidad es buena para gravarla con nuevos tributos y procedimientos. Quince años en donde la jugada predice siempre el jaque-mate, casi por cualquier cosa. Quince años en los que el gobierno ha propuesto una carrera infernal en la que todos los obstáculos se agigantan y terminan por agotar las posibilidades legales de la empresa. Quince años de inspecciones que ya vienen con la orden de cierre. Quince años en los que el odio social y el resentimiento son la esencia del discurso del INCES, INPSACEL, IVSS, SENIAT y SUNDEE, entre otros.

 

Quince años en los que las palabras ocupación, expropiación, confiscación, cierres, multas y cárcel son las amenazas cotidianas y la oportunidad para la extorsión. Quince años con un control cambiario que favorece el bochinche, los malos negocios y el chantaje. Quince años en los que resulta imposible fijar precios, controlar costos, y tener acceso confiable a los factores de producción. Quince años donde los militares son los encomenderos de la represión económica. Y para colmo, quince años donde los datos de empresas y empresarios son de libre difusión entre aquellos cuyos planes son siempre delictuosos.

 

Y llegado el momento en el que las pérdidas son un acumulado de las de ayer, las de hoy y las del tormentoso mañana, entonces no queda más remedio que hacer un corte y bajarse de esa montaña rusa, arbitraria y caótica, que solo promete mayores pérdidas y ninguna ganancia. No son decisiones fáciles, pero son las decisiones que un simple y elemental cálculo racional recomienda. El gobierno es en este caso la causa eficiente. En sus manos estaría dibujar mejor el largo plazo, o por lo menos decir cuando concluye este proceso en el que todos los días se cambian las reglas del juego.

 

El sentido común dice que las empresas florecen en tiempos de paz, respeto al estado de derecho y garantía de libertades. Yo me atrevo a decir que la prosperidad está reñida con la demagogia y el heroísmo fraudulento de los caudillismos. No hay progreso cuando la política se reduce al ataque, la injuria y el cerco. ¿No será posible un mínimo examen de conciencia sobre los medios que se usan y los resultados que se obtienen? ¿No hay suficiente sensatez como para relacionar estas políticas socialistas con esta tragedia? ¿No queda cordura suficiente como para atajar un cierre preguntando qué es lo que habría que hacer para mantener una empresa en funcionamiento? ¿No habrá alguna mente esclarecida que le diga al presidente que si sigue por este camino se está garantizando un futuro de ruina y dificultades crecientes? ¡Me temo que no!

 

Porque en lugar de contener los efectos trágicos de una mala economía el régimen prefiere incurrir en los mismos errores. En lugar de invitar a los empresarios a inventar una nueva oportunidad salen a gritar que viene una nueva época de ocupaciones y estatizaciones. Como si no cargáramos ya el inmenso fardo de miles de inventos e intentos de empresas e iniciativas públicas que han fracasado rotundamente, y que ahora solo pueden exhibir esa desoladora vergüenza de ser improductivas y tener que mendigar su cuota de presupuesto para seguir manteniéndose como parte de esta inmensa ficción. Lo peor es que esa insistencia en el error político lo único que logra es acelerar la fatal decisión de otras empresas que aun están guapeando.

 

Las empresas cierran por las mismas razones por las que nuestros jóvenes se van. Porque no ven en el gobierno, ni en su ideología, ni en sus ofertas, los mínimos requisitos indispensables para seguir echando raíces en Venezuela. Se van porque cada apagón les hace perder dinero. Cierran porque la inseguridad les hace imposible mantener la operación y cada vez más difícil sostener el clima de optimismo que caracteriza a los buenos emprendimientos. Dejan de operar porque este gobierno ha depredado su buena fe y esquilmado las esperanzas hasta dejarlos en carne viva. Las empresas son unidades sociales que necesitan un mínimo de certezas alentadoras. Y aquí lo único que se les asegura es que nada de lo que se ha montado en los últimos quince años se piensa desmontar. La tragedia de este socialismo es que su destructiva locomotora carece de palanca de retroceso, y al parecer tampoco tiene frenos.

 

Si este gobierno tuviera un mínimo de capacidad para discernir dejaría de buscar culpables y comenzaría a verse en el espejo de sus malas decisiones. Porque no cabe duda, después de quince años el gobierno es el único responsable de esta crisis que no se ataja. Mi mamá diría que es de los que “ni lava, ni presta la batea… pero que está pendiente –y armado- de quitarte la tuya, el jabón e incluso la ropa que quieres lavar”. y este es el peor de los mundos imaginables.

 

 Víctor Maldonado C

 @vjmc

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