¡Arre Herrera Luque, Arre Urogallo!
abril 18, 2017 7:59 am

A dos escritores Venezolanos les preservo incólume admiración por haberles leído desde niño y tener que releerles en estos días a la saga del plasma causal de tanta violencia, desviación y desdén. Son Rómulo Gallegos y Francisco Herrera Luque. Dos sabios a quienes les confiero el mérito de haberme estrenado con no poca cosa: el amor, la historia y el quicio de nuestra razón de ser…

 

 

En Doña Bárbara me enamoré de Marisela, la hija no deseada con Lorenzo Barquero. Mujer “cunavichera”  y blanca de orilla, de irreverencia ingobernable, propia de quien habiendo vivido entre el abandono y la incuria, se sobrevino a la belleza y la justicia. En Boves me volví a enamorar. Esta vez de Eugenia. Mujer noble y sensual a la vez, que desanudó el talante indomable de José Tomas, haciéndole cabalgar hacia la muerte en un caballo inexperto, encabritado a la zafra del lanzón que le atravesó el corazón. Así muere el Boves de Herrera. Como el pájaro espino del cantábrico, el Urogallo, desde cuya alegoría el autor diviniza el origen de nuestras cegueras: el desamor.

 

 

En las historias “verídicas, fabuladas y verosímiles” de Herrera Luque -al decir de Benedetti- están todas las respuestas a todas las preguntas. Para el psiquiatra historiador no fue suficiente un reporte epistolar de patografías hereditarias. Fue necesario mutar de cientista a novelista, de Viajeros de Indias y la Huella Perenne a la tríada de vocación ficticia, de Los Amos del Valle, Boves el urogallo y la Casa del pez que escupe el agua, para dar con la búsqueda seminal del por qué somos como somos. Comprender la exuberancia socio cultural del país, desde la colonia hasta nuestros días, arrastrada por atavismos, mitos, castas, guerras y taras, iba más allá de cabalgar “papelotes y archivos”. Ya lo advertía otro gran psiquiatra, Olivar Sacks (Awakenings/The man who Mistook his wisfe for a hat) citando a Hipócrates: “las enfermedades no se describen, se cuentan, se narran en vivencias, en pérdidas…”

 

 

Entonces [Herrera] decidió penetrar las verdades ocultas de la Casa Guipuzcoana, dando vida a Juan Manuel Blanco y Palacio, personaje central de “los amos del Valle”, donde ilustra como 20 familias mantuanas que controlaban la capitanía, justifican luchar por la independencia más por el cacao, que por la libertad. Decide develar los intereses de los banqueros Weleser, encarnados por Felipe Von Hutten -personaje de la Luna de Fausto- a quienes la corona española hipotecó nuestra amazonia de techos dorados o desmigajar las conductas psicopáticas de más de 1200 monarcas y hombrecillos de manto ducal, tras la alucinante sucesión de más de cuatrocientos personajes y 6 siglos, desde Don Pelayo hasta Doña Juana la Loca, los Borbones y los Habsburgo. Todo un enjambre humano de poder, ambiciones, vicios e incestos, que amorfa nuestra trepidante realidad psicosocial. Es lo Herrera Luque no quiso investigar, sino revivir. Por ello dejó que “las ideas y las palabras, por ellas mismas, encontraran su forma… dando vida al novelista que siempre vivió en mi” (Carta Herrera Luque a R. Lovera De-Sola 3/5/1976).

 

 

Con el testimonio “fabulado”, Herrera no idolatraba a Boves o a Piar, sino alertaba el origen de su rebeldía, agresividad y demencia. Por eso nos enamora de la sensualidad de una mulata, llamada Venezuela, plasmaba en la Eugenia de Boves, en la María de Rufino de Blanco Fombona (El hombre de hierro), en la María Eugenia Alonso de nuestra Teresa de la Parra, (Ifigenia) o en “su negrita”, como llamaba a su esposa, Margarita. Es la anomia de los miserables convierte en héroes a los impíos, por lo que narra como en el llano, monte adentro, “la imagen del Taita [Boves], continua presente y omnisciente; un caudillo para algunos simpático y dicharachero, que creció en el repudio y la blasfemia de palizas en plaza pública” (Boves en la voz de los viejos. FHL. El Nacional 09/09/71). Entonces Herrera lo condena y lo redime [Boves] entre atrocidades y pasiones desbordadas; la frontera entre el bien y el mal, desde donde el narrador-psiquiatra nos grita desesperadamente: ¡suprimir la barbarie con los afectos, los cariños  y las adhesiones! Era su encanto irreverente por tierra profanada, donde amarnos hasta morir, será nuestro insigne desafío. Reto que lo agobiaba y le hizo confesar: “No es cosa fácil ni productiva echarle en cara a un pueblo sus lacras e iniquidades por más que una lección semejante sea expresión de amor y de una firme voluntad terapéutica”.

 

 

Deseaba rendir tributo a la memoria de un insigne Venezolano que se nos fue sin vivir lo que profetizó, pero que su verbo seguirá vivo con su Fundación, ahora en EEUU. Se nos marchó cómo un personaje de sus épicas, haciéndole el amor a Venezuela. Hoy le escucharía decir desde su butaca en la Qta. San Martin de Altamira: “mira a la gente hija, mira a ese viejo hurgando en la basura, a esa señora en la marcha o esos jóvenes ataviados de libertad. ¿Dime si no es unamaravilla Mariana? A pesar de las penurias, de los momentos de cambio que vivimos, ¡somos alegres! y así tenemos que seguir. Esa es Venezuela…». Pues nada Don Pancho, como Boves en su arpegio: “¡Arre Urogallo, arre Francisco, arre Venezuela! Muy pronto ella renacerá alegre, como tiene que seguir, como no será descrita sino bien narrada…

 

 

 Orlando Viera Blanco

@ovierablanco