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Aquella Venezuela que hoy extrañamos

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Aquella Venezuela que hoy extrañamos

La muerte del popular, apreciado y querido cantante Memo Morales, trabajando en su alegría en las primeras horas de este 1° de enero, podría ser considerada como síntoma de la agonía de una Venezuela que cada día existe menos.

 

 

 

Una importante cantidad de venezolanos que apenas tienen –o se acercan– a edad de votar, no conoció aquella Venezuela cargada de problemas e injusticias, pero también de alegría, de generosidad y de entusiasmo.

 

 

 

Había ranchos, también existía el 23 de Enero, edificios abigarrados del centro de Caracas, espacios más amplios de las urbanizaciones, el curioso entrelazado del Saladillo, en Maracaibo, los barrios del sur de Valencia crecían, en las profundidades no visibles de la autopista Caracas-La Guaira se extendían barriadas humildes, pero vigorosas.

 

 

 

Había delincuencia, accidentes en carreteras y autopistas, una guardia nacional confiable, un tránsito terrestre sobornable, pero también de oficio de carrera y respetado, un cuerpo de policía judicial con reconocida eficiencia, militares que estudiaban carreras profesionales con respaldo de su institución y soñando futuros gerenciales profesionales y empresariales.

 

 

 

Un país que cargaba al mismo tiempo sus inmensos problemas y sus grandes oportunidades, un pueblo de emprendedores, de personas cordiales y trabajadoras, un Estado siempre sobredimensionado, pero con ministros que conocían sus áreas de especialidad y trataban diariamente de realizar, de cumplir, de nadar a pulso en un pesado mar de burocracia y permisología.

 

 

 

Aquella Venezuela padecía corrupción, la justicia deshonrosa, pero al mismo tiempo era el más firme y admirable ejemplo de democracia.

 

 

 

Esa es la Venezuela que cometió la inocentada en su desesperación –quizás con razón– de llevar la ilusión groseramente manipulada al poder, que se dedicó a destruirla sistemáticamente hasta la actual patética, desesperanzadora y torpe vergüenza nacional que impúdicamente y con ayuda cubana, se aferra con garfios sangrientos al poder.

 

 

 

Quienes tenemos cierta edad recordamos aquella Venezuela democrática que no solamente era una de las mayores potencias petroleras del mundo, con una Pdvsa admirada internacionalmente, reconocida por su permanente eficiencia y sólida meritocracia, sino también un pueblo de hombres y mujeres que se echaban la vida, el presente y el porvenir al hombro e iban levantando, día a día, un país productor y exportador, gente que aprovechaba la fuerza minera para crear, sostener y desarrollar fuentes de trabajo.

 

 

 

Quienes tienen menos de 30 y poco de años, y aún peor quienes apenas llegan a los 20, no conocieron esa Venezuela a la cual todos señalábamos errores al mismo tiempo que nos esforzábamos en corregirlos. Aquella nación que miraba al mundo como objetivo y con orgullo de que éramos un pueblo al cual valía la pena mirar, seguir y respaldar.

 

 

 

Era la Venezuela envidia y obsesión de los implacables hermanos Castro que se babeaban por los ingresos petroleros, pero jamás entendieron el significado ni aceptaron la importancia del esfuerzo y el talento humano. Rechazaban aquella democracia imperfecta, pero animosa en la que Estado, sindicatos y empresarios se reunían cada año para definir los ajustes salariales. Los sátrapas cubanos solamente querían enterrar sus garras asesinas, torturadoras y tragarse el petróleo, no para los cubanos a quienes ya habían quitado y prohibido todo, sino poner a funcionar lo mínimo necesario, optimizar el control policial, militar, para beneficiar sus propias cuentas bancarias con la comercialización del oro negro.

 

 

 

Rómulo Betancourt les cerró las puertas en las fauces, los derrotó, los avergonzó en el terreno militar, los sacó de la Organización de Estados Americanos por invasores y sinvergüenzas. Los siguientes presidentes los mantuvieron alejados aunque nunca podrán ser acusados de regodearse en esa firmeza, más bien, tuvieron detalles de gentileza.

 

 

 

Quien se dejó engañar por los piropos, gestos seductores e hipócritas del tirano, que tardó demasiado en morir, fue un ingenuo e ineficiente militar cuartelero con afanes de beisbolista frustrado con cursos de oratoria, quien, seducido y embrujado, les abrió las puertas de par en par convirtiéndolos en participantes favorecidos.

 

 

 

Nicolás Maduro es un desconcertado y comprobado incompetente heredero, como esos afortunados indoctos a los cuales les toca una lotería, que se sienten dueños del mundo y no mucho tiempo después no tienen más remedio que vender por lo que les den lo poco bueno que compraron –la caña se orina, no se revende– y de ahí terminan en la misma pobreza de antes del premio, pero además con el estupor e infortunio de la oportunidad derrochada.

 

 

 

Se le permitió entrada a la decadencia hambrienta y usurera del castrocomunismo, Maduro solamente logra chapotear con torpeza y malos chistes en el lodazal que dejaron las aguas que un día inundaron y hoy van bajando sobre las ruinas que produjeron.

 

 

 

A quienes sobrevivan esta tragedia les corresponderá reconstruir un país y no les será ni rápido ni mucho menos fácil, aparte que muchos de sus dirigentes tampoco parecen tener abundancia de originalidades, están cometiendo errores similares, con caras diferentes, que ya hicieron un cuarto de siglo atrás. Por ello, además, luego de mucho crecer empiezan a perder simpatías populares.

 

 

 

Este nuevo año no será mejor, será peor, porque el petróleo venezolano es más costoso de producir y menos caro de vender; además, lo que se produce está comprometido con cubanos, por estupidez, y con chinos, por deudas, es la herencia embrujada –con magia negra viscosa, no con hechizos blancos de las fábulas– que Chávez creyó manejar y que Maduro no tiene idea de cómo maniobrar.

 

 

 

Es la maldición de los muertos, la de la podredumbre mental que siempre fue Fidel Castro, la frustración ofensiva e irrespetuosa de los huesos de Bolívar, la originalidad de una revolución que fue parida, desarrollada, aplicada y acuchillada en medio de alacranes venenosos.

 

 

 

Los que se encarguen cuando las sombras se vayan finalmente tendrán en sus manos una tarea titánica para la cual, lamentamos decirlo, no han demostrado hasta ahora mayor capacidad. Siguen sin comprender que el camino no está en juntar partidos, sino en establecer la unión.

 

 

 

No es el mejor mensaje para iniciar el año, pero no somos politiqueros para proclamar sueños ni maduristas para no entenderlos.

 

 

 

Armando Martini Pietri

@ArmandoMartini

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