Amor con hambre no dura
diciembre 16, 2017 5:47 am

 

 

Los parroquianos de la izquierda teórica y los que se han denominado izquierdistas para entrar a saco en el tesoro público, en las empresas del Estado y en todo lo que les puedan entregar a rusos, bielorrusos, chinos e iraníes a cambio de espejitos, chatarra militar y tecnología obsoleta se presentan ante las masas hambrientas, y no es una figura retórica, como los dispensadores de amor y dicen ser todo corazón. No me jodas.

 

 

 

Desde los tiempos de Juan Jacobo Rousseau y antes desde la prédica de Jesús de que más fácil pasaba un camello por el ojo de una aguja que un rico por las puertas del Cielo, lo fácil es echarle la culpa a la gente de fortuna mal habida o no de los males de la humanidad, de los peores infortunios e injusticias. No basta ser pobre para ser bueno, esas cualidades morales y éticas no se ganan mientras se pasa hambre, se recibe limosna o se le hacen loas al gobernante que les humilla y les pisotea la dignidad que dice defender.

 

 

 

La calamidad, el desastre, la catástrofe no empezó el día que a media tarde anunciaron el fallecimiento del teniente coronel que, habiendo sido dado de baja por haber traicionado su juramento de no utilizar las armas de la república contra la institución republicana –valga la redundancia, Toribio–, fue elegido presidente con menos votos que Jaime Lusinchi y Carlos Andrés Pérez, apenas 3.673.685 boletas. No fue ningún fenómeno electoral, sino –lo sabemos ahora– el peor fracaso de la antigua Capitanía General de Venezuela, incluida la gestión de los Welser, de la Guipuzcoana y también de los hispano-filipinos que tanto molestó a los progenitores de los integrantes de la Sociedad Patriótica.

 

 

 

Desde el primer día al chavismo se le vieron las costuras populistas, aunque pocos recuerden el banquete que el nuevo gobierno ofreció en los predios de Nueva Tacagua “a los desheredados y condenados de la Tierra”, en el mejor estilo de Frantz Fanon, y se alarmen de la corrupción que campea después de la experiencia del Plan Bolívar 2000. ¿Fue preso el general que se daba los cheques y los mandaba a cobrar con el ayudante?

 

 

 

En estos 18 años, como Rousseau en el siglo XVIII, estos pésimos gobernantes carentes de toda virtud han utilizado los medios de comunicación del Estado, los dineros públicos y asesorías nacionales y extranjeras para hacer creer que son los únicos que sienten verdadera compasión por los pobres, que mientras los ricos pretenden que mueran de hambre y enfermedad para seguir acumulando fortuna, ellos, los herederos de Cristo, Marx y Lenin, se sacrifican por el bienestar del pueblo. Habría que comparar cuánto pesaban unos y otros para obtener las conclusiones más incontrovertibles. Está a la vista.

 

 

 

Todos los estudios indican que la población venezolana ha perdido en los últimos 5 años un promedio de 9 kilogramos, pero ese no es el caso de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Freddy Bernal, Iris Varela, Darío Vivas, Ernesto Villegas, Elvis Amoroso, Wills Rangel, Érika Farías, Delcy Rodríguez y su hermano querido, los integrantes del alto mando militar y aquel flaco desmirriado que era el profesor Aristóbulo Istúriz. Todo ellos y sus aliados más cercanos han ganado peso, y hasta sobrepeso. Lucen rozagantes, bien vestidos, bien comidos y bien calzados, además de bien protegidos contra el azar de la delincuencia y el tráfico venezolano, siempre tienen moscas que les abran paso y camionetas a las que nunca les falta aceite lubricante, cauchos, baterías ni ningún otro repuesto o periquito, como sirenas y luces rojas y azules para atemorizar.

 

 

 

 

Compasivos, se niegan a permitir la ayuda humanitaria, “no somos un país de mendigos”, y a destinar 4 míseros millones de dólares para comprar todas las vacunas que necesitan los niños, y los antihipertensivos que requieren 14 millones de adultos, mucho menos las quimioterapias y los aparatos de diálisis por los que claman los enfermos del riñón. Creen que con una caja con 2 kilos de arroz y otros 2 de caraotas, más una botellita de aceite y un sobre de mayonesa insípida es suficiente para una familia pobre, mientras ellos celebran con prosecco “el triunfo” en las elecciones. Su guerra no es por los pobres, sino porque los únicos ricos sean ellos, con sus quintas, sus aviones y sus yates.

 

 

 

La cuenta les salió mal. Todos van a bordo del Titanic, no importa que pongan una y otra vez el disco rayado de Alí Primera, entreguen el coltán y todo el oro cochano, que acaben con el Salto Ángel; ya la estupidez superó la línea de flotación. Remato un par de salvavidas, no quedan más.

 

 

Ramón Hernández

@ramonhernandezg