Héctor Faúndez
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14 DE JULIO DE 2017 12:14 AMEs de celebrar que Leopoldo López ya esté en su casa, lejos del trato inhumano que le dispensaban sus carceleros. No cabe duda de que la salud de López debió haberse deteriorado en las mazmorras del chavismo; pero no nos engañemos. No es el TSJ el que, alegando “razones de salud”, ha decidido cambiar las condiciones de su privación de libertad; si así fuera, muchos otros presos políticos también ya estarían en sus casas. La decisión que comentamos fue tomada por Maduro y ejecutada por sus amanuenses en el TSJ, valiéndose del pretexto que les pareció más conveniente. Aun así, debemos estar contentos de que un preso político haya podido regresar a su hogar. Otra cosa es que, por ese hecho, debamos estar agradecidos.
En este gesto de Maduro no ha habido magnanimidad, ni mucho menos justicia, sino el oportunismo político más rastrero. Este régimen nunca se ha caracterizado por actuar movido por “consideraciones humanitarias”, sino por el mero cálculo político, especialmente ahora, que ve que se ha quedado solo y que el tiempo se le acaba. Por eso, Maduro ha tenido el descaro de dirigirse a Leopoldo López (a quien no se atrevió a llamar por su nombre sino, simplemente, como “el señor LL”) pidiéndole que lanzara “un mensaje de paz” a los venezolanos que están siendo masacrados por atreverse a protestar en contra de la tiranía.
Es posible que este simple hecho marque un cambio de rumbo en el destino de un país empobrecido, en el que imperan la corrupción y la impunidad. Pero no hay nada que agradecer. Después de haber sido condenado en un juicio arbitrario, sin las garantías del debido proceso, en el que jueces y fiscales recibían instrucciones desde el Palacio de Miraflores, y mediante una sentencia estrafalaria cuyas motivaciones carecen de un sustento lógico, esa sentencia sigue firme y Leopoldo López sigue preso; en su casa, pero preso.
Las condiciones que generaron las protestas sociales que llevaron a la condena de López tampoco han cambiado. Todavía subsisten la incompetencia, el nepotismo, la infiltración del narcotráfico en las más altas esferas del poder público, la existencia de bandas armadas amparadas por el chavismo, y la degradación moral del Poder Judicial. En realidad, hoy hay más presos políticos que cuando Leopoldo López fue llevado a prisión; hay más represión y más arbitrariedad, y se necesita, más que nunca, un defensor del pueblo capaz de hacer su trabajo. Nada ha cambiado para mejor.
Continúa la represión en contra de todos aquellos que se atrevan a disentir del régimen; en las oficinas públicas, e incluso en el aeropuerto de Maiquetía, se exhibe un inmenso afiche proclamando que “Aquí no se habla mal de Chávez”; en fin, mientras otros países de la región crecen y prosperan, Venezuela tiene una hiperinflación y, por si fuera poco, desabastecimiento de alimentos y medicinas. Frente a este panorama, la respuesta del régimen ha sido convocar a una asamblea constituyente, bajo las reglas fijadas por Maduro, garantizando que ella sea controlada por el PSUV, y asegurando el total desmantelamiento de lo poco que quedaba de democracia. No hay motivos para estar contentos, y hay pocas razones para ilusionarnos con el regreso a tiempos mejores.
Ya llegará el momento en el que las cárceles venezolanas no alberguen más presos políticos. Más temprano que tarde, este país volverá a la senda democrática y sus ciudadanos recuperarán las libertades perdidas. Cuando eso ocurra, habrá que agradecer a quienes hayan hecho posible esa feliz circunstancia, incluso si forman parte del actual régimen y han decidido dar un paso al costado. Pero no tenemos que agradecer a una tiranía que nos permita conservar alguna de nuestras libertades, que no siga asesinando a nuestros jóvenes, o que detenga la tortura.
Héctor Faúndez
