Adiós privacidad
octubre 17, 2016 5:34 am

 

Está pasando algo grave. La mayoría lo sabe o lo sospecha, pero, como es intangible, es raro quien se preocupa o a quien le importa.

 

 

 

Parte de ser libre es ser dueño de nuestra privacidad. Antes dependía de nuestra discreción. Se daba a conocer solo lo que queríamos que se supiera a menos que, por algún error, se colara alguna infidencia y se hiciera pública. Hoy, ya no depende de nosotros ser dueños de nuestra intimidad.

 

 

 

Nuestras vidas están codificadas. Cada vez que hacemos alguna diligencia electrónica, proporcionamos datos: las comidas que nos gustan, el perfume preferido, la marca del jabón, etc. Cada vez que vamos al automercado y pagamos con tarjeta, nos entregan un recibo donde sale nuestro nombre, número de cédula, teléfonos y nuestra dirección.

 

 

 

Los datos suministrados no necesariamente serán utilizados en nuestra contra, pero el mercado mundial, si así lo desea, podrá saber mis gustos y las cantidades de productos comprados. Si lo pensamos, es horrible.

 

 

 

Esos datos son codificados por empresas a escala mundial y se utilizan para saber cómo se mueve el mercado. Tienen, además, un valor incalculable para las grandes corporaciones.

 

 

 

A diario usamos Google y nos parece, porque lo es, una maravilla casi mágica. Pero… ¿sabían que al usar Google toda esa información está siendo guardada y codificada individualmente? Google es gratis para el usuario, pero corporaciones mundiales pagan miles de millones anualmente para obtener la información por ellos recabada. El año pasado Google facturó 75.000.000.000 de dólares.

 

 

 

Si usted utiliza Google con frecuencia para obtener información sobre automóviles, en un momento dado, recibirá catálogos con información comercial sobre automóviles. Si frecuentemente hace búsquedas específicas, será ofertado sin que lo solicite.

 

 

 

Qué horrible es que nuestro número privado, nuestro hogar, nuestros amigos, nuestras cuentas bancarias, sean cada vez más vulnerables. Nuestros chismes, preferencia sexual, etc., ya no son nuestros, les pertenecen a millones de personas quienes, haciendo un doble click, descubrirán hasta la marca de ropa interior que nos gusta.

 

 

 

El teléfono celular es parte de esa inmensa red en la que estamos atrapados. Si lo extraviamos, no solo perdemos un aparato, sino que echamos al escarnio público mensajes, amigos e intimidades.

 

 

 

Lo anterior lo sabemos, pero todo placer tiene su calvario. Lo que pasa es que la recompensa es muy grande, pero el precio a pagar es más grande aún.

 

 

Claudio Nazoa