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Abriendo los portones del infierno…

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Abriendo los portones del infierno…

Que el gran crítico de literatura Harold Bloom se apoye en Shakespeare para tratar de rebatir la tesis del “resentimiento histórico” de la escueta estoica materialista, con su propio tratado sobre “la genialidad creativa del individuo”, no es un simple gesto de admiración con el dramaturgo de Stratford, Inglaterra. Para Bloom “antes de Shakespeare había arquetipos; después de él hubo personajes, hombres y mujeres capaces de cambiar con personalidades absolutamente individualizadas. Hamlet, El Rey Lear, Otelo y Macbeth, quizás resumían los cuatro vértices de la complejidad del ser humano. Así lo describió Bloom en sus obras el Canon Occidental, y Shakespeare la invención de lo humano, donde los miedos, la perversidad, la codicia o los celos, alimentaban los tres vampiros de la maldad  –la ambición, el crimen y la locura– todo lo cual coronó los muros de la humanidad.

 

 

 

¿Por qué mi afán con Shakespeare y el análisis  existencialista de Bloom? Porque sin duda la enorme fatalidad que invade el consciente colectivo en Venezuela (y el mundo), no tiene su origen en simples especulaciones materialistas, mundanas o culturales. Convengo con Bloom. Los escritores no son el resultado de un criticismo de reflujos históricos. Son producto de su genialidad para hurgar celosamente en la historia de nuestras más profundas carencias, desviaciones y debilidades. No es un asunto moral –apunta el literario neoyorkino [Bloom]– sino un tema profundamente espiritual y natural. La sensación de la pérdida de Dios, la duda de su existencia o como sugiere Shakespeare en Macbeth, la idea que “el portero del infierno jamás descansa”, no es un asunto que lo pueda resolver la filosofía, la antropología o la sociología en términos racionales o conscientes. Es una terrible realidad de la esencia humana, bien representada en la lujuria incestuosa de Hamlet y su madre Gertrudis; los celos de Otelo, la banalidad del Lear o la voracidad  de Macbeth y su esposa… En estos personajes, lo único que existe soy yo, mi angustia, mis miedos, mi desgracia, mi desarrapada ignorancia, mis complejos, si acaso nutridos de un doloroso desprecio. Y detrás de esa sombra de ansiedades invisibles, está la fuerza de las tinieblas: el concepto de pueblo. La multitud fatal. El vasto y lúgubre rebaño de dolor acumulado, de venerable populacho, la inopia hecha miseria, donde la única solución a este caos de almas (dixit Víctor Hugo) es el perdón (The tempest/Prospero, Duque de Milán).

 

 

 

Todo este devenir poético viene a cuento, porque se da uno golpes contra la pared y no llego a comprender –racionalmente– como en Venezuela nos hemos arrastrado por una discusión estéril sobre ser o no ser opositor.  Por ejemplo, negamos la importancia de la comunidad internacional y los logros alcanzados en este terreno por la oposición. No vemos los retos que se ha planteado la diplomacia en pleno siglo XXI, contra los pomposos clichés del  discursillo nacionalista, colectivista y socialista de soberanía, no-intervención, independencia o no injerencia.  Embutidos que hambrientos de liberalismo –moderno y redentor– no van de derechas o izquierdas –para que le pasen por encima, y acabar así con el totalitarismo centralizado de pretensiones Shakesperianas dizque revolucionarias. Son la legítima defensa constitucional, la rebelión legitimada, la intervención internacional, el deber diplomático de proteger (responsibility of protection); la defensa de los DDH, del orden público internacional y la seguridad del planeta, los antídotos contra Estados Fallidos y forajidos (Estados Parias), donde el portero mantiene cerradas las salidas al cielo, a la libertad.

 

 

 

 

¿Por qué es relevante entender el fuero internacional? Porque un pueblo indefenso y desarmado frente a un gobierno envenenado por los tres vampiros de la maldad, es imposible deponerlo. Sólo mediante la determinación jurídico-diplomática de un Estado Paria, podrán legitimarse las acciones de la OEA, ONU, parlamentos del mundo; del Consejo de Seguridad o de los gobiernos para intervenir y desalojar… No es poca cosa que la primer Ministro del Reino Unido, Theresa May; de Alemania, Angela Merkel; de España, Mariano Rajoy; el Presidente francés, Emmanuel Macron, y de EEUU, Donald Trump, convengan que en Venezuela hay una dictadura. Ahora Europa y América piden diálogo, y obligan al gobierno a sentarse. Sería una temeridad –por no decir un desplante irreparable– que la oposición no atienda la convocatoria de esa comunidad internacional, que tiene en sus manos dar cuenta del Macbeth que tenemos en Venezuela. ¿Qué nos impide ver tanta obviedad? Pues favor tener de libro de cabecera a “Shakespeare  y la invención de lo humano” por Harold Bloom.

Escribo estas líneas desde París camino a La Haya, para acompañar a la diáspora a depositar más de 100.000 firmas ante la CPI (#QueHayaJusticia), instando investigación y castigo por delitos de lesa humanidad. La encomienda internacional está en marcha. No es cuestión de creer o no en la justicia. El problema no es moral o normativo. Es acabar con nuestros propios fantasmas, mismos que no dejaron a Hamlet, Otelo o Macbeth ¡abrir las puertas del infierno! Del resto se ocupará Dios… cuando no lo tengamos por perdido.

 

 

Orlando Viera Blanco

@ovierablanco

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