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A ver ¿cómo te explico?

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A ver ¿cómo te explico?

Ya sé que todas las noches concluyen con la misma pregunta. ¿Mañana hay escuela? La respuesta, la sabes, es siempre la misma. No lo sé, amanecerá y veremos. Para ti es como el anticipo de una fiesta probable, un tal vez que te hace soñar con vacaciones, pijama y ese divagar por la casa, hastiado de un aburrimiento que sin embargo no te cansa. Para mí es la pesadilla de la desestructuración, y el pensar que un día perdido es un indicio fatal de esta apoteosis a la perversidad de un régimen que nos encierra en este mar calmo y sin brisa alguna que no nos lleva a ninguna parte. No deberíamos practicar este tipo de resignaciones. No es propio del hombre el quedar suspendido en las peligrosas redes de la perplejidad. Todo lo contrario, estamos aquí, porque llevamos miles de años resolviendo problemas y saliendo airosos.

 

Imagínate por un momento la primera vez que tuvimos conciencia del poder del fuego, que daba luz, calor y era un arma potente contra las fieras. La primera reacción fue inclinarnos y declararlo deidad, pedirle su protección y rezarle para que nunca nos abandonara a la oscuridad, el frío y el colmillo hambriento de las bestias que merodeaban. Pero alguien tuvo la genial idea de preguntarse los cómo y los porqués que tiempo después transformaron ese dios en antorcha. De eso se trata, de inventar soluciones y marchar con decisión. Por eso es que todas mis oraciones comienzan y concluyen pidiéndole a Dios que nos de fuerzas para seguir adelante. Pero cuidado…

 

Las noches están llenas de acechanzas. Las puertas dejan de tener sentido y los límites se evaporan sin eso que se llama seguridad jurídica. Tal vez sea demasiado pronto para que entiendas que los derechos no son otra cosa que un pacto precario entre el que tiene la fuerza y el que anda por la vida desarmado. Nuestros poderes dependen de la buena voluntad de un gobierno que supuestamente está allí para resguardarnos del mal y no para provocárnoslo. Por eso tanta angustia en tanta gente. Porque está en curso una inmensa traición que nos puede llevar por delante.

 

Te explico. Poder vivir, comer, tener, y mantener la intimidad inviolable del hogar se contradicen con eso que está pasando en la calle, con la desconfianza que acecha, y con el envilecimiento del espacio público, ahora lleno de delatores cuyas razones pueden ser tan primitivas como los celos, la envidia o el odio.

 

El mal existe. Es una de las consecuencias de la libertad del hombre, de su mal uso. La oscuridad rinde ahora para los allanamientos y la invención de procesos y culpas que dependen de la conveniencia del régimen. Todos estamos bajo sospecha, o mejor dicho, cualquiera de nosotros puede ser inculpado de algo que no hizo. Cualquiera puede ser acusado por una simple foto, o porque el régimen reinterpreta cosas que sucedieron hace tiempo. Te repito, el mal existe, y con él, los malvados. Pero tenemos un arma. Nuestra inteligencia. José Antonio Marina, un filósofo genial, de esos que educa a los jóvenes, sostiene que la inteligencia es nuestro gran recurso, nuestro gran riesgo, nuestra gran esperanza. Ella es la que nos da argumentos para no caer en la sumisión, por más que haya jefes e instituciones que quieran convencernos de que no podemos confiar en nuestra propia voluntad y entendimiento. No creas eso. Buscan el automenosprecio porque saben que ese es el comienzo de la rendición.

 

No hay mañana. Estamos condenados a vivir al día. En eso consiste la precariedad de una sociedad sometida a la violencia. El miedo bien administrado, ese que sin embargo no nos hace capitular, es un requisito para la sobrevivencia. Ser suspicaces puede hacer la diferencia entre seguir estando o no estar más. Nunca como ahora es recomendable seguir la conseja del Evangelio cuando Jesús invitaba a ser “mansos como palomas y astutos como serpientes”. En eso consiste la prudencia, en anticiparse, pero también en sacarle el jugo a la vida que nos ha tocado en suerte. El miedo es lo que nos hace valientes a la hora de defender y luchar por lo que nos parece justo, recto y noble. Hay muchas razones para temer, peri ninguna para claudicar. Entonces no te asustes por esas caras de pánico que muestran los muchachos cuando son cogidos por la represión. Tienen miedo, pero recuerda que ninguno ha salido desollado de su dignidad. Salen de nuevo a luchar y a exigir ese futuro que yo te digo que busco para ti, pero que se esfuma detrás de esa oscuridad que depreda nuestras ganas de ser felices.

 

Tú me dices que has oído que en otros sitios son hoy más felices. Puede ser. Pero nosotros estamos aquí y ahora. Y de lo que se trata es de de no caer en la impotencia aprendida. Aquí todavía hay posibilidades de darle la vuelta a esto. Aquí somos ciudadanos. Y aquí debemos encontrar argumentos para la sonrisa, el abrazo y un “te amo”. Es cuestión de adaptación bajo el signo de la esperanza. Sólo el que se adapta puede echar el cuento.

 

Si la vida te manda limones no aspires a tomarte una leche malteada. Y te lo digo porque leche o malta no se encuentran con facilidad. Pero también porque tenemos la inmensa oportunidad de aprender a adaptarnos. Celebremos lo que tenemos, y tal vez desde las carencias pueda parecer deslumbrante lo que es realmente importante. Estar juntos y practicar la disciplina del amor incondicional, acompañarnos en el largo camino del ir siendo, y mientras tanto, agradecer más que lamentar. En los últimos días he oído demasiadas veces la misma queja: ¡Eso no es justo! Y créeme que te entiendo. A tu edad todo es exploración, contactos e inicios. Todo lo contrario a este claustro bipolar que te somete a una experiencia de dos ambientes, la escuela y la casa, que se alternan para garantizarte ese encierro que tanto lamentas. Es que la calle ya no es ese espacio compartido, ese bien público, del cual todos podían participar. Se la ha engullido ese monstruo de mil cabezas que se llama violencia, y que le ha puesto un precio a todos. También a ti. Créeme, no podría sobrevivir a tu ausencia. Empero, no te estoy convocando a la sobrevivencia, sino a vivir intensamente estos tiempos, para que no seas tú el que nuevamente caiga en el engaño del discurso meloso que te ofrece un paraíso fundado en el robo del trabajo de los otros.

 

Te abruma esta forma totalitaria de imponernos una realidad que tú no quieres creer. Confía en mí. No todo lo que te enseñan es cierto. Somos más viejos que esta revolución, y esta bandera, la de ahora, ha tenido sus matices. Antes de éstos, habían otros héroes, eso sí, mucho más auténticos y comprometidos. Entre 1830, fecha en que murió Bolívar, y 1998, año infausto del inicio de esta revolución, transcurrieron 168 años en los que hicimos muchas cosas, entre ellas, fundar una república civil y vivir esa experiencia por cuarenta años. No los perdimos, los acumulamos en obras públicas e infraestructuras que todavía usamos. Recuerda, astutos como serpientes, buscando los porqués, atreviéndonos a la valentía, disfrutando el momento.

 

A ver ¿cómo te explico? Desde aquí pareciera que no hay mañana pero si hay futuro. Aunque te parezca extraño, o uno de esos juegos de palabras con los que a veces me sorprendes, lo que quiero decirte es que aunque parezca que perdemos esta batalla, lo que es imposible es que perdamos la guerra. El mal nunca vence. Mientras tanto ocupemos el resto del día en hacernos más fuertes de carácter y más sabios. La luz que necesitamos está en tu corazón y se aprecia en tus ojos. Alumbrarás y te corresponderá dirigir este país, a ti y a millones como tú, que recordaran esta época solo para reafirmar esa repugnancia moral que ya sientes por el populismo y la retórica misticista que te niega la libertad y la suprema virtud de ser único, irrepetible, y en esa misma medida, trascendente. No te preocupes si ahora mismo está tan oscuro como para nublar tus sueños. Esto, como los peores momentos que todos alguna vez tenemos que experimentar, también pasará. Sonreirás y serás feliz.

 

Por Víctor Maldonado

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