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A remolque de Putin

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A remolque de Putin

El mensaje a la nación de Barack Obama sobre Siria se anticipaba como un momento decisivo del conflicto, un clarinazo previo a la votación del Congreso estadounidense para autorizar el ataque contra Bachar el Asad. Los acontecimientos, sin embargo, han hecho casi irrelevante un discurso presidencial carente de nuevos argumentos, contradictorio en ocasiones y que suscita más interrogantes de los que despeja. Se resume en que Estados Unidos, vigilante, otorga una nueva oportunidad a la diplomacia y espera ver en qué queda el plan ruso para que Damasco entregue su arsenal químico.

 

La iniciativa sobre Siria ha pasado en 48 horas de Obama a Vladímir Putin. El presidente estadounidense, aliviado, ha aplazado el voto del Congreso (que amenazaba ser adverso), y su ministro de Exteriores se entrevista hoy en Ginebra con el ruso para hacer alguna luz sobre ese desarme químico, por el momento un mero enunciado. Washington irá con Francia y Reino Unido al Consejo de Seguridad con un borrador de resolución que París quiere apoyado por una acción militar, en caso de que el régimen sirio no cumpla.

 

 

Las continuas dudas y giros del presidente estadounidense, su evidente falta de estrategia, han acabado por colocarle en una posición insostenible. La determinación rusa de blindar a El Asad ha prevalecido sobre la cambiante retórica de Obama y la desorientación de su Administración, hasta el punto de ponerle hoy por hoy en manos del Kremlin. Si llegara a tener éxito la iniciativa rusa, supuestamente aceptada por Damasco, constituiría un sonado triunfo diplomático para Putin; evitaría un ataque imparable contra su más estrecho aliado en Oriente Próximo y permitiría a la vez la destrucción de unos arsenales de armas prohibidas, cuya existencia el régimen sirio ha reconocido por primera vez.

 

Pero incluso asumiendo que Putin y El Asad actúan de buena fe, las dificultades del proyecto son titánicas. La iniciativa deberá contar con la aprobación del inane Consejo de Seguridad, donde cualquier resolución puede ser torpedeada por cuestiones de lenguaje. Y, sobre el terreno, se enfrentará a cuestiones tales como la identificación por Damasco de qué tipo de armas posee y dónde, la verificación de que todas sin excepción han sido incluidas o su traslado a lugar seguro. Se supone que todo ello correrá a cargo de inspectores de la ONU en un país en plena guerra civil.

 

Editorial de El País

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