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Díaz-Canel y la máscara del presidente moderno

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Díaz-Canel y la máscara del presidente moderno

 

 

 

Los primeros meses en el más alto cargo de la nación han sido frenéticos para Miguel Díaz-Canel. Lo hemos visto recorrer zonas industriales, visitar varias provincias, bailar en Nueva York y hasta estrenar cuenta en Twitter. Todas esas acciones están encaminadas a crear una imagen de presidente cercano a la gente y moderno, una ilusión que termina en cuanto abre la boca.

 

 

 

El hombre que cantaba en su adolescencia temas de Silvio Rodríguez, que escuchaba a The Beatles y se graduó de una profesión con una fuerte carga pragmática, como es la ingeniería eléctrica, quiere conectar con esas generaciones de cubanos que le han dado la espalda a la política cansados del inmovilismo y del pensamiento desfasado de la cúpula gobernante.

 

 

 

Para lograr esa conexión, Díaz-Canel ha apelado a gestos que van desde lo sencillo hasta lo grandilocuente. Algunos de ellos son ir acompañado de su esposa a las recepciones y eventos o reunirse con celebridades de Hollywood durante su viaje a la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Estados Unidos. Para un pueblo que por casi seis décadas no supo -a ciencia cierta- quién era la esposa del gobernante o si a éste le gustaba el cine, esto ya marca una diferencia.

 

 

 

 

Pasar de estar en La Demajagua, provincia de Granma, y en pocas horas al otro extremo de la Isla, en Pinar del Río, también resulta una novedad. Nuestros octogenarios líderes se movían muy lentos o no se movían, como cuando el huracán Irma arrasó parte de la costa norte central y Raúl Castro no visitó las zonas afectadas pero prefirió cubrir su ausencia con mensajes escritos y televisados.

 

 

 

La apertura de una cuenta de Twitter el pasado 10 de octubre también marca una nueva impronta para Díaz-Canel, porque se convierte en el primer gobernante cubano en más de medio siglo que tiene un canal directo, sin intermediarios, con la población. O sea, si a una vecina de Centro Habana le da por quejarse en esa red social sobre los serios problemas de agua y asfaltado de calles que caracterizan a ese municipio, el presidente ya no podrá decir que no lo sabía.

 

 

 

A diferencia de los hermanos Castros que siempre podían argumentar que ellos no estaban enterados de las dificultades que cada día vivían los cubanos o de las ansias de recuperar todos su derechos como nacionales que tienen nuestros emigrados, Díaz-Canel no puede alegar que la información no llegó a él o que algún funcionario indisciplinado no le pasó los datos. Está en Twitter y ya no puede esconder que sabe.

 

 

Ahora bien, todo esos intentos de presentarlo como uno más, o como alguien que llega con ideas frescas se derrumban en cuanto habla frente a un micrófono. En esos momentos, aflora un político del siglo XX, con ideas estereotipadas y desfasadas, con una visión muy poco moderna del mundo y, para mayores males, anclado a una serie de compromisos contraídos con sus predecesores que le dejan poca o casi nula capacidad de maniobrar.

 

 

 

Si por fuera quiere mostrarse como un estadista desenfadado y comprensivo, sus palabras muestran que todo su discurso está estructurado sobre una rancia intolerancia. Lo hemos visto desbarrar, antes de ser nombrado a dedo como presidente, contra la prensa independiente y amenazarla con mayor censura; le hemos escuchado denigrar de la producción cultural privada y hasta afirmar en Naciones Unidas que su Gobierno representa “la continuidad, no la ruptura”.

 

 

 

Para colmo, ha llenado su cuenta de Twitter de consignas y llamados a terminar con el embargo estadounidense en un aburrido sonsonete que difícilmente puede conectar alguien que no sea los obligados trabajadores de medios de prensa estatales y otras instituciones a los que han dado como tarea seguir el timeline del Gobernante. En esa red social las posiciones partidistas y el lengua militante se notan enseguida y no puede pasarse por espontáneo lo que es pura propaganda.

 

 

Díaz-Canel es un hombre atrapado entre la imagen que quiere proyectar y la agenda que sigue su Gobierno. Quiere aparecer como un estadista que mira hacia el futuro y capaz de enfrentar las arduas tareas que urge emprender en la realidad cubana, sin embargo, no puede contradecir ni criticar un ápice a sus antecesores, porque son -justamente- los que lo han llevado al poder.

 

 

 

El nuevo presidente debe seguir las orientaciones de los líderes del Partido Comunista y aceptar, o al menos simular que le gustan y que está de acuerdo. Si quiere mantener el cargo está obligado a colocarse una máscara de fidelidad y docilidad, cubrirse con un discurso casposo que tiene medio siglo de atraso. El problema es que cuando se lleva una máscara mucho tiempo, ésta termina por convertirse en el rostro, en la única piel que queda tras años de fingir.

 

 

 

Con información de 14Ymedio (Cuba)

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