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La economía no tumba gobiernos

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La economía no tumba gobiernos

Esta afirmación se repite todos los días en Venezuela. Proviene de sesudos académicos que han estudiado todas las crisis económicas del mundo; de encuestadores parlanchines que dictan cátedra sobre cualquier tema; de analistas políticos que se amarran a determinismos y dogmas, muchas veces con la mayor buena fe y también de aquellos que, de una manera u otra, piensan que la estabilidad del gobierno de Nicolás Maduro puede traerles algún provecho personal. Han creado una matriz de opinión que se transforma en profecía autocumplida y que nos hace creer que Maduro no saldrá nunca del poder. A menos que, como algunos líderes opositores piensan, se hagan elecciones libres en Venezuela y el gobierno reconozca los resultados adversos. Sobre esta opción dejo abierto al criterio del lector su aceptación o rechazo.

 

 

 

En Venezuela se ha propagado una visión dogmática: Maduro se quedará para siempre, como lo hicieron Castro, Mugabe (que por fin cayó, pero después de 37 años) y la dinastía norcoreana.

 

 

 

 

Yo sencillamente recuerdo que en las ciencias sociales no hay relaciones de causalidad necesaria y que lo que ha ocurrido de una manera en muchos países, no tiene por qué reproducirse, inexorablemente, en cualquier lugar del mundo y en cualquier período de tiempo.

 

 

 

Yo simplemente sostengo que la catástrofe venezolana no se asemeja, ni por sus causas, ni por su intensidad ni por su manejo, a ninguna crisis económica ocurrida en ningún país del mundo. Nuestro desastre es único y Venezuela no es ni Cuba, ni Zimbabue, ni Corea del Norte ni Kirguistán. La magnitud del daño producido por Chávez y por Maduro no tiene antecedentes en ninguna parte y la imposibilidad de rectificación no tiene parangón en la historia. También constato, sin llegar al determinismo marxista, que la economía ha tenido un papel importantísimo en más de un proceso histórico

 

 

 

Estoy absolutamente convencido de que el gobierno de Maduro no va a durar mucho, así “gane” elecciones, incremente la represión, divida a la oposición o termine de entregar lo que queda de soberanía a cubanos, chinos y rusos.

 

 

 

Muchos amigos que me han oído esta afirmación me dicen, con razón, que tengo tiempo diciendo lo mismo y que el gobierno no cae a pesar de que la situación del país es cada vez peor. Precisamente por eso, por el deterioro diario de la vida de cada venezolano, es que sostengo ahora con mayor fuerza que nunca, mi afirmación: a Maduro le queda poco tiempo en Miraflores. No puedo poner fecha, pero de que se cae, se cae.

 

 

 

El único sostén sólido del régimen es el instinto de supervivencia de la cúpula del narcoestado. Es realmente una tragedia para quienes la integran el saber que no tienen un destino distinto a la cárcel después de haber acumulado inmensas riquezas y haber lambuceado hasta la saciedad las mieles del poder.

 

 

 

Pero ocurre que los grandes y verdaderos enchufados son una minoría. La inmensa mayoría de los venezolanos, chavistas y no chavistas, sufre de manera directa los efectos de la crisis. Para salvarse de ella hay que disponer de ingentes cantidades de dólares, vivir en mansiones amuralladas, trasladarse en camionetas blindadas y con decenas de escoltas, tener la posibilidad de mandar a buscar a cualquier parte del mundo alimentos y medicamentos, dinero para mantener a los hijos y familiares viviendo como reyes fuera del país y, como si fuera poco, hacer gala de un inmenso desdén por el sufrimiento ajeno, por la muerte de tantos compatriotas, por la desnutrición de los niños, por el exilio forzado de millones de venezolanos, por el dolor de los familiares de las víctimas del hampa y de la represión.

 

 

 

La mayoría de las fuerzas que hoy respaldan a Nicolás Maduro no están en esa situación. Ven, oyen, sufren y padecen en mayor o menor grado. Saben que la Constitución se viola descaradamente, que se está conduciendo al país a un barranco sin fondo, que Venezuela es hoy una colonia cubana dirigida por un atajo de ladrones incompetentes y cínicos. Ese conocimiento les conducirá a rebelarse, no para participar en un golpe de Estado, sino para hacer cumplir la Constitución y para buscar el rumbo del progreso, del crecimiento económico y de la justicia social.

 

 

 

Esto vale para la inmensa mayoría de los oficiales de la Fuerza Armada, cansados de ver a algunos de sus integrantes robar a manos llenas, asesinar y torturar manifestantes y violar los derechos más elementales de los ciudadanos. Eso no se corresponde con las tradiciones aprendidas en “la casa de los sueños azules” ni se corresponde con la herencia del Ejército Libertador. El honor militar es algo muy distinto a los discursos del Alto Mando.

 

 

 

En la misma situación se encuentran la mayoría de los agentes policiales, de los funcionarios, de los diplomáticos, de los profesores y maestros, de los líderes sindicales. No son ni ciegos ni sordos y por ello la rebelión está allí, latente, en espera.

 

 

 

A los que creen que Venezuela se cubanizó para siempre, a los que piensan que nos parecemos a Zimbabue, a los que no se dieron cuenta de que el Reich de mil años se derrumbó, a los que no quieren recordar que el comunismo se esfumó, les digo: no me pregunten cómo va a caer Maduro, traten más bien de explicarme cómo se va a sostener.

 

Gustavo Tarre Briceño

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