Tiranía
mayo 21, 2016 6:21 am

 

 

Vivimos tiempos de tiranía. Las leyes están derogadas de hecho y padecemos la imposición por la fuerza de un régimen que hace lo que le da la gana. Sufrimos la impudicia y la náusea que provocan la indefensión y el tener que padecer una estética tan brutal como la que todos los días nos imponen por cadena de radio y televisión.

 

 

 

Nunca será bueno el poder que se ejerza contra las libertades individuales. Pero esa siempre será la tentación del tirano cuya incomprensión de la realidad los hace crueles e ineficaces. Hay un doble rasero que todo tirano practica, porque por un lado acumulan todo el poder y capacidad de disposición posibles, y por el otro sienten y sostienen que no son culpables de nada. Es el juego de la perversidad que al final los hace insoportables e inconsistentes: la necesidad que ellos exhiben de deshacerse de cualquier responsabilidad por lo que deciden y hacen, la constante búsqueda de un enemigo externo, el afán por demostrar que existe realmente esa entidad llena de mala fe que busca afanosamente el fracaso del que supuestamente vela por el interés general, y por último, la inentendible sublimación animista, la carga de intención que se le intenta poner a fenómenos naturales, que conjugados con todo lo anterior, impiden, retardan o minimizan el efecto de las buenas políticas que supuestamente ellos quieren instrumentar.

 

 

 

El tirano es un ídolo con los pies de barro, que por una parte luce poderoso y práctica encendidos discursos en los que ordena y dispone, pero a la hora de las chiquitas se desperdiga entre excusas y “yo no fui”. El ejercicio de la tiranía no es otra cosa que una mentira mal montada que poco a poco va demostrando la falsedad de sus premisas. Pero ¡cuidado! Cuando alguien denuncia la trama fraudulenta corre el peligro de la reacción bestial de un régimen que poco a poco se va convenciendo que no tiene nada que perder y por eso embiste con ferocidad y sin pensar en los detalles. Eso lo hace atroz pero frágil en términos del expediente.

 

 

Santo Tomás de Aquino, en su “Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo” estableció las diferencias entre el tyrannus absque título y el tyrannus ab exercitio. Para el Doctor de la Iglesia el primero es aquel que se apodera del gobierno con violencia o malas artes. El segundo es el que abusa del gobierno que le ha sido transmitido jurídicamente, violando el derecho o los contratos jurados por él. Las malas artes contemporáneas tienen que ver con ventajismos electorales y el abuso de los recursos públicos para aplastar a la competencia. Eso sin dejar de pensar que Hugo Chávez se comportó como un sultán tropical al designar con su dedo al terrible sucesor, en un aprovechamiento indebido de sus propias circunstancias. Y ya sabemos cómo los tiranos de ahora desconocen la autonomía de los poderes públicos y terminan renegando del estado de derecho. Leyes habilitantes y declaración de emergencia y excepción sean la medida de lo afirmado. Vivimos una dictadura que degeneró en tiranía.

 

 

 

Un tirano no tiene medida. Es desmesurado en sus formas y también en el daño que provocan. Por eso mismo, poco a poco hemos aprendido a reconocer que el poder es un veneno que solamente puede ser útil cuando se consume en dosis pequeñas. Lo contrario emponzoña, corrompe, animaliza, disuelve, destruye. Y es bueno registrarlo para las próximas ediciones de la novela nacional, y ojalá nunca más confiramos tanto poder a nadie. La experiencia vivida debería convertirnos en suspicaces sistemáticos del estado ilimitado y del presidencialismo omnímodo. Ojalá sea esta la última vez del populismo de izquierda, del militarismo nostálgico, del caudillo personalista y de sus montoneras erotizadas. Ojala porque es demasiado tiempo malversando el poder.

 

 

 

El poder es mal usado cuando impide la ocurrencia de una sociedad libre, aquella en la que todo hombre, siempre que no viole las leyes de la justicia, es plenamente libre de perseguir su propio interés a su manera y de poner su actividad y su capital en competencia con cualquier otro hombre o categoría de hombres. Así lo definió Adam Smith, que por eso disgusta tanto a los comunistas de folletín, que padecen de urticaria a la libertad. Y los tiranos, claro está, no se pueden permitir que germine la idea de la primacía de los individuos y de sus libres asociaciones, porque no pueden controlar la interlocución plural, diversa y a veces antagónica, ni hacer compatible el libre albedrío con sus perversos intereses de control. En Venezuela llevamos diecisiete años de mal uso y abuso del poder con sus inevitables consecuencias en términos de ruina y destrucción social y económica, cuya causa es esa y no los estrafalarios considerandos del último decreto de emergencia y excepción.

 

 

 

Los tiranos siempre han sido un problema. Salir de ellos ha sido la preocupación de filósofos y moralistas. Tomás de Aquino llegó a decir que, si “un príncipe legítimo ejerce el poder tiránicamente, entonces solamente se pueden hacer dos cosas para deponerle en su ejercicio: o bien se recurre a una autoridad superior, si la hay, para que ponga remedio (y en última instancia a Dios que tiene en sus manos el corazón de los reyes), o bien, mediante juicio público, una vez dada la sentencia, cualquiera puede ser nombrado ministro de la ejecución. Eso que imaginaba el monje dominico en el lejano y medieval siglo XIII está resuelto en el siglo XXI venezolano de manera menos sangrienta gracias a la figura del referéndum revocatorio: Para las democracias la soberanía reside en el pueblo, y como autoridad máxima es el llamado a dar su veredicto sobre la conducta de sus gobernantes. Ahora los tiranicidios se reducen a la revocación del mandato y el sometimiento a la justicia restaurada, porque como lo sostuvo Domingo de Soto, teólogo español y confesor de Carlos V “la salvación pública es preferible a la salvación de la persona privada por egregia que sea, no menos que la salud de todo el cuerpo se antepone a la de uno de sus miembros”. Los pueblos tienen derecho a extirparse las tiranías. Es un derecho antiguo, filosóficamente fundado, incluso, teológicamente afirmado, porque la voz del pueblo es la voz de Dios, y se expresa con claridad cuando se le llama a manifestar su voluntad a través del voto.

 

 

Los tiranos presumen precisamente de lo que carecen. No tienen respaldo popular porque practican el chantaje y la extorsión. No tienen resultados porque el poder se les convierte en una droga que no pueden dejar de consumir. No practican la probidad porque una relación sin respaldo ni resultados termina siendo crecientemente costosa y mercenaria. Las tiranías no son gobierno porque ni se someten a la ley ni tienen preocupación por la cosa pública. Son depredadoras de las instituciones y de la prosperidad de los ciudadanos. Viven del miedo que provocan y del que ellos mismos tienen de la crueldad de sus propios actos. Por eso no se cuentan ni pueden avalar una transición. Lo de ellos es quedarse girando contra las chequeras de la fuerza y el fraude. Así que si ocurre un referendo es porque la presión será inmensa para que ocurra. Presión de malos resultados, desprestigio internacional, e indignación popular. Porque como llegó a decir el General Luis Felipe Llovera Páez “los pescuezos no retoñan”, y eso lo saben hasta los tiranos.

 

 

 

¿Dialogan los tiranos? De ninguna manera. Organizan, eso sí, tramas falaces para ganar tiempo, recuperar el aliento, apretar la tuerca, liquidar sus alternativas, y recomponer su reputación. No dialogan, pero invocan el diálogo para desgastar a sus contrarios. Porque ¿qué pueden ofrecer? No pueden transarse en términos de libertades porque ni creen en ellas ni les convienen. No pueden acordar estado de derecho, leyes y garantías, porque ellas son la contradicción a la arbitrariedad que practican. No pueden ofrecer empresarialidad y productividad porque no toleran la competencia ni la emergencia de actores diversos y del sistema de mercado que los acoge. No pueden garantizar vida y seguridad porque ellos afirman en el miedo y la incertidumbre. Con los tiranos no hay ninguna otra cosa que dialogar que no sea su cese, su salida, su revocación. Y de eso ellos no quieren hablar.

 

 

Víctor Maldonado C

 
@vjmc