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El porvenir

Los principios de año suelen ser buenos para revisar lo que se ha hecho y para hacer promesas que poco a poco se van disolviendo en la cotidianidad. Esa es la fuerza  de la inercia y del transcurrir de un día tras otro, que nos demuestra lo que somos capaces de hacer, pero también lo que no logramos realizar.

 

El año que recientemente terminó nos deja una carga muy pesada de recesión e inflación. La caída de los precios del petróleo pasará la factura a esa forma de gobernar prepotente y narcisista que todavía sostiene que es posible dirigir al país sin contar con el apoyo de sus ciudadanos más esclarecidos. Pero también nos deja esa desazón tan propia de nosotros, a quienes la espera del milagro definitivo nos ha desgastado entre la desmovilización y los desencuentros entre los que deberían ser fraternos.

 

Ambos bandos están equivocados. El gobierno por pretender que esto se arregle solo, o con la oportuna ayuda de los países amigos. Y la oposición por aspirar a que el gobierno se disuelva en los ácidos de los malos resultados económicos y la peor política posible. Insisto, ambos bandos están profundamente errados porque una crisis como la nuestra no va a tener la solución aspirada por los “caza-güiros” de siempre.

 

Tampoco se resolverá con las diversas formas de evasión que hemos elaborado –algunas incluso financiadas holgadamente por el régimen-. Ninguna de esas opciones sacadas del repertorio del “realismo mágico” será posible, y tocará encarar la realidad tal y como es, con sus apuestas y exigencias de coraje, persistencia, claridad y sensatez que hasta ahora no hemos utilizado apropiadamente. La recuperación del país no será el producto de un milagro sino de un saldo de resultados que tendrá que ver con lo que hagamos y cómo lo hagamos.

 

La crisis es compleja. Por una parte es la consecuencia fatal del totalitarismo radical y sus ficciones ideológicas. Nicolás sigue hablando del Plan de la Patria como si fuese realizable y como si sus premisas macroeconómicas no estuviesen ya contrariadas por la realidad. Eso los hace peligrosamente intolerantes y represivos. Quieren encajar lo que no tiene manera de ser encajado, y por eso tenemos que sufrir los costos de esa terquedad que quiere mantenerse a pesar de que la realidad pide a gritos que se cambie el modelo. Mientras esos son los esfuerzos, la economía sigue haciendo estragos y la inseguridad cobrando víctimas gracias a la impunidad y a la violencia patentada desde el oficialismo.

 

La complejidad es el resultado de esa coincidencia de fragilidades y fisuras que no termina de degradarse porque la corrupción hermana todavía a los que están condenados a enfrentarse en cualquier momento. La perversión radica en que no quieren o no pueden tomar decisiones. No pueden aumentar la gasolina aunque tienen plena conciencia de que hay que sanear las finanzas públicas. No pueden desligarse de las misiones porque ese mecanismo populista de distribución ineficaz de la renta les garantiza algo de respaldo, cada vez menos incondicional.

 

No pueden cambiar el equipo aunque saben que ese equipo no da para más. No pueden modificar sustancialmente la coalición porque se derrumba el gobierno. No pueden cambiar el costo de la coalición –en términos de corrupción y privilegios- aun cuando eso les recorta las oportunidades de revertir el curso fatal hacia el fracaso. El Plan de la Patria no es otra cosa que un salvavidas que comienza a desinflarse.

 

Pero del lado de la alternativa también se sufren los efectos cáusticos de la misma complejidad. No han sabido significar apropiadamente el momento político y se comportan como si la trama permitiera que se aprovechen de las supuestas oportunidades institucionales. Creen que de lo que se trata es de “mantener los espacios” y que un puesto público es más importante que presentarse como una opción alternativa.

 

Están perdidos en el laberinto del infantilismo que los hace jugar a ser los “correctos” de la partida, cuando esa ingenuidad los inhabilita para este juego político. Y de paso, cada líder cree que puede prescindir del resto, y que la unidad es una foto que se toman cada cierto tiempo como “prueba de vida”. A esta oposición le falta imaginación y capacidad de interpretar adecuadamente esta escalada totalitaria que los usa como tontos útiles y legitimadores accesorios. En este plano tampoco habrá milagros. Tendrán que replantear su papel, sus liderazgos y los términos del desafío, o estarán condenando al país a una larga noche de pobreza y represión.

 

El porvenir nos está exigiendo sentido de urgencia. Ese es mi deseo de año nuevo. Que entendamos la tragedia que estamos viviendo y la encaremos tal y como es, tal y como nos exige el signo de estos tiempos.

 

Víctor Maldonado

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