Maduro: De sucesor, a enterrador del chavismo
abril 20, 2013 10:49 pm

No le han salido mal, sino catastróficas, las jugadas a Nicolás Maduro en el primer mes y días en que fungió como sucesor del hombre del cual dice le debe, tanto la vida política, como biológica: Hugo Chávez.

 

Afirmaciones, la primera, que pasa sin forceps porque, en efecto, Maduro no era políticamente nadie antes de Chávez, pero que, en cuanto a la segunda, ya es una adulación que raya en el delirio porque entre las edades de Maduro y el difunto presidente median apenas 8 años.

 

Pero por este detalle podemos explicarnos por qué Maduro, habiendo recibido de su ductor y presunto genitor una herencia política cuyos más acérrimos detractores pronosticaban una sobrevivencia de una década, la dilapidó en 39 días, no dejando de sus gestas y arranques épicos (que los tuvo) sino el sabor de que no fue capaz siquiera de elegir un heredero medianamente competente que velara por sus despojos.

 

Es típico, sin embargo, de los régimen totalitarios que, centrados en un déspota para el cual el brillo y relevancia de sus segundones es sospecha de que en algún momento podrían desafiarlo, rebelársele y derrocarlo, los obliga a aceptar el papel de súbditos obedientes para los que no existe otro destino que la sumisión total al Jefe, al Comandante, al Caudillo o Cacique Mayor.

 

Piezas o cabezas de un rebaño, robóticas y programadas y listas para recibir y ejecutar órdenes de cualquier calibre de ilegalidad siempre y cuando cuenten con la complacencia del mandamás, del dictador.

 

Extralimitación de la irresponsabilidad y discrecionalidad del poder que siempre comporta un riesgo, como es que, el “Salvador y Redentor” sea sacado de juego por una decisión inapelable de la Hubrys, el Destino, los dioses, o la fortuna (un cáncer de pelvis, por ejemplo), y entonces, la decisión de arreglar la sucesión deviene apresurada, arbitraria, y, no pocas veces, recae en el jefecillo que tenía menos condiciones para asumirla.

 

No me cabe duda que este es el caso del señor Maduro, sin una hoja de méritos que lo calificara para el cargo, poca inteligencia y peor cultura, sin siquiera una brizna de carisma que le permitiera superar estas fallas y exclusivamente reducido a dar una imagen de hombre fuerte, de líder violento, que ha resultado, por cierto, el desagüe por donde se le han ido las pocas dotes con que podía justificar la sucesión.

 

Pero lo peor es que Maduro ha pretendido presentarse como una suerte de clon, copia o réplica de Chávez, de duplicado univitelino, al cual hay que aceptar, respetar y acatar por una decisión inspirada por Dios o fuerzas secretas de la naturaleza.

 

Para ello, ya Maduro creó la religión de San Hugo Chávez, de la cual se proclamó Sumo Pontífice, fundó un culto, un santuario, un ceremonial y rezos, y peregrinaciones y oraciones que obligan a los cofrades y correligionarios del nuevo evangelio y la nueva religión a comportarse como guardianes de la fe y el templo.

 

Pero entretanto, Maduro se acordaba de que su “reino sí es de este mundo”, y para legalizar una sucesión que era a todas luces ilegal ( por cuanto, en las repúblicas de democracia constitucional nombrar sucesor no es un privilegio que se les cede a los gobernantes), impuso al espúreo, corrupto, incompetente y parcializado Tribunal Supremo de Justicia, una decisión mediante la cual, se le reconocía sustituir en la presidencia al presidente Chávez que ya había fallecido y no lo había nombrado vicepresidente y se le permitía ser presidente y candidato para las elecciones del 14 de abril, siendo que estaba concluyente prohibido por el art. 260 de la Constitución.

 

De modo que, con un derecho de sucesión írrito e ilegal, una presidencia que no le correspondía y llevando a cabo todos los abusos, ventajismos y fraudes se lanzó Maduro a las elecciones presidenciales del 14 abril, y…!oh, castigo del cielo, no se sabe si de San Hugo Chávez, o del los dios cristiano que jamás se ha olvidado de Venezuela!…Maduro con un patrón electoral de casi 19 millones de votantes, apenas salió electo con unos pálidos 200 mil votos que le atribuyó otra de las instituciones más espúreas, corruptas y parcializadas de la “República Bolivariana de Venezuela”: el CNE.

 

En otras palabras, que salió derrotado, puesto que, independientemente, de que el candidato de la oposición, Henrique Capriles Radonski, sostenga y demuestre que los “200 mil” salieron de un fraude, no hay dudas que haber recibido del difunto comandante-presidente una herencia electoral de 1.599.828 (que fue el resultado final de las elecciones del 7 de octubre pasado), para casi evaporarla 6 meses después, no revela otra cosa sino que, o Maduro es un pésimo sucesor y candidato, o el chavismo, lejos de ser una revolución con vocación de permanencia, fue producto de la presencia de un caudillo fuerte y carismático, y, que una vez desaparecido, se ha esfumado.

 

Ecuación que deja a Maduro reducido a su mínima expresión, sin solución de continuidad, rechazado por millones de venezolanos que, no solo quieren un cambio de presidente sino de rumbo, de destino y para ellos Maduro, y su chavismo, no pasarán mucho tiempo sin ser barridos.

 

Enfrente tiene a un líder que, prácticamente, es el ganador de las elecciones del 14 de abril, pues si bien el CNE le escamoteó su victoria, se ha revelado como una figura, una fuerza, una imagen, una energía entre las juventudes del país, en las clases medias y las clases de trabajadores que ya lo ven y lo votan como el relevo que viene a recuperar a Venezuela de la ruina en que la dejó Chávez después de 14 años de desgobierno y seudorrevolución.

 

Henrique Capriles, abogado, exparlamentario, exalcalde y gobernador del Estado Miranda, que ya había derrotado a dos exvicepresidentes chavistas en elecciones inobjetables, y, sin que muchos venezolanos, ni países ni gobiernos de la comunidad internacional lo dude, ha dejado a Maduro, no como el sucesor e hijo de Chávez, sino como el confiscador de su herencia que, además, ha resultado un pésimo hijastro.

 

Y no solo porque redujo el millón y medio de votos que Chávez le dejó a unos pocos de miles, sino porque sin carisma, inteligencia, cultura, ni legitimidad se despeñará dentro de poco por una pendiente en cuyo fondo solo lo espera un gris anonimato.

 

Que fue de donde nunca debió salir Maduro, si la única huella que deja en la historia es una ola de represión que amenaza con radicalizar, haber anunciado que Chávez se le presentó en la forma de un pajarito y decir en la inauguración de una instalación hospitalaria que el telescopio no era para ver las estrellas, sino para auscultar los latidos del corazón.

 

Manuel Malaver