2013: el año en que Chávez se fue
diciembre 29, 2013 9:33 am

Precisa en este artículo hablar del 2013 como uno de los años más sui géneris, enigmáticos e inciertos de cuantos de han vivido en la escaldada historia republicana del país.

 

Para empezar, se inició con una tragedia tan inesperada, como perturbadora, como fue la muerte de Hugo Chávez, el caudillo venido de otros tiempos que restauró el militarismo y, de paso, nos dejó la herencia de una revolución que él mismo no sabía muy bien que significaba, ni donde podía llegar.

 

Hombre ambiguo, solo tenía una idea fija, como era ser dictador vitalicio, mientras se empeñaba en construir una sociedad cargada de añoranzas colectivistas, batía a los restos de la oposición democrática, y, vía el alza de los precios del petróleo que repartió a manos llenas, hizo lo inimaginable para que se le tomará como un líder continental y mundial.

 

En este sentido fue un “hijo del petróleo”, como ningún otro presidente venezolano de antes y posiblemente después, y no vaciló en usarlo, o como una herramienta para chantajear a los países consumidores, o para nutrir las arcas del tesoro con las que compró afectos y voluntades.

 

No puede negarse que avanzó profundo en su cruzada, porque en materia de relaciones internacionales, los “intereses estatales” resultaron sorprendentemente disuasivos y un orden internacional, que se acercaba a la pavorosa crisis global del 2009, no tuvo empacho en complacerlo.

 

No fue una característica de la época, porque ya Maquiavelo había advertido hacia 500 años por donde venían los tiros, aunque la humanidad siempre utilizará el recurso de la hipocresía para enterarse de lo que es y lo que no es.

 

De ahí que, una de las imágenes más persistentes con la que podemos recordar a Chávez, sea la de este “triunfador” que en medio del caos, del derrumbe que auguraba la crisis de las hipotecas subprime y la quiebra de Lehman Brothers, podía sonreír y decir que a él “no le picaría ni coquito”.

 

Pero si la crisis lo tocaba tampoco puede decirse que le quitara el sueño, ya que el modelo socialista que impulsaba Chávez (como los otros modelos socialistas) tienen como “Plan B” gobernar sobre las ruinas y así demostrar que están al margen de las contingencias “porque son un mandato de la historia”.

 

Es decir, de los dioses, que en el caso de Chávez eran el indio Guaicaipuro, el negro Felipe, Bolívar, Simón Rodríguez, y Ezequiel Zamora.

 

Nomenclatura en la cual entraban a destiempo y con desdén los “dioses marxistas extranjeros”, por más que se llamarán Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao o Fidel Castro.

 

Era un hombre viejo, viejísimo, porque era histórico e historicista, y para el cual la buena obra de gobierno no se medía en términos de lo que pudiera aportarle a los más pobres, sino en cómo incidía en la transformación y revulsión de las Eras.

 

En este sentido su espacio-tiempo no podía ser material, sino fundamentalmente abstracto y remitido a la categoría de los sueños que llamamos “mitos”

De ahí que cuando le asomaron la posibilidad de que la irrupción de la crisis económica global golpeara y derrumbara los precios del petróleo (auténticos artífices de que hoy lo estemos recordando), pudo decir con inigualable desparpajo: “Pueden llega a cero, puede ser que nos vendamos un barril más, pero está revolución no la detiene nadie”.

 

Y no hablaba en vano, que para eso tenía “sus guerreros de terracota”, esos militantes del PSUV y del Ejército que se había autocongelado en el tiempo para servirle a un emperador que había muerto hacía siglos.

 

En esa histoesfera la revolución era él, exclusiva y esencialmente él: su corporeidad, su espiritualidad, su inmortalidad. Después de él- si era que el destino se atrevía a tocarlo- no podía haber nada relevante, trascendente y, por lo tanto, lo mejor era olvidarse de sucesiones, legados y herencias.

 

Muy en su estilo personalista, totalitario y autocrático, se olvidó, en consecuencia, de que podía haber un “después de” (un Día D) y no planificó, programó o diseñó un código de sucesión que le aliviara los días a quienes estaban obligados a recibir, defender y preservar “lo que dejó”, que no era mucho.

 

Sobre todo, en circunstancias, de que el día llegó y el nunca previsivo, y siempre improvisado caudillo, aceptó sin oposición los grupos que se activaron para que la herencia que dejara les perteneciera a ellos.

 

No fueron otros que los gerentócratas cubanos, Fidel y Raúl Castro, quienes, habiéndolo convencido “en vida” de que eran los “lord protectors” de su reino, también podían alegar derechos para continuar en el mismo papel ahora que ya no estaba en este mundo.

 

Fue el peor daño que pudo inferirle a Venezuela y así mismo, ya que los vetustos dirigentes isleños procedieron a nombrar como “procónsul” a un político sin experiencia, joven y sin un poder personal estructurado, inexperto y sin cultura política alguna y con un solo título: “Soy el heredero nombrado por Chávez”.

 

Cuánto tiempo más puede ser eficaz esta fórmula en medio de la crisis terminal que morderá en la economía del país el próximo año, es una incógnita, aunque no cabe dudas que más y más nombres de los que se sentían herederos con más títulos que Maduro, esperan en la sombra y agazapados para tirarle el zarpazo.

En este contexto, las elecciones para alcaldes del 8-D no pueden anotársele sino como un fracaso, ya que apenas uno de los cinco alcaldes que promovió como sus candidatos “personales” salió electo.

 

Más compleja es su situación en la Fuerza Armada Nacional, pues solo uno de sus cuerpos, la Armada, puede decirse que le es afecto, y en cuanto a Guardia Nacional, ya se sabe que lo apoyará mientras siga manteniéndole sus privilegios.

 

Políticas que lo alejan de la fuerza militar que apoyó históricamente a Chávez, el Ejército, la cual fue la única en secundarlo en la intentona golpista del 4 de febrero del 92, también la que lo sostuvo en la crisis político-militar del 2002, y la que aspiraba que fuera uno de sus hombres quien lo sucediera.

 

Tal pretensión no ocurrió por el secuestro del Chávez moribundo de parte de la gerentocracia cubana, la cual le impone, no solo la sucesión de Maduro, sino que dé los primeros pasos para nombrar un marino, por primera vez en sus 14 años de gobierno, como ministro de la Defensa.

 

El sucesor ha continuado con la tradición que inició el comandante-presidente, pero no sin que él y los cubanos sepan que tanto dentro, como fuera de cuarteles, están los hombres que al emerger la primera crisis vendrán a quitarle la banda presidencial a Maduro.

 

Pero también hay descontento en el PSUV por el empeño de Maduro en despojar al partido oficial de antimaduristas, audacia por la cual el partido ha devenido en una trinchera que usa “el ninguneado” Diosdado Cabello para dejar sin piso al “sucesor” en la Asamblea Nacional y los poderes públicos.

 

Pero nada que hubiera preocupado a Chávez si se hubiera imaginado lo que esperaba al “proceso” una vez que desapareciera de este mundo, pues para el teniente coronel la revolución era él o nada.

 Manuel Malaver