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20.000 leguas de viaje (saliendo por Maiquetía) por Julio el Viernes

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20.000 leguas de viaje (saliendo por Maiquetía) por Julio el Viernes

Primero debemos saber qué demonios es una legua. Consultemos al Dr. DRAE. Un español experto en descifrar palabras engañosas. Filólogo. Lingüista. Semántico. Semiótico.  Dice Domingo Rafael Alvarado Espinoza (DRAE) lo siguiente: Es una medida, variable según los países o regiones, definida por el camino que regularmente se anda en una hora, y que en el antiguo sistema español equivale a 5,5727 kilómetros. Por su parte el Dr. Wiki Pedia afirma: La legua (proveniente del latín leuca) es una antigua unidad de longitud que expresa la distancia que una persona, a pie, o en cabalgadura (qué contradicción, dice quien escribe este artículo, comparar el trasladarse de gentes con mulas) puede andar en una hora. Es una medida itineraria. Caramba, si el hombre es un especialista en maratones, o se trata de Usain Bolt, o, lo que es peor, se trata del purasangre Secretariat, las distancias son distintas. (Me consagré con esa deducción, soy más inteligente que Jesse Chacón y Arias Cárdenas juntos, ellos dos, acumulados, tienen un coeficiente mental de 118, ligeramente superior al cangrejo y a la iguana, y, les confieso, no es muy forzado ni ninguna proeza superarlos en IQ. Arias aprendió a leer a los 11 años a punta de cogotazos de los curas y Jesse anda todavía en eso, está en la fase “balbuceos”). Hasta aquí las definiciones. Era para entrar en calor.

 

 

 

Les cuento que tenía que hacer un viaje a Miami para asistir a un debate auspiciado por la Asociación Nacional e Internacional de Radicales donde íbamos a discutir un “paper” hecho por el Grupo de Harvard (pandilla de economistas que no les gusta que lo llamen de esa manera, prefieren ser conocidos como el Grupo No-Harvard), intitulado “100 formas distintas de derrocar a Maduro mediante la guerra económica” Cada una de ese centenar de formas distintas iba a ser expuesta, explicada y articulada por los 100 opositores más extremistas, arrojados, arriesgados y valientes de la Venezuela insubordinada.

 

 

 

Allí estaban las periodistas (mujeres) batalladoras de siempre. Los generales retirados de Miami. Los periodistas (varones) irredentos de Doral y los ex gerentes petroleros de la exitosa huelga de Pdvsa. Pero no importa adónde vayas, tienes que salir por Maiquetía. El cuarto peor aeropuerto del mundo. Y miren qué vaina. Somos el peor país en seguridad. Somos el peor país en inflación. Somos el peor país en decrecimiento económico. Somos el peor país para hacer negocios. Somos el peor país en corrupción y ponemos la torta, la inmensa torna, de tener el cuarto peor aeropuerto del mundo. Ruego a mi comandante-presidente Nicolás Maduro que haga lo imposible para que nuestra puerta de entrada y salida al mundo (que bis a bis con la cruda realidad no le cuesta mucho que se diga) se compadezca con el resto de los indicadores de desarrollo económico y social ya mencionados y lo convierta en el peor aeropuerto de la galaxia.

 

 

 

¿Cómo está en la actualidad el IAAIM? Aquí viene mi impresión. En las paredes hay abundante propaganda de Chávez con ojitos y todo y carteles publicitarios de una especie de exposición llamada “Pueblos en Resistencia” que se llevó a cabo en febrero de 2016. Unas vallas de un evento que se realizó hace 13 meses. ¿Será que al ministro de la Currrrtura Sr. Adán Chávez no le ha parido nada el cerebro? Conté 18 sillas para todo el público. 18 ¡Hostia! ¿No serán muchas? ¿Escaleras mecánicas funcionando? “Yo te aviso”. Hace meses que están en mantenimiento preventivo. Bueno, no hay agua. No te puedes lavar las manos. Ni la cara. Y después de hacer lo que tengas que hacer en los sanitarios es horrible la sensación de no asearte bien las manos y lo otro. La cosa empeora: no hay jabón. Si hubiese jabón y no agua el asunto fuera pasajero. Pegajoso pero pasajero. ¡Dios! No hay papel. Para nada. No te puedes secar las manos en el caso que compres una botellita de agua para lavarte. Varios de los urinarios están cubiertos con unas bolsas plásticas de color negro. Son como cadáveres de cerámica.

 

 

 

Allí no termina el calvario. Las arepas cuestan 5.000 bolívares. Existe una sola arepera. Las arepas las despachan frías. La plancha donde las asan luce un tanto mugrosita ella. Solo hay café negro. No hay leche. Y no hay azúcar. Ni servilletas. Hay que limpiarse la boca con papel de envolver. Una sensación horrible. Las señoras que atienden son simpáticas y ante cada reclamo o queja encojen los hombros. Esconden la mirada y si hay mucha presión del cliente aducen que le reclamen al dueño. Las mesas no están exactamente limpias. Rastros y restos de los consumos de los últimos 28, 28, 28 clientes. No hay el llamado punto. Debe ser de contado. Dos arepas y dos cafés son unos 12.000 bolívares. 120 billetes de 100 bolívares. De esos mismos, los billetes leprosos. Que vienen y se van. Duros de matar. Claro que los benditos cajeros automáticos no tenían dinero. Están de adorno. Lleve su mandarria y cuando el ATM le diga que no tiene dinero ábrale la barriga a punta de mandarriazos y revise a ver si es cierto.

 

 

 

Me fijé en las taquillas de Italcambio. Hice algunos cálculos. Ya se los comento, no lo tengo muy claro. El porcentaje entre el precio de venta y de compra de un dólar es de 100,2%. El euro, 114%. La libra esterlina, 117%. El peso colombiano, 151%. El yuan, 147% y el real de Brasil también 147%. ¿A qué se deben las diferencias? Habrá que preguntarle a Carlos Dorado. Para mí es un misterio que solo lo sabe aquel que pone los precios y publica la tabla de convertibilidad.

 

 

 

Si quieres proteger tus maletas con plástico, anda y enfrenta precios exorbitantes. Pagas y apenas le dan unas tres o cuatro vueltas con el polifilm que de verdad, verdad ni protege ni resguarda para nada. Senda rabieta.

 

 

 

Llegas al área de Taxfree y no hay ni para amarrar un gallito. Qué desolado se ve todo. Alacenas vacías y dependientes melancólicos. Puedes comprar torontos, susies, chocolates y retratitos de Chávez. Uno que otro ron. Cuando vas a entrar en la cola, hay colas para todo. Si se trata de las taquillas, de los mostradores de la línea aérea, un guardia nacional cachazudo, panzón y antipático te pregunta: ¿Adónde viaja? ¿Por cuántos días? ¿Propósito del viaje? Uno contesta una vaina pero piensa otra. Aquí lo que pienso y lo que contesto. 1. Pienso. Viajo adonde me da la perra gana entrépito del carajo. Abusador. Digo. Viajo a Miami. 2. Pienso. Los días que me salen del forro, hasta que me dé nota y se me acaben los viáticos. Y viajo con tu esposa como amante. Digo. Por 5 días. 3. Pienso. Voy a comprar una bomba para volar a todos los ladrones del gobierno y que no quede nadie vivo. Digo. A una conferencia.

 

 

 

Ahora me enfrento a la taquilla para entrar en el área internacional y el chequeo de seguridad. Un policía mal encarado te pide el pasaporte y el ticket, el boarding. Lo ve como quien descubre a un famoso delincuente. Lo regresa con desgana. El boarding dice puerta 13. Luego te pasan a la puerta 15. Luego a la 27. Luego, no vas por un pasillo directo a la cabina del avión, sino que tienes que cabalgar un autobús que no tiene aire acondicionado y que te lleva a la nave.

 

 

 

Todo eso sin contar el retraso de la “lotería guardianacionalezca”. Tal fenómeno consiste en que a la mismita hora en que el avión debe despegar, un par de guardias nacionales inoficiosos y sin mayores ocupaciones se introducen en la barriga del avión, en el área de carga y mediante el procedimiento “tú sí, tú no, esa maleta la abro yo” seleccionan unas 30 maletas cuyos propietarios son llamados para que bajen adonde están los avispados guardias, y al abrir sus equipajes, comprueben que son buenos vecinos y no generales del Cartel del Sol y de tal manera se impida la exportación de cocaína y otras drogas. Lo cierto del asunto es que por frente a los ojos claros y sin vista de los mismos guardias que fastidian a los pasajeros pasan toneladas de coca capaces de tapizar la panza de un Boeing 747 o de una Airbus 380.

 

 

 

Y toda esta maldición sucede en un simple viaje a Miami situado a unos 2.590 kilómetro de Caracas. Ustedes se imaginan la tragedia que podría haber sufrido un humano como Julio Verne si se tratara de un viaje de 20.000 leguas, es decir, de unos 110.000 kilómetros de distancia. Sería la muerte. Fin de este cuento tragicómico. ¡Adonde hemos llegado Diosito! (no olviden papel sanitario y jabón de olor cuando vayas de viaje y… una Biblia).

 

 

Eduardo Semtei

 

 

Por Confirmado: Francys Garcìa

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