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«Hoy la pregunta es si Maduro manejará el caos o si este se lo terminará de tragar»

 

El invencible imperio del caos

 

¿Hay especulación? Es decir, ¿que todo el que puede sube los precios y que se hace sin orden ni concierto, como si fuera una casa de locos? ¡Cierto! Es una casa de locos y la responsabilidad esencial de lo que el Gobierno llama especulación, es suya. En medio del caos hasta la pequeña parcela de cada cual, su minifundio de intereses, está sumido en la vorágine. Todo es caos: Maduro y los precios, la Asamblea Nacional y el albergue La Casona, las cárceles y sus custodios, los pranes de adentro y los de afuera. Por eso resulta pueril ver a Nicolás en su empeño de que los precios salgan de la punta del fusil porque hay ganancias excesivas.

 

Y más patético aún a algunas buenas almas opositoras que en su empeño lamentable de ser «neutrales», aseguran que «si bien hay especulación indebida, no menos cierto es que tampoco se justifican los saqueos», como si lo uno y lo otro no fueran consecuencia de lo mismo. El justo término medio, neutral, entre el represor y el reprimido; ni con uno ni con otro; en contra de «los radicales de lado y lado» y toda esa apestosa retórica de falso diálogo, camuflado en inocencia. Uff…!

 

En Venezuela no hay ley. Todo el andamiaje constitucional y legal es un parapeto que el régimen usa mientras le convenga para los efectos de la opinión pública internacional. El país ve el desarrollo de un nuevo golpe de estado posmoderno. Sus elementos son: la toma de la AN para lograr el diputado adicional que votó el adefesio habilitante; los tumultos en los comercios en una operación de asedio programado contra un enemigo artificial; los comerciantes; las milicias del PSUV prevenidas al bate en un proceso de ocupación de las calles con la endeble excusa de proteger el vaciamiento de los anaqueles; sucesos en el marco de unas elecciones que el Gobierno se dispone arrebatar -si puede-, suspender o colocar en el marco de una ofensiva brutal contra «los ricos» y la oposición.

 

DÓLAR CELESTIAL. Véase el caso del dólar. ¿A quién se acusa de su vuelo sideral? ¿Quién es el responsable de esa elevación mística de la lechuga verde? Giordani y Chávez quisieron echarle la culpa a las casas de bolsa y a varios de sus directivos; unos cuantos fueron a parar a la cárcel en medio del indecible goce del monje criminal. El dólar siguió elevándose aun con los «culpables» presos. Y siguió y sigue.

 

Si usted lo que hoy compra con 1.000 bolívares mañana lo tiene que comprar con 1.500, lo que usted intenta es preservar el valor de su dinero. Tiene dos formas: una es convertir sus bolívares en dólares (por eso en la revolución bolivariana el dólar es el bien más apetecido); otra, es comprar cuanto bien duradero pueda (vehículos, los mágicos electrodomésticos, neumáticos, bujías, lo que sea). Usted sabe que si deja sus bolívares en el banco o debajo del colchón, hoy valen menos que ayer y mañana menos que hoy.

 

El Gobierno incrementa la cantidad de bolívares en la calle (bonos, aumentos de sueldos, misiones, liberalidades, y más bonos) y al hacerlo el precio en bolívares de las mercancías sube por esa cosa horrible que todavía Nicolás no entiende, que es la relación entre demanda y oferta. Claro que podría haber más bienes en la calle para comprar, pero hay que importarlos si no se producen en el país, pero… no hay ni cama para tanta gente ni dólares para tanta necesidad. ¿Y por qué no se producen esos bienes en el país? Porque en casos la producción doméstica ha sido sometida a ruina o porque no es competitivo o tecnológicamente viable producirlos.

 

El dólar oficial es la mercancía más preciada en una situación ruinosa como la actual. Y fuera de los dedicados a tarjetas de crédito, enfermos, estudiantes y otros, los negociados consisten en conseguir dólares a Bs. 6.30, importar lo que sea y vender al dólar incógnito cuya cuantía es un secreto que sólo comparten venezolanos y extranjeros. En esa brecha se han hecho fortunas en pocos días o semanas, tanto por los que reciben como por los que asignan.

 

LA ESPECULACIÓN. Hay quienes suben los precios hasta que pueden y, permítase a este narrador decirlo, es una conducta racional en un ambiente caótico. Si usted no sabe si va a ser expropiado mañana, si le van a obligar a vender por debajo del costo, si la gente del gobierno no entiende que usted tiene que vender el producto hoy no lo por lo que le costó sino por lo que le va a costar volverlo a poner en los anaqueles, si puede ocurrir que a algún camarada se le ocurra que usted gana mucho, si usted conoce que es imposible programar no ya para cinco años sino para cinco semanas, si usted admite que a lo mejor al diputado fulano se le antoja proponer una ley para impedir que usted se embolse lo suficiente para viajar cuatro veces al año, si pasa todo eso, aunque tenga mala prensa y signifique remordimiento, va a intentar maximizar su beneficio de corto plazo.

 

Esto lo han entendido muy bien los del gobierno que han comprado vehículos blindados y sin blindaje, apartamentos para estrenar, motocicletas de alta cilindrada, plasmas y plasmas, y hasta la fecha no se les había aguado el ojo.

 

En sociedades estables en las que se respete la ley, un modesto 5% de ganancias obtenido regularmente a lo largo de los años, es más apetecido que 100% en una sociedad en la que hoy usted está arriba, mañana asediado, pasado mañana preso o exiliado, y siempre con un Giordani en el pescuezo a ver si usted es socialista estoico o capitalista gozón.

 

CAOS. El caos está instalado. Se come a Maduro y, sabiéndolo, intenta navegarlo con mayor desparpajo que el conocido. Hoy la pregunta es si él manejará el caos o si este se lo terminará de tragar. No le está yendo mal estos días en que naufraga la sociedad y gana votos con los «precios justos», pero no evita con esas jugadas su propio naufragio a mediano plazo.

 

Se acabaron las leyes, las reglas de tránsito, de urbanidad, de buena conducta. La fuerza, como última razón de todo acto, se blande desnuda en la punta de las armas de soldados, policías, ladrones, atracadores, guerrilleros, narcos y guardaespaldas. La Constitución, la de Maduro, yace en la cuneta de esto que quiso ser una revolución y se volvió un circo patético.

 

Sobrevive a toda esta historia el deseo de los próceres de tener más -muchos están llenos, gordos de cuerpo y de bolsillo-. También existe la compulsión de los empresarios de obtener en semanas lo que no saben si podrán obtener en meses. Pero lo más significativo es que el pueblo llano, con una comprensión profunda de la farsa que expresa el régimen, en el momento indicado deja de atender la cháchara inútil del socialismo y se vuelca, esperanzado, a llenarse de mercancías a como dé lugar.

 

Una revolución que terminó hace rato, a la que solo le queda la represión policial y judicial, así como la orgía del consumo a «precios justos», carece de fuerza moral y de aliento para seguir.

 

Carlos Blanco

Twitter @carlosblancog

 

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