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La autoridad soy yo,

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La autoridad soy yo,

“¡La autoridad soy yo!” Espeta con soberbia un militarcito de poca monta que huele todavía a recluta. Un soldadito que, en vez de estar custodiando las calles para evitar que los pranes desde las cárceles ordenen secuestros y asesinatos, está parado como portero en la entrada de un automercado cualquiera de la ciudad, vigilando que la cola se respete e ingresen las personas en grupo de a cinco, cuando a él le da la gana.

 

 

Y vuelve a repetir “¡la autoridad aquí soy yo, y digo que no puedes entrar, aunque no vengas por los productos regulados!”. Esta vez su frase la suelta con ínfulas de Jefe de Estado, envalentonado gracias al fusil que le cuelga de la cintura. Resulta que, el establecimiento está vedado para quienes van sólo por un manojo de perejil o un rollo de papel aluminio de último momento. El mercado se transforma en una especie de Fuerte Tiuna, donde el portero vestido de verde militar, boina y chaleco de la Guardia del Pueblo, impone sus reglas cuando llegan los productos desaparecidos –y más ansiados- por los venezolanos: esos cuyos precios son risorios y que luego los bachaqueros aumentan sin control, ni supervisión del Sundde,

 

 

“¡No entras y punto, porque la autoridad aquí soy yo, y se hace lo que yo digo!” y de pronto me provoca que esa frase se la estuviese diciendo a los guerrilleros de la FARC que cruzan como si nada nuestra frontera y deambulan por Machique o la Sierra de Perijá. O que esa manera arrogante de enfrentarse a un cliente que solo busca papel aluminio o una esponja, se replicará, incluso con más autoridad, frente a los delincuentes que hacen su agosto en los negocios que atracan.

 

 

Pero, nada es de extrañar en esta tierra desfigurada por la Revolución: si con la llegada del Socialismo del Siglo XXI llegó también la oportunidad de que nuestros militares se inscriban y tengan el carnet del PSUV; se desliguen del partido oficialista, salten la talanquera y se vayan a Redes, la otra tolda oficialista; pierdan su condición apolítica y los oigamos gritando consignas elogiando al difunto ex presidente. Los soldados de la Patria, de esta Patria nueva, vigilan los intereses…pero, no los de la Nación, sino los propios y los de los líderes de este desgobierno.

 

 

¿Podríamos decir que los militares son algo así como otra cepa de enchufados? ¿Una derivación de los que lucen traje y maletín, e hicieron grandes negocios con el Gobierno a punta de dólares preferenciales? Solo que estos visten de verde oliva y muestran una obediencia inquebrantable a la voluntad del régimen. El Ejecutivo se ha empeñado en otorgarlesla custodia de la comida y de las medicinas, dos de los rubros que más escasean en Venezuela. Entonces, si ellos tienen bajo su responsabilidad la vigilancia, control y distribución de alimentos y fármacos, no dudo que se sientan embriagados de tanto poder: saciar el hambre o alcanzar la salud, dependerá de ellos y de la sumisión del pueblo que aguarda en las colas.

 

 

Un consecuente oyente de mi programa enumeró algunos aspectos que tienen que ver con el estamento militar y la presión a la que están sometidos: la primera, según él, es la gran frustración por el fracaso de la Revolución Bolivariana. También, mencionaba, la limitación ideológica que los aísla o cerca políticamente. Los militares, a su juicio, no tienen capacidad de contradecir a Chávez, aún después de muerto y subestiman el poder político del adversario. Con el agravante de que el Presidente es un civil que no entiende el problema castrense y no puede solucionarlo; lo que ha propiciado un alto de nivel de corrupción administrativa.

 

 

¿Será que Nicolás ve a los uniformados como los defensores por naturaleza de esta guerra económica con la que justifica su ineficiencia? Quizá por asociación decidió que los militares asumieran esta relevante tarea: si los soldados están entrenados para la guerra, que mejor que un militar para ser los garantes del orden en los automercados y farmacias. Con un beneficio adicional, los soldados del Chavismo/Madurismo están entrenados para obedecer; ergo los caprichos de Nicolás serán acatados, como antes fueron acatados los de Hugo.

 

 

Nadie puede poner en duda que el fantasma de los saqueos rondalos establecimientos que expenden comida. Eso está allí latente porque escasez más hambre es igual a probable estallido social. Los soldaditos quizá retrasen estas intenciones o intimiden a quienes tengan ese plan desestabilizador en mente.

 

 

Un amigofue recientemente con su esposa a Margarita para visitar a su hija. En vista de que se estrenarán como abuelos, entre los regalos para la futura nieta, llevaban paquetes de pañales que se dieron a la tarea de comprar desde el mismo momento cuando la hija anunció su embarazo.  Cuando llegaron al terminal del Ferry, el militarcito que les revisó el carro les preguntó por qué llevaba tantos paquetes y exigió que le mostraran la factura. Como no tenían la factura, el militar les dijo que la mercancía quedaba decomisada. Mi amigo, sacó su Victorinox. Y cuando se disponía a romper los pañales, el uniformado lo atajó: “¿Qué pretende hacer ciudadano?” “Romperlos –respondió- si no son para mi nieta no van a ser para más nadie”. Y, como quizá era de esperar, el militar no tuvo más opción que quitarse la careta, pedirle dos paquetes para dejarlo pasar y, de ñapa, algo para la cenita…

 

 

 José Domingo Blanco

mingo.blanco@gmail.com

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