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Ojo con los rumores

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Ojo con los rumores

Las situaciones de crisis generalizada, como la que se experimenta actualmente en Venezuela, producen expectativas difíciles de satisfacer. Se quieren salidas que no están a la vuelta de la esquina. Se sueña con soluciones mágicas que no existen. Se está a la espera de una salvación que llegará con el alba, como sol refulgente, pero que no llega. ¿Por qué? No estamos ante hechos insólitos o caprichosos. Como efectivamente se vive una situación desesperada, lo menos que se espera es un desenlace satisfactorio que disminuya angustias y temores.

 

 

Pero, como se siente que el reloj marcha con lentitud, que ocurren demoras innecesarias, se acude al salvavidas de las ilusiones que no encuentran sustento en la realidad. Es normal, especialmente cuando se siente que el desenlace no está en nuestras manos sino en otras más seguras y solventes. Así ha sucedido en todas las sociedades y en todas las épocas, cuando han ocurrido situaciones turbulentas que ponen en vilo a quienes las viven. Ningún pueblo se ha escapado de ellas y las ha capoteado partiendo de esperanzas infundadas y de pretensiones exageradas. Solo que esa normalidad, es decir, la desazón propia de situaciones enigmáticas que topan con los escollos de la realidad, suelen tomar el mal camino de los rumores sin fundamento.

 

 

Los rumores son enemigos mortales de las soluciones. Son escapes sin soporte que mantienen la curiosidad por tiempo limitado para que se restablezca otra vez el reino de las inquietudes y de las inseguridades. Producen entusiasmo durante breve lapso, para que luego el decaimiento vuelva por sus fueros con el consentimiento de la desesperación. Como actualmente observamos entre nosotros su crecimiento, pero igualmente la frustración que producen, conviene llamar la atención sobre la necesidad de alejarse de su nociva influencia. No solo porque conducen a conductas infundadas, a esperanzas sin destino, sino porque también son aprovechados por los partidarios de la usurpación para llevar agua hacia su molino. La dictadura es especialista en fabricar y distribuir rumores, en inventarlos en un laboratorio para echarlos a rodar en su beneficio. Si entramos en competencia con ellos desde la otra orilla, colaboramos en la creación de escenas confusas que terminan por enloquecer a los que asisten a la función de un teatro abarrotado y, como es natural, excesivamente curioso.

 

 

Los dimes y los diretes llegan hoy a proporciones incalculables por la influencia de la redes sociales y por el acceso que todos tenemos a ellas, no solo para recibir sus invenciones sino también para crearlas y llevarlas a todos los rincones. Así nos sentimos protagonistas, en cierta manera, y no solo receptores de decisiones ajenas. Pero somos protagonistas, sobre esto no caben cavilaciones, sin usar el arma de las hablillas absurdas del Twitter y del Facebook, o de unas cadenas interminables y estrafalarias de sandeces y de sugerencias demenciales que no nos dejan dormir o que nos impiden captar los eventos en forma razonable. Nuestro protagonismo consiste en un seguimiento razonable de las directrices y las sugerencias de los líderes, no en balde pisan el terreno con pie más firma cada vez. Nuestras prisas y nuestras maromas, producidas por los rumores que recibimos o fabricamos, son los antagonistas de la salida accesible que todos anhelamos.

 

 

 

Editorial de El Nacional

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