Nunca y jamás
diciembre 4, 2019 6:14 am



 
 En unos de sus artículos dominicales que tanto deleitan  a quienes están hartos de las boberías de los políticos españoles (y caben también aquí los separatistas catalanes), Javier Marías trae a cuento la palabra “nunca” y la retrata de pies a cabeza al decir que “es sin duda una de las palabras que más usamos en vano y, a la vez una de las rotundas de nuestra lengua”.

 

 

Y como no le falta razón ni pudor, advierte que “en un altísimo porcentaje la empleamos todos con falsedad, tanto cuando aseguramos no haber dicho o hecho nunca tal o cual cosa como cuando juramos que nunca lo diremos o haremos”.

 

 

Y Javier Marías no se salva a sí mismo, pues más adelante advierte: “Los que colaboramos en prensa somos muy propensos a ella, pero a menudo escribimos casi nunca para no ser tildados de falaces o exagerados”.

 

 

Todo esto viene a cuento por el escándalo que hoy mueve a la opinión venezolana (y de paso a la colombiana que ya carga sobre sus hombros suficientes problemas internos) por la salida como titular de nuestra embajada en Bogotá, Humberto Calderón Berti, que no era un simple funcionario que llegó al cargo a la sombra de favores presidenciales sino unos de esos venezolanos que nos sorprenden y nos enorgullecen por haber desempeñado, con mucha altura funciones de gran responsabilidad no solo en el ámbito nacional sino que, más allá de su desempeño debido, ha sido reconocido como un especialista de valía en cuestiones de política petrolera al punto de ser llamado como consejero de grandes países productores de petróleo en el Medio Oriente.

 

Pero, para sorpresa de la opinión pública, se le quiere ver envuelto en una suerte de escándalo de pilluelos, cuando su condición de hombre público es suficientemente conocida. Nada tiene que ver en esta tramoya Calderón Berti y mucho menos el presidente interino, Juan Guaidó, que como cualquier ciudadano puede inferir, si analiza la cuestión de buena fe, se trata de una cuestión que debe ser investigada con soportes de pruebas y de indicios bien fundamentados que nada prueban hasta que las autoridades competentes así lo determinen.

 

 

Los dimes y diretes, los chismes y las descalificaciones de nada sirven en el establecimiento de la verdad y de lo realmente ocurrido. Desde luego que en toda esta tramoya aparecen personajes propios de la picaresca criolla que trepan fingiendo ser esforzados luchadores por la democracia.

 

 

No lo son y no lo serán en la misma medida en que los ciudadanos se mantengan ojo avizor porque, así como nos engañaron civiles y militares prometiendo el mar de la felicidad, de la misma manera a la sombra de esta lucha que duramente se prolonga en este tiempo de desgracia surgirán (y serán descubiertos) los hambrientos de dinero y poder, los hampones políticos y las bandas armadas especializadas en asaltar el tesoro público.

 

 

Si bien no se han guardado las formas y se han violado los procedimientos básicos y decorosos en lo ocurrido en la Embajada de Venezuela en Bogotá, porque a ningún embajador se le cursa una carta de despido como si fuera un simple funcionario, no menos cierto es que un buen diplomático de trayectoria y de amplio aprecio ciudadano no debe ni puede convocar a una rueda de prensa para ventilar cuestiones que, por su propio cargo, le obligan a mantener bajo estricta confidencialidad.

 

Lo peor de todo es que ciertos pilluelos, hambrientos de un dinerillo fácil, han alborotado y causado daño a un rumbo diplomático que, en un mar encrespado y traicionero, ha navegado y sigue navegando a pesar de las condiciones hostiles que surgen desde adentro y desde afuera. Vale la pena aplaudir que no se haya producido el naufragio que tanto quiere la dictadura.

 

Editorial de El Nacional