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Muertos insignificantes

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Muertos insignificantes

 

Siempre ha llamado la atención a quienes creen fervientemente en la democracia el hecho de que los comunistas desprecien la verdad, mientan sin cesar y acusen a otros de sus propios crímenes políticos. Se suponía que ser militante comunista era un honor reservado a los más abnegados, los valientes y sacrificados en la lucha, los más honestos y sinceros y, desde luego, a aquellos que eran capaces de renunciar a la riqueza personal y a las comodidades de la burguesía.

 

 

Su entrega al partido no sólo obedecía a una razón ideológica o política, sino que conllevaba una ética y una moral muy distinta a la que privaba en la sociedad capitalista y en las organizaciones políticas y sindicales. De forma que su comportamiento y sus valores tenían que ser por fuerza distintos y únicos, les estaba prohibido heredar cualquier vínculo con el pasado.

 

 

Pero el camino al poder y su entronización burocrática como gobierno los hizo cambiar rápidamente y dejar atrás los compromisos y los sueños, el respeto

 
por la libertad y el derecho a la vida. El marxismo leninismo en el poder se transformó en un delirante proyecto unipersonal por medio del cual un líder imaginaba una sociedad particular, la construía a sangre y fuego para prolongarse en el mandato hasta el día de su muerte o, quizás, más allá, con su presencia obligada en oficinas públicas, avenidas y plazas.

 

 

Lo doloroso estaba en que esta traición al discurso inicial redentor terminaba en convertir al supuesto hombre nuevo en un ser podrido en alma y cuerpo. Los héroes surgidos en el camino de la lucha terminaron sus días acusados de traidores o agentes del enemigo y fusilados en juicios sumariales. Otros escogieron el exilio para salvar sus vidas y hasta allí llegó la mano asesina de los agentes comunistas.

 

 

Aquellos que permanecieron a la sombra del poder bailaban en la cuerda floja, pues al menor indicio de desacuerdo se les “purgaba” y se les encerraba en prisiones que eran verdaderos infiernos, donde se les torturaba y arrancaban falsas confesiones que garantizaban al dueño del poder que sus sospechas se correspondían con la realidad.La idea de crear una sociedad nueva en la cual los trabajadores y campesinos dejaban de ser parias y se elevaban a la categoría de hombre nuevo justificó la demolición de cualquier avance social heredado del pasado. La destrucción también alcanzó a los seres humanos. Millones de ciudadanos “sospechosos” fueron conducidos a la horca o a los paredones de fusilamiento.

 

 

Desde el nacimiento de Unión Soviética, de la China Popular, de Corea del Norte, de los países europeos del este y de Cuba, la muerte ha reinado más que la vida, la producción de prisioneros ha marchado a todo vapor, se ha invertido más en policías que en combatir la pobreza, las sociedades se han vuelto raquíticas moralmente, mientras la corrupción civil y militar hace de las suyas y, entre desfiles y honores a la patria, disparan cañonazos cargados de mentiras y falsedades. Por desgracia, Venezuela no es la excepción.

 

Editorial de El Nacional

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