Muerte, censura y silencio
abril 7, 2020 7:11 am


 
Como si la peste se tratara del retorno de los enemigos de siempre, esta vez volvemos al viejo camino de la negación y las mentiras, de los equívocos lanzados al aire para enrarecer lo que ya de por sí está enrarecido. No les queda otra a los malvados que, con el poder en sus manos, no aspiran a otra cosa que la prolongación de su satrapía sin hacer concesiones a los derechos ciudadanos y, en especial, el derecho a la vida.

 

 

Desde luego, no se trata de un fenómeno local que ya va por un par de décadas de improvisaciones fatales, planes faraónicos productos del insomnio del jefe máximo o de su tutor a distancia y de las asesorías de trepadores revolucionarios, bien pagadas en petrodólares que permiten fundar partidos o adquirir un lujoso chalet en las cercanías de Madrid, mientras aquí llevan a la ruina a las universidades públicas.

 

 

Pero no tan solo eso: la plaga ya trasciende nuestras fronteras y se extiende de norte a sur con apenas excepciones inevitables o, mejor dicho, milagrosas, aunque esta palabra está en desuso. Se nota que hasta en el cielo golpea duro la crisis del medio ambiente.

 

 

Pero lo esencial y lo que más preocupa no solo es el silencio manipulador, amenazante y omnipresente en los medios de comunicación monopolizados por los grupos enquistados en el poder, sino su capacidad de destrucción de cualquier alternativa viable desde la cual la opinión pública pueda expresar sus preocupaciones reales y sus críticas concretas a las políticas ideologizadas y oportunistas que imponen los gobiernos.

China es, desde luego, un ejemplo aunque no un modelo para nadie por su errática actuación ante una gran crisis de salud pública, y de cómo el anquilosado aparato del Partido Comunista sobrevive inmutable y puede seguir matando gente al proceder autoritariamente (al viejo estilo maoísta) ante un peligro inmediato para amplios sectores de la población.

 

 

Y esta es la parte más peligrosa, cruel y terrible del comportamiento oportunista de China (no se trata de culparla o de caer en teorías conspirativas) a la hora de enfrentar esta pandemia. Lo primero que hizo China fue censurar la alerta temprana que los propios integrantes del sistema de salud habían lanzado dentro de un estrecho grupo de WhatsApp.

 

 

Esta conducta represiva se ha extendido por el mundo entero con pocas excepciones. A esta mala reputación no escapa precisamente nuestra América, desde el norte hasta el sur. Todo hay que decirlo sin límites ni falsos compromisos porque la amenaza, la enfermedad en sí y la muerte en seguidillas, no admite excusas ante la suerte de los seres humanos. Pero la magnitud de esta tragedia no ha hecho mella en el comportamiento de la élite política, y esto los ha dejado al desnudo ante los ciudadanos.

 

 

Hoy por hoy, por mucho que hablen, prometan e inventen planes supuestamente maravillosos para cuando pase la tormenta, lo cierto es que el mal ya está hecho: no han podido esconder sus errores, ni su displicencia, ni su incapacidad para ejercer un liderazgo heroico y responsable.

 

 

La feroz campaña de censura y persecución contra los medios de comunicación, contra los periodistas y contra las redes sociales no tiene parangón en nuestra historia reciente, con la excepción de Cuba que siempre ha sido una isla mala conducta.

 

 

En Venezuela hay que agregar, por si fuera poco, la violencia pura y dura que se ejerce verbal y policialmente contra las comunidades más desprotegidas, ya de por sí azotadas por la falta de agua, alimentos frescos y medicinas, sin transporte colectivo ni atención médica urgente.

 

 

Desde la cúpula del poder no entienden ni quieren entender que el uso de la fuerza (como las tres muertes a balazos y en plena vía pública llevada a cabo por colectivos chavistas en el oeste de Caracas) no soluciona nada sino, muy al contrario, indican sin duda alguna que el pueblo no les hace caso, solo les teme porque están armados hasta los dientes. Y eso significa una derrota política inocultable y con enormes peligros para quienes hoy están mandando.

 

Editorial de El Nacional