Matar para vengarse
marzo 4, 2020 8:26 am

 

 

Sí, ya lo sabemos y no vale la pena perder tiempo y espacio explicándolo, pues desde que nacieron de un golpe de Estado de pacotilla no han hecho otra cosa que mentir y prometer que de ahora en adelante sí se portarán bien.

 

 

Pero da lo mismo que digan y prometan lo que sea: a estas alturas ha quedado más que demostrado que no sirven ni como políticos ni como jefes militares. En los dos campos han fracasado y, para peor, han quedado en ridículo ante sus aliados, sus socios y sus propios enemigos que han optado por dejarlos que se hundan solos en ese mar de mentiras en donde a duras penas logran flotar.

 

 

Será muy cuesta arriba que lleguen a recuperar ese fervor popular que una vez tuvieron entre ciertos sectores de la población. Resulta muy difícil creerles más: su esencia es mentir, engañar y tirar sus promesas a la basura. Ya lo hemos visto, lo hemos padecido y lo seguimos padeciendo, pero para su desgracia ya sienten el sol en sus espaldas y marchan hacia su destino inevitable.

 

 

Son la viva estampa de un ejército de jefes derrotados, con los bolsillos repletos y con la mirada angustiada de quien busca dónde esconderse para evitar la furia del pueblo.

 

 

Ya cumplen algo más de dos décadas de improvisaciones a la hora de gobernar, de fallar y tropezar con su propia ignorancia, con sus limitaciones intelectuales, con su escaso conocimiento para manejar con destreza la administración pública. Que se sepa, estas materias no están en el pénsum de la escuela de los sueños azules.

 

 

Nos negamos a creerles con firmeza y serenidad porque quienes aspiran a ser cadetes y llegar a ser oficiales dignos no se les obliga a estudiar ninguna materia que tenga que ver con esquilmar el presupuesto público, o tratar de esquivar cualquier control de la Contraloría.

 

 

Tampoco se les hace cursar estudios sobre cómo destruir el medio ambiente, entregarlo a potencias y empresas extranjeras y, de paso, sustraer parte de los ingresos públicos y guardarlos en sus uniformados bolsillos.

 

 

Muy al contrario, cada vez que alguien en el ejercicio de las funciones públicas deriva hacia la corrupción haciendo uso indebido de los dineros del Estado, pues la opinión pública ha incitado a la Fuerza Armada a presionar o intervenir para detener el desborde.

 

 

No debería ser el camino correcto y constitucional para corregir esas desviaciones, pero la opinión pública desvaría en sus aspiraciones de limpiar de corrupción y expulsar a la comandita inescrupulosa que padecen. Craso y terrible error intermitente negado por la historia y la realidad.

 

 

En el caso de la “Venezuela bolivariana” se nos complica la vida y la solución sensata porque se niegan a someterse a la majestad de los poderes constitucionales y, como en la época de la mafia en Chicago, se apela a la ley del revólver, de la ametralladora, de las pandillas de asesinos, para evitar el ejercicio democrático y liberal de la justicia.

 

 

“Muerto el perro, se acaba la rabia”, piensan los jefes rojitos y ordenan a sus salvajes mastines para que muerdan y destrocen al valiente ser humano que es Guaidó, quien sin armas en las manos alza la voz pidiendo justicia y democracia.

 

 

Con ese gesto de cobardía y comportamiento de pandilleros solo logran colocarse a la misma altura de los torturadores y asesinos que dieron muerte, décadas atrás, a un joven líder izquierdista desarmado y arrinconado en un calabozo.

 

 

A esos asesinos la democracia representativa no los protegió ni los escondió tras una máscara. Ordenó juzgarlos y condenar sus actos de villanía con largos años de prisión.

 

 

Editorial de  El Nacional