Maduro quiere dialogar
febrero 14, 2019 7:28 am

 

Quiere salir del hermetismo para hablar con el prójimo. Desea cambiar el monólogo por el diálogo. No sale de Miraflores si no está debidamente resguardado, jamás se le ve en los lugares en los cuales habitualmente se intercambian opiniones, pero ahora busca el sendero de las conversaciones. Hablamos del usurpador, por supuesto, y de sus inesperadas ganas de soltar la lengua ante sus adversarios.

 

Primero llama la atención el cambio de conducta, la aparición de unas compulsiones de buen hablante que no lo han distinguido hasta ahora, pero que asoman cada vez que se encadena para seguir pontificando a solas. Y, hablando de pontificar, acude a Francisco para que sirva de bastón en el Vaticano a la nueva actitud que pretende estrenar. Va directo al pontífice, a través de correspondencia de su puño y letra, como para testimoniar el interés personal que se ha convertido en resorte para fabricar un ágora llena de voces contrastantes y, por lo tanto, de soluciones accesibles.

 

 

Hace un gran esfuerzo, porque jamás se ha caracterizado por ocuparse de las opiniones ajenas ni de remendar problemas a cuatro manos. Siempre ha tomado decisiones a solas o con la ayuda de sus agentes cercanos, sin fijarse en el parecer de los demás; pero de pronto quiere ser el dialogante por excelencia con Francisco en la vanguardia, o con otros mediadores que rompan la barrera de su soledad. Acude a la más alta de las instancias, quizá porque nadie, a estas alturas, puede aceptar la oferta sin pensarlo bien o sin la presencia de un fiador respetable.

 

 

Debemos reconocer que se arriesga a tareas ímprobas porque, como las conversaciones no han sido su costumbre, está dispuesto a pisar terrenos resbaladizos. Puede desplomarse en una parcela que desconoce, llena de vericuetos enigmáticos para él, y que necesita de experiencias previas para no caer de bruces y dar el espectáculo de una voluminosa humanidad dando tumbos por una escalera empinada cuyos peldaños le son desconocidos. Pero quiere tomar el riesgo, tan insondable es la complicación de su rompecabezas y la falta de piezas que no le cuadran para rellenarlo.

 

 

Quiere hablar porque no le queda más remedio, por lo tanto. Sabe que de su soledad y del consejo de sus áulicos no puede sacar nada concreto, solo prolongar una agonía que se hace cada vez más larga y terriblemente dolorosa. Pero ¿con quiénes va a hablar para buscar salvavidas, cuando la estadística de sus rivales es tan extensa que no cabrían en el salón más amplio de Miraflores? Además, ¿hay gente dispuesta a sentársele enfrente, en el otro lado de la mesa, cuando sabe que el insólito anfitrión solo quiere ganar tiempo en las postrimerías de su amargura? Y, adicionalmente, cuando saben cómo se ha manejado en diálogos anteriores, simples simulacros para engañar y mentir.

 

 

El usurpador olvida que el buen hablante siempre necesita un buen oyente, alguien que reciba sus cuitas y sus ofertas para atenderlas después de pensarlas bien. No ha considerado que, así como se tienen fundamentadas dudas sobre la existencia del primero, será difícil que aparezcan incautos que hagan el papel de los segundos.

 

 

 Editorial de El Nacional