logo azul

Los protocolos de los Sabios de Sion, un libro tan falso como peligroso

Categorías

Opiniones

Los protocolos de los Sabios de Sion, un libro tan falso como peligroso

En mayo de 1920, el periódico The Times, de Londres, presentó un artículo sobre un libro recientemente publicado por primera vez en inglés. El libro se llamaba El peligro judío y pretendía ser el programa político de un grupo judío secreto conocido como los Sabios de Sion. Ese programa asumió la forma de 24 “protocolos”: las actas de una reunión mantenida quizás dos o tres décadas antes.

 

De acuerdo con el libro, la meta de los Sabios de Sion era nada menos que el dominio del mundo. En una palabra, el texto explicaba la desconcertante paradoja de que los judíos habían llegado a estar sobrerrepresentados tanto en las clases superiores de la empresa capitalista como en las más bajas profundidades del movimiento revolucionario. Todo formaba parte de una antigua e inimaginable conspiración judía.

 

Los protocolos de los Sabios de Sion fueron considerados la obra de un místico ruso llamado Sergei Nilus. Aparecieron como un apéndice bastante incongruente a un libro de meditaciones religiosas llamado Lo grande en lo pequeño, publicado en 1905. Muy pronto, el apéndice de Los protocolos se escindió como un libro aparte y se tradujo a otras lenguas. Nilus a menudo escribió introducciones específicas para estas nuevas ediciones, en las que explicaba los orígenes del notable documento. Pero su explicación cambiaba de una versión del libro a otra.

 

El judío internacional

 

Después de la Primera Guerra Mundial, Los protocolos continuaron su camino hacia el este de Europa. Fueron publicados en Alemania en 1919, en una edición anotada, y fueron leídos con avidez por Adolf Hitler.

 

También se abrieron camino en los Estados Unidos, donde causaron una profunda impresión en el empresario industrial Henry Ford. Dos semanas después que The Times expresó su preocupación por los planes de los judíos para tomar el poder mundial, Ford encargó una serie de artículos titulados “El judío internacional: el problema más importante del mundo”, que publicó en su propio periódico, el Dearborn Independent.

 

Los artículos aparecieron todas las semanas durante casi dos años y, cuando terminaron, se convirtieron en un libro de cuatro volúmenes que se vendía por un dólar. (Esta colección fue subsidiada masivamente por el propio Ford). La serie del periódico y los libros contenían el texto completo de Los protocolos, junto con un comentario detallado de cómo se relacionaban con la situación política contemporánea en Estados Unidos y en otras partes del mundo.

 

“Se ajustan a lo que está pasando”, afirmó Ford.

 

Pero para entonces, algunas personas olían un sospechoso tufillo antisemítico. Aproximadamente un año después de publicar el artículo original, The Times presentó una historia escrita por uno de sus corresponsales en el exterior, Philip Graves, que demostraba que Los protocolos eran una falsificación. Graves tenía su base en Constantinopla, que estaba abarrotada de emigrados rusos antibolcheviques. Un día de 1921, un conocido ruso le entregó una primicia, bajo la forma de un libro deteriorado. Estaba en francés y le faltaba la página del título. El contacto de Graves le dijo que integraba un lote de libros que había comprado a otro ruso, un ex miembro de la policía secreta zarista. Por la tipografía, Graves determinó que el libro se publicó en la década de 1860 o de 1870. La palabra “Ginebra” estaba manuscrita en el prefacio.

 

Lo sorprendente era que el libro tenía un obvio parecidocon Los protocolos de Nilus. De hecho, quedaba claro que grandes secciones de Los protocolos estaban copiadas o mínimamente adaptadas de este libro. Pero el original no tenía nada que ver con una conspiración judía; ni siquiera mencionaba a los judíos. Consistía en una conversación imaginaria entre Nicolás Maquiavelo y Montesquieu. En su discusión, Maquiavelo detallaba todos los métodos cínicos que un gobernante o gobierno despiadado podría usar para controlar al pueblo. Sus comentarios irónicos eran una sátira obvia y (para ese momento) ingeniosa del régimen de Napoleón III. Pero el autor de Los protocolos desnudó al texto de su intención irónica, puso las palabras en boca de los Sabios e hizo pasar todo como un serio plan de dominación mundial.

 

Un poco de trabajo detectivesco en la Biblioteca Británica estableció que los “diálogos de Ginebra”, como tentativamente los llamó Graves, eran de hecho un libro llamado Diálogos en el Infierno, escrito en 1864 por un tal Maurice Joly. Se trataba de un escritor satírico francés, que no era ni judío ni antijudío. Se habría espantado del uso que se le daría a su parodia política.

 

El análisis exhaustivo de Graves mostró más allá de toda duda que Los protocolos eran una burda falsificación. Aventuró una hipótesis, de hecho correcta, de que habían sido ideados 20 años antes por la policía secreta rusa. Su propósito inmediato, la razón por la que habían sido pasados al crédulo y deshonesto Nilus, era tratar de impedir que el zar Nicolás II llevara a cabo las reformas que le impusieron al comienzo de la Revolución Rusa de 1905. Si el zar podía ser persuadido de que los despreciados judíos estaban detrás de los levantamientos políticos en curso, entonces se podría ofrecer resistencia al cambio constitucional.

 

En el cementerio de Praga

 

Pero no todo el texto de Los protocolos es una adaptación de la obra de Joly. Casi tan pronto como Los protocolos estuvieron disponibles en alemán, otra fuente fue reconocida. En 1868, un alemán llamado Hermann Goedsche, que escribía bajo el poco convincente pseudónimo inglés de Sir John Retcliffe, había publicado una novela titulada Biarritz. Goedsche era un activista político que había sido condenado por falsificador y un virulento antisemita.

 

Su novela contenía un escabroso capítulo titulado “En el cementerio judío de Praga”, en el que se describía una reunión, a la medianoche, de las cabezas de las doce tribus de Israel. En este encuentro que, según la novela, tiene lugar cada 100 años, los líderes judíos informan sobre los progresos del último siglo: cómo se socavó la cristiandad, cómo se revolucionaron las masas, cómo se corrompió a las mujeres cristianas. Al final de la reunión, los líderes judíos adoran un becerro de oro que surge de la tumba de un rabino y luego se arrodillan ante Satanás.

 

La febril fantasía de Goedsche no quedó enterrada en su novela. Se quitó el episodio del cementerio, se eliminó el contexto escabroso y se reelaboraron los doce informes como un solo monólogo. De esta forma llegó a Rusia, donde se difundió como un panfleto titulado El discurso del rabino.

 

No había en estas ediciones indicaciones de que el discurso era una obra de ficción; se presentaba como un documento totalmente real. Así, El discurso del rabino fue tanto un prototipo como una fuente para Los protocolos. A menudo, se distribuía en las calles antes de las matanzas características de la vida judía en el Imperio Ruso a principios del siglo XX. Primero, las masas leían sobre los judíos; luego, destrozaban sus sinagogas, profanaban los rollos de la Torah y los golpeaban hasta la muerte.

 

Un juicio en Suiza

 

La verdad sobre Los protocolos ya era conocida a mediados de la década de 1920. Pero esto no detuvo su circulación. En 1934, los responsables de la edición suiza fueron llevados a juicio por un abogado judío, bajo el cargo de publicar “literatura obscena”.

 

Ése debería haber sido el fin de Los protocolos. Pero, trágicamente, solo recibieron un fortalecimiento masivo. Cuando el juez Meyer pronunció su veredicto, ya hacía dos años que los nazis estaban en el poder en la vecina Alemania. Distribuyeron millones de copias de Los protocolos a los escolares, a los que se les enseñaba que este libro era un documento histórico que les decía todo lo que tenían que saber acerca de los judíos. En Alemania, Los protocolos se convirtieron en una justificación para el asesinato masivo.

 

Sin embargo, ni la derrota del nazismo pudo acabar con Los protocolos. Después de la creación del Estado de Israel, circularon en lengua árabe en todo Medio Oriente. Una edición ilustrada apareció en España en 1964. Se publicaron en Bombay en 1974 con el título Conspiración internacional contra los indios. Aparecieron por primera vez en japonés en 1987. Los neofascistas rusos reeditaron el original de Nilus en 1992, poco después de la disolución de la URSS. (En esa época, los eruditos rusos finalmente le pusieron nombre a quien fraguó Los protocolos, Matvei Golovinsky, un funcionario de la policía secreta). En 1994, fundamentalistas cristianos en Australia publicaron otra edición en inglés. Y hoy, los planes de los Sabios de Sion están disponibles en numerosas lenguas en Internet.

 

Ha pasado casi un siglo desde que Los protocolos quedaron expuestos como un torpe y mezquino plagio, pero siguen sin desaparecer. Se han convertido en una difamación indestructible, una mentira tan indeleble como un tatuaje de Auschwitz.

 

 

 

 

 

Fuente: Yahoo

Comparte esta noticia:

Contáctanos

Envíe sus comentarios, informaciones, preguntas, dudas y síguenos en nuestras redes sociales

Publicidad

Si desea obtener información acerca de
cómo publicar con nosotros puedes Escríbirnos

Nuestro Boletín de noticias

Suscríbase a nuestro boletín y le enviaremos por correo electrónico las últimas publicaciones.